Libro 1: Renacimiento

Capítulo 24: Y esta vez, nadie intervendría.

El suelo estaba cubierto de cuerpos. Retazos de carne humeante, charcos espesos, viscosos, enrojecidos por los siglos. El aire apestaba a muerte y ceniza.

La batalla llegaba a su fin.

Solo quedaban los más resistentes. Tenientes del vampiro negro. Antiguos. Viciosos. Bañados en la sangre de reinos olvidados. Sus ojos brillaban con un odio frío, una ferocidad animal. Su piel agrietada vibraba con el exceso de energía, como si ardieran por dentro.

Pero no estaban solos.

Frente a ellos se alzaban dos figuras inmóviles en la penumbra: Léoda, la Reina de Hielo, silueta imperturbable envuelta en una niebla blanca, y Assdan, el rastreador antiguo, asesino sin rostro, hoja silenciosa.

No se oía un solo aliento humano en los alrededores. Dos vampiros contra una jauría entera.

Assdan, inmóvil, observaba. Calculaba. Llevaba décadas sin pelear. Sus brazos, cubiertos de cicatrices antiguas, parecían relajados. Pero sus dedos temblaban. Hambrientos.

Léoda alzó la mano.

La temperatura cayó en seco, como si el mundo contuviera el aliento. La escarcha reptó por el suelo, deslizándose hacia los pies de los enemigos. Un primer grito. Un cuerpo petrificado, reducido a una estatua translúcida, estalló en mil pedazos con un chasquido seco.

—Ya perdimos suficiente tiempo —murmuró.

Assdan se lanzó sin hacer ruido.

Una sombra en la tormenta. Una sucesión de movimientos inhumanos, precisos, quirúrgicamente limpios. Cada gesto era una danza de muerte. Una garganta cortada. Un corazón arrancado. Un brazo seccionado de cuajo. Nunca hablaba. Mataba.

Los tenientes respondieron.

Las ondas de choque deformaron el aire. El suelo tembló bajo las descargas sobrenaturales. Uno de ellos se lanzó contra Léoda, ignorando la mordida del hielo. Grave error.

Ella no se movió.

Fue detenido en seco. Púas de hielo brotaron del suelo, atravesándole el torso. Gritó. El eco se perdió en la escarcha.

Assdan esquivó una espiral de energía, se lanzó al suelo, rodó, y clavó la mano en la espalda de un coloso. La retiró de un tirón, dio un paso al costado. Una cabeza rodó a sus pies.

Avanzaban, implacables.

Dos figuras negras en un baño de ceniza.

El frío se espesaba. Los movimientos de los vampiros enemigos se volvían lentos, entumecidos. El suelo se volvía resbaloso, mortal. Se hundían en una tumba invisible.

—Terminemos —dijo ella simplemente.

El viento arrastraba el olor de la sangre y la ceniza, los tenientes del vampiro negro caían. Pero no había terminado. Desde las tinieblas que rodeaban la mansión, surgieron más figuras. Vampiros, los últimos del grupo, ocultos en la sombra como carroñeros, los colmillos chorreantes, los ojos anegados de locura. Léoda cerró los dedos, un aliento helado se escapó de ella, sinuoso, listo para cortar el aire. Assdan, a su lado, giró apenas, y con un movimiento fluido hizo volar la cabeza de un atacante demasiado ansioso. Otro saltó, y fue empalado por una columna de hielo, su grito ahogado en un borboteo.

Luego, algo cambió en el aire. Un sonido extraño emergió, al principio indistinto, casi confundido con los estertores y los choques, pero cargado de un ritmo. Un paso. Luego otros. Una cadencia precisa, decidida. Y de pronto, la detonación del fusil mágico, seca y amortiguada, desgarró el espacio como una campana de muerte. Léoda giró la cabeza. Assdan entrecerró los ojos. No estaban solos. Una nueva presencia se acercaba.

La bruma se abrió, desgarrada por la violencia del aliento. Por un instante, los dos vampiros pensaron que eran refuerzos enviados por el Consejo, pero no era eso. Una flecha surgió de la niebla y atravesó la garganta de un enemigo. Otra le siguió, perforando un corazón, reduciendo el cuerpo a un montón flácido que se desplomó. Brillaron cuchillos. Un disparo mágico estalló un cráneo, y el silencio de la bruma nocturna fue reemplazado por el silbido de proyectiles y gritos de agonía.

Las siluetas se definieron, nítidas, imperturbables. Avanzaban sin decir una palabra, en formación. Los Byron.

Carlos, en el centro, llevaba a la espalda la espada negra, el arma dracónica de los antiguos Byron, una hoja capaz de matar incluso a un vampiro de sangre pura. A su lado, Draven, el hijo, portaba fusil mágico y espada larga, la mirada al frente, implacable. Queen, la arquera silenciosa, disparaba sin pestañear, sin dudar. Rose, la hija, avanzaba con su daga ya empapada en sangre. Hex, el asesino atado por juramento, cerraba la formación con sus dos hojas; Canoe, descendiente de los Darel, manipulaba con calma un frasco opaco mientras fijaba la vista en los objetivos.

Léoda no se movió, pero su mirada se endureció. Cruzó una mirada breve con Assdan. No habían sido llamados, ni advertidos. Esta llegada no era una coincidencia. Los Byron eran rastreadores de la sombra, cazadores implacables. Y ahora estaban allí, en el terreno del antiguo manoir, armados hasta los dientes y en completo silencio.

Por un momento, sus manos se alzaron lentamente, por reflejo. Luego se detuvieron. Carlos se acercó. Su mirada se cruzó con la de la reina vampira. Larga. Fría. Sin hostilidad, pero cargada de un pasado sangriento. Se medían como dos reinos al borde de una guerra abierta. Léoda sabía lo que eso significaba. Él también. Atacar aquí, ahora, sería una declaración de guerra contra el Consejo de los Nobles. Y sin embargo, algo en sus ojos decía que lo haría… si era necesario.

Pero aún no era el momento.

Un grito rasgó el aire. Los últimos tenientes de Aal irrumpieron, más poderosos que los anteriores, los rostros torcidos de rabia, la fuerza multiplicada por la muerte inminente. Los Byron reaccionaron sin dudar. Carlos desenvainó la espada negra en un solo movimiento. Draven disparó. Queen soltó una andanada precisa. Rose se deslizó detrás de un enemigo para degollarlo limpiamente. Hex se lanzó como una sombra. Canoe arrojó una pequeña esfera de acero que estalló en una nube de gas corrosivo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.