La noche era tranquila, y una luz suave entraba por la ventana, iluminando la habitación donde Emely estaba sentada con su bebé de cuatro meses en brazos, meciéndolo suavemente para ayudarlo a dormir. A su lado, Darwin sostenía a su hija mayor, Amara, quien, aunque ya estaba en pijama y lista para dormir, miraba a sus padres con curiosidad y una sonrisa cómplice.
—¿Quieres escuchar una historia antes de dormir? —preguntó Darwin, acariciando el cabello de Amara.
Ella asintió emocionada, y el bebé emitió un suave balbuceo, como si también diera su aprobación. Emely y Darwin se miraron, compartiendo una sonrisa cargada de ternura y recuerdos.
—Esta historia —comenzó Emely con voz suave, mientras acunaba al bebé— es sobre dos personas que, aunque eran muy diferentes, se encontraron en un bosque oscuro…
—Sí, un bosque lleno de sombras —intervino Darwin, guiñándole un ojo a Amara—. En ese bosque vivía una reina, a quien todos conocían como la Reina de las Sombras. Era fuerte y guardaba muchos secretos. Nadie se atrevía a acercarse a ella.
Amara frunció el ceño, intrigada.
—¿Por qué no? —preguntó.
Emely sonrió, acariciando la mejilla de su hija.
—Porque la Reina de las Sombras pensaba que estaba mejor sola en su bosque oscuro —explicó—. Pero un día, apareció un joven viajero, alguien lleno de luz y alegría. Él no le tenía miedo a las sombras, sino que se sentía atraído por ellas… especialmente por la Reina.
Darwin continuó con una sonrisa:
—El joven viajero decidió quedarse, a pesar de que la Reina intentaba alejarlo. Creía que, detrás de esa oscuridad, había una estrella escondida, esperando brillar. Y así, aunque ella ponía a prueba su paciencia, él no se rendía.
—¿Y qué hizo la Reina? —preguntó Amara, mirándolos con los ojos muy abiertos.
—Al principio, trató de asustarlo —admitió Emely, sonriendo ante el recuerdo—. Pero con el tiempo, empezó a confiar en él. Él no tenía miedo de sus sombras, y poco a poco, ella comenzó a compartir sus secretos.
El bebé soltó un pequeño suspiro en el pecho de Emely, ya adormilado, mientras Amara continuaba escuchando la historia con atención.
—Y así fue como la Reina y el viajero se enamoraron —dijo Darwin—. Ella aprendió que no todas las sombras son malas, y él descubrió que la oscuridad puede ser un lugar cálido, siempre que ella esté ahí.
—¿Y vivieron juntos? —preguntó Amara con una sonrisa de satisfacción.
—Sí, se quedaron juntos —respondió Darwin, dándole un beso en la frente—. Y con el tiempo, tuvieron una pequeña estrella que iluminó su vida… y luego, un pequeño lucero que hizo que su mundo brillara aún más.
—¿Somos nosotros? —preguntó Amara, con una sonrisa llena de ternura.
Emely y Darwin asintieron, y Amara los abrazó con fuerza.
—Sí, tú y tu hermanito son nuestra luz —respondió Emely, con una sonrisa suave—. Gracias a ustedes, nuestro bosque oscuro es ahora un hogar lleno de amor.
Con esa última frase, Amara apoyó su cabeza en el hombro de su padre, mientras sus ojos se cerraban poco a poco. El bebé dormía profundamente en los brazos de Emely, y la paz de la noche envolvió a la familia.
Darwin besó la frente de Emely y murmuró:
—Gracias por ser mi Reina de las Sombras y por darme esta hermosa familia.
Emely le sonrió y cerró los ojos, sumida en la tranquilidad del momento, sabiendo que, juntos, habían encontrado su propio equilibrio entre la luz y la penumbra.