La victoria tenía el sabor metálico de la sangre y el retumbo sordo de los huesos rotos. Sobre el suelo arado por cenizas y magia, Aidan —cubierto con la sangre de los suyos tanto como con la del enemigo— contemplaba las ruinas humeantes de la fortaleza negra. A su alrededor, sus aliados —heridos, jadeantes, de pie solo por pura voluntad— miraban el cielo rojo con la estupidez atónita de los sobrevivientes. Habían vencido. El bastión del horror había caído, sus cadenas rotas, sus calabozos abiertos. Los gritos de los prisioneros liberados —elfos, humanos, bestias parlantes— se alzaban como una plegaria salvaje. Aal, el Demonio Negro, yacía entre las piedras calcinadas, el pecho atravesado por la hoja rúnica, la mirada congelada en una expresión de incredulidad eterna. Con él, sus generales monstruosos, sus juramentos impíos, y los abismos que soñó abrir, no eran ya más que polvo.
Pero Aidan no tuvo tiempo de saborear ese triunfo. Ni siquiera un instante de respiro. Porque, en el aire denso de ozono y muerte, una silueta apareció —esbelta, erguida, bañada por una luz que el mundo parecía rechazar.
Al principio pensó que era una ilusión, un residuo mágico, un capricho de su mente desgarrada por la guerra. Pero no. Caminaba. Real. Lenta. Serena. Y cuando alzó la mirada hacia él, algo dentro de él se quebró.
Ima.
Ese nombre estalló en su memoria como una campana de iglesia en medio de un campo de batalla. Ella estaba frente a él, el rostro medio oculto bajo una capucha oscura, pero no tenía dudas. Conocía cada línea de ese rostro, cada destello en esa mirada. No era un parecido. No era una copia. Era ella.
Se detuvo a unos pasos. Un temblor de emoción le bailaba en los labios, como si estuviera a punto de llorar… o de reírse de un secreto demasiado tiempo guardado.
—Sí. Soy yo, Al.
El apodo rompió el silencio como una daga. Al. Aquel que no había oído en siglos —o tal vez en otra vida. Un nombre muerto, enterrado con su pasado humano. Cuando no era Aidan, hijo de la guerra, sino Alfred Valgas —un científico, un idealista. Un hombre roto por el amor antes que por la magia.
La tierra pareció tambalearse bajo sus pies. Todo vaciló. Sus victorias, sus pérdidas, sus pactos sangrientos. Se tambaleó por dentro, arrastrado por una tormenta de imágenes —un laboratorio, una risa, una voz susurrada en la oscuridad, un mundo donde los monstruos aún no tenían nombre.
La había soñado tantas veces. Le había gritado tantas veces a la luna por volver a ver ese rostro. Y ahora estaba ahí, de pie ante él, mientras las cenizas de un dios demoníaco aún llovían sobre la piedra.
Pero él ya no era ese hombre. Ya no era Al.
Y aun así, ella lo había reconocido. Sin dudar. Sin miedo.
Mil preguntas golpeaban su garganta, demasiado pesadas para salir.
¿Estaba muerta, también ella? ¿Reencarnada en esta pesadilla de sangre y hechicería? ¿Era una trampa, un hechizo, un juego cruel?
Su mente le gritaba que desconfiara.
Pero su corazón —viejo traidor— volvía a latir al ritmo de un nombre prohibido.
Ima.
***
Nota del autor
Si acabas de terminar el Libro 1 y pasas directamente al Libro 2, es posible que notes algunas incoherencias. El Libro 1 ha sido objeto de una reescritura profunda recientemente, y el Libro 2 se encuentra actualmente en proceso de revisión para alinearse con esta nueva versión.
Lamento cualquier inconveniente que esto pueda causar. Te aseguro que estoy trabajando activamente en la actualización del Libro 2 para ofrecer una continuidad coherente y fiel a la historia.
Gracias por tu comprensión y tu paciencia.
#740 en Fantasía
#127 en Magia
criaturas miticas, cazadores de especies sobrenaturales, vampiros brujas hombres lobo
Editado: 08.06.2025