Libro 2 : Sangre Maldita (version nueva completa)

Capítulo 2 – Assdan lo observaba desde las sombras

Assdan permanecía inmóvil, la mirada clavada en la sombra cambiante de su amo, petrificado en un silencio que parecía absorber el aire a su alrededor. Acababa de presenciar, sin decir palabra, la conversación entre Aidan y esa mujer llamada Ima—una conversación que no pertenecía a la intimidad de un secreto de alcoba, sino a una revelación tan inmensa que descomponía los mismos cimientos de su mundo.
El hombre a quien había servido sin fallar durante dos largas décadas, ese joven señor al que creía haber visto nacer, no había nacido allí. Venía de otro lugar. De otro mundo. De un “allá” humano, antiguo y legendario.

La revelación lo golpeó como un viento helado que soplaba desde una grieta olvidada del mundo. Un escalofrío le recorrió la espalda mientras la certeza se resquebrajaba bajo el peso de lo imposible. Conocía la leyenda. Por supuesto que la conocía. Él mismo se la había contado a Aidan cuando aún era un niño, en aquellas noches en que la luna estaba demasiado llena para dormir: la historia de los Dos Mundos, ese cuento polvoriento que las viejas brujas cantaban entre maldiciones. Había creído en ella, una vez, de forma vaga, cuando creer aún era una cosa posible.

Pero los años, las guerras, la carne rota y los señores muertos habían desterrado la creencia. Solo quedaba el servicio. Y la rutina. Y Aidan.

Y ahora la leyenda estaba allí, viva, envuelta en la voz serena de su amo. Se le cortó la respiración. Apretó la mandíbula. No habría sabido decir si era miedo, incomprensión o traición lo que se infiltraba con más fuerza en sus venas. Su mirada, normalmente firme, vagaba ahora de un punto a otro como si buscara un ancla, una verdad a la que aferrarse.

No puede ser.

Se lo repitió, sin creerlo. Quiso rechazar la idea, negarla con un simple giro del pensamiento, pero ya se había hundido demasiado hondo. Demasiado profundo. Su amo era un reencarnado. Un intruso de otro mundo. Un hombre venido de otra parte, oculto tras un rostro familiar. Una fisura se abría en la continuidad de las cosas, y él se encontraba al borde.

Por primera vez, dudaba. No de la lealtad que había entregado, sino del hombre a quien se la había ofrecido.
¿Quién era realmente? ¿Qué quería?
¿Y esa mujer, Ima...? ¿Era la instigadora, un testigo, una llave?

Las preguntas giraban, arañaban las paredes de su mente como bestias hambrientas. La duda lo corroía, lentamente, con método. Sintió cómo la inconstancia se infiltraba en sus huesos como un veneno lento.

Pero no se movió. No habló. Permaneció allí, erguido, en silencio.
Había visto crecer a Aidan. Lo había visto caer, levantarse, golpear, amar, matar. Lo había velado en noches de angustia y lo había seguido en las campañas más sangrientas. Eso no era poco. Eso no podía ser borrado con una sola palabra.

No comprendía todo, pero sabía una cosa:
Aidan guardaba sus secretos por una razón.
Y debía descubrirla.
No para juzgar. Aún no.
Sino para comprender qué era lo que servía.

***

El manor de los Sano no era más que un campo de ruinas habitado por las sombras de una carnicería. La batalla, brutal, devoradora, había sido apenas la primera de muchas por venir. Por doquier, los muros estaban destrozados, las piedras salpicadas de cenizas y sangre, y la madera carbonizada conservaba las marcas negras de hechizos desatados.

El jardín, antaño cuidadosamente mantenido, no era más que un osario vegetal pisoteado, lacerado, ensuciado con vísceras, congelado en una gelatina de hielo derretido. El aire era irrespirable. Arrastraba un hedor espeso a sangre descompuesta, moho acre, y ese otro olor aún más extraño: el de carne de wéndigo en descomposición, grasa, animal, casi dulce en su podredumbre. Un aliento de pesadilla impregnaba el lugar.

Aidan avanzaba lentamente por ese paisaje familiar vuelto irreconocible, con las botas crujiendo sobre fragmentos de vidrio y restos calcinados de vampiros caídos. Estaba vivo. Victorioso, quizás. Pero no sentía ningún triunfo. Algo en su interior seguía atrapado en el instante anterior, ese momento suspendido en el que Ima había aparecido. Ima… viva. Aquí. En este mundo. Exactamente como la había conocido antes, antes de su muerte, antes de su renacimiento en esa carne maldita. Su silueta, su rostro, su voz — nada había cambiado. Y sin embargo, todo en él se había transformado.

Estaba conmocionado. Demasiadas cosas no encajaban. ¿Cómo había cruzado los mundos? ¿Era realmente ella, o un doble, una ilusión, una grieta? Y sobre todo, ¿cómo pudo reconocerlo? A él, que ya no era humano. Ya no el mismo. Ya no el hombre que ella había amado. Esas preguntas lo desgarraban en silencio, como cuchillas heladas en la mente.

Pensó en Assdan. El mayordomo sabía escuchar, observar, investigar. Le confiaría la tarea, discretamente, sin levantar sospechas. Ima no debía desaparecer otra vez. Había que entender. Había que saber.

Pero Aidan no necesitaba buscarlo. Ya lo había sentido desde hacía varios minutos. Una presencia familiar, cargada de un silencio inusual. Assdan lo observaba desde las sombras. Y Aidan lo sabía: ya no tenía elección. Ahora debía encargarse de él.

Veinte años. Dos décadas compartidas bajo el mismo techo, entre gritos ahogados y silencios pesados, inviernos interminables, regresos heridos, despertares acechados por viejas pesadillas. Assdan no era un simple sirviente. Siempre estuvo allí, mucho más presente que esos padres ausentes, mucho más confiable que cualquier figura de autoridad. Una sombra familiar, una constante, casi una extensión de sí mismo. Y ahora, había que ocuparse de él. Hablarle. Enfrentarlo.

Pero ¿cómo hacerlo? ¿Qué postura adoptar? La ira hervía bajo la piel, el deseo de hacerlo sentir culpable, de preguntarle por qué tuvo que estar allí, en ese momento preciso, por qué tuvo que oír. Aidan ni siquiera sabía si estaba enojado con Assdan por haber escuchado la revelación… o consigo mismo por no haberlo impedido. Esa confusión, esa grieta, le dolía más que cualquier herida abierta.




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