Libro 2 : Sangre Maldita (version nueva completa)

Capítulo 11 – Un territorio abandonado al hambre.

La ciudad ardía por dentro —no con llamas, sino con miedo. Thenbel ya no era más que un montón de calles embrujadas, sombras voraces, plegarias ahogadas. La plaga final, el enemigo antiguo, recorría los callejones sin trabas. La muerte, fría y muda, danzaba entre los gritos. No lloraba. No se volvía. Arrancaba a los vivos uno por uno, con la precisión de un verdugo, la indiferencia de un dios.

Cada barrio llevaba la misma firma: cuerpos exangües, abandonados como restos olvidados. Todos marcados. Las mismas mordidas, las mismas heridas. Familias enteras yacían bajo las cenizas. Niños chillando, padres colgados en el silencio. La ciudad se ahogaba bajo el peso de la sangre.

Ya solo se hablaba de maldición, de ira divina, de demonios despertados. Algunos decían que el infierno se había abierto bajo sus pies. Pero en el fondo, los verdaderos culpables tenían nombres. Rostros. Objetivos. Los Byron lo sabían. Los Sano también. Así que cazaban. Noche tras noche. Y la caza se volvía guerra.

—¿¡Qué carajo está pasando en esta maldita ciudad!? —gritó Aidan, con la mano aún manchada de sangre fresca.

Recién volvían. Otra noche. Más cadáveres. Ningún avance.

—Parece que algunos vampiros han hecho de Thenbel su terreno de caza —respondió Assdan con tono sereno.

—Gracias, Assdan. No me había dado cuenta —escupió Aidan con una risa seca—. Los despedazamos por decenas, y vuelven el doble. Cada noche. Nos abruman.

Sylldia no respondió. Dieltha suspiró, agotada. Las noches eran largas, las peleas, interminables. Los callejones olían a carne podrida, a sangre seca. Mataban, y volvían a matar. Y aún así... la sombra crecía.

—Tenemos que encontrar al que los dirige —dijo Assdan, con los brazos cruzados—. Cortar la cabeza. El resto caerá.

Sonaba simple. Pero todos sabían que no era casualidad. Había una mano detrás de esa marea negra. Una voluntad. Una estrategia.

—Sí... salvo que ese se esconde muy bien —gruñó Aidan—. Todo es demasiado perfecto. Los ataques están coordinados. El tiempo, el número, los objetivos. Esto no es caos. Es una puesta en escena.

Hizo una pausa. El viento se coló por los vitrales rotos del manor, silbando como una voz lejana.

—Lo que más me jode no es quién. Es por qué.

Y en esa pregunta se ocultaba un miedo que ni siquiera Aidan se atrevía aún a decir en voz alta. Porque si había un maestro detrás de todo esto, un estratega... entonces la guerra apenas comenzaba.

Ante esas palabras, Assdan se quedó inmóvil. Sus pupilas pálidas se dilataron ligeramente, casi imperceptibles, pero Aidan lo notó. Una sombra acababa de deslizarse en la mirada del mayordomo, una sombra antigua, espesa como el polvo olvidado de los siglos.

Algo lo perseguía.

Un silencio denso se instaló en la sala. Las paredes del manor parecían de pronto demasiado cercanas, como si el aire mismo contuviera el aliento.

—¿Qué ocurre, Assdan? —preguntó Aidan, con voz baja, áspera. Nunca lo había visto así. No a él. No al que jamás se quebraba.

Assdan no respondió de inmediato. Entrecerró los ojos, como si buscara en el pasado un fragmento de recuerdo. Y por fin:

—Hubo un tiempo... conocí a una mujer. Una vampiresa. Maliciosa, ambiciosa, peligrosa más allá de lo razonable.

Hizo una pausa. Su mirada se había perdido, lejos, a través de los siglos.

—¿Y?

—Usaba los mismos métodos. La confusión. La duda. Atacaba las mentes antes que los cuerpos. Debilitaba la unidad, el orden, el autocontrol. Se lanzaba contra los linajes vampíricos como quien desmonta una fortaleza, ladrillo a ladrillo. Cada ataque parecía aleatorio, pero todo estaba cuidadosamente orquestado.

El silencio volvió, más denso. Incluso el viento había dejado de crujir contra los cristales.

—¿Y... dónde está ahora? —preguntó Aidan.

La pregunta flotó en el aire como una hoja suspendida.

—Nadie lo sabe. Desapareció hace siglos. Disuelta en el olvido, o en las llamas, quién sabe. Pero dudo que se trate de ella. Aun así... debemos mantenernos en guardia. Estos asaltos constantes podrían ser solo una distracción.

Assdan hablaba en voz baja, pero su tono traicionaba una gravedad inusual. Sabía reconocer las señales de una guerra invisible.

—Claro que vamos a mantenernos atentos —replicó Aidan, pero una tensión ya le apretaba las mandíbulas.

Desde la llegada de Dieltha, el manor se había convertido en un faro en la noche —visible, atractivo, vulnerable. La elfa poseía una sangre antigua, codiciada. Y los enemigos se acumulaban: Versias, los saqueadores, los fanáticos, y ahora... ¿una vampiresa del pasado? ¿Una leyenda surgida de la tierra? Esa incertidumbre lo irritaba al máximo. Odiaba pelear a ciegas.

Se levantó bruscamente.

—Dieltha, ¿puedes levantar una barrera alrededor del manor? Algo sólido. Que impida pasar a cualquier intruso no invitado.

La elfa, que observaba la escena en silencio, asintió con la cabeza.

—Es posible. Pero tomará tiempo.

—Hazlo. Tienes vía libre.

Ella no respondió. Sus ojos se velaron ligeramente mientras posaba las manos en el suelo, palmas abiertas, invocando los flujos de energía dormidos en la piedra, en la tierra, en las raíces mismas del dominio. El viento se levantó a su alrededor, arrastrando una lluvia de hojas secas. Filamentos dorados comenzaron a serpentear en el aire, vibrando al ritmo de su magia.

Sylldia se acercó en silencio. No habló, pero su mirada lo decía todo. Velaría por ella. Mantendría la sombra a raya —al menos, eso esperaba.

Y mientras la elfa trazaba el círculo sagrado, mientras la dragona vigilaba, Aidan permanecía de pie frente al manor. Los ojos en el horizonte. El olor de la sangre viajaba en el viento. Algo se acercaba.

La situación no era muy distinta en el Onyx. La taberna de los Byron, antes refugio vibrante de vida, se había convertido en un cuartel general habitado por el agotamiento. Cada noche salían a cazar, exterminando vampiro tras vampiro, sin dejar más que polvo, ceniza y muros ensangrentados. Y aun así, la plaga se fortalecía. Las calles de Thenbel seguían sangrando.




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