Libro 2 : Sangre Maldita (version nueva completa)

Capítulo 17 — Y entonces apareció.

Liaa hablaba con una voz gélida, impregnada de arrogancia —una actitud que hacía hervir de rabia a la bruja tras su máscara. Odiaba hasta la más mínima sílaba que pronunciaba la vampiresa, odiaba la manera en que la miraba con ese desprecio apenas disimulado. En realidad, lo detestaba todo de ella. Aun así, la bruja permanecía impasible, atrapada en una apatía helada, escuchando la declaración de la otra con un desapego casi burlón.

La máscara ocultaba los gestos de la bruja, pero Liaa percibía claramente la agitación interna —ese desprecio contenido, esa ira sofocada, esa aversión apenas reprimida. Lo sentía como una daga lanzada directo hacia ella. Y ese odio la deleitaba profundamente.

— Lo entendiste bien —dijo con voz cortante—. Vamos a trabajar juntas. Vas a ayudarme a conseguir lo que quiero.

— ¿Y qué deseas con tanta desesperación? —respondió la bruja con un tono frío y distante.

Esa indiferencia le carcomía los nervios a Liaa. Y le fascinaba. No había nada más embriagador que jugar con los límites de una mente hostil.

— Una joven. Se llama Sylldia. Actualmente se esconde en la casa de los Sano —respondió con una calma de acero.

Un silencio denso cayó sobre el lugar, espeso como la niebla de la noche. En la mente de la bruja, los pensamientos chocaban entre sí. ¿Sylldia? Así que sus objetivos coincidían. Ella también había recibido la orden de Ema, una de las grandes figuras de Versias: reclutar a Aidan, cueste lo que cueste. Pero ¿por qué Liaa deseaba a esa joven? No parecía ser más que una simple humana.

— ¿Puedo saber qué representa para ti? —preguntó al fin.

— No es asunto tuyo. Limítate a ayudarme a capturarla.

La respuesta cayó, seca, definitiva. Previsible. La bruja conocía la naturaleza de Liaa: caprichosa, despiadada. La propia Ema la había advertido sobre ella. Pero una pregunta seguía sin respuesta. Si la vampiresa tenía un ejército, ¿por qué no atacar directamente la mansión? ¿Por qué esa alianza repentina con una bruja?

Había un obstáculo. Algo lo bastante temible como para que Liaa buscara ayuda.

— Veo que Liaa, la que alguna vez fue llamada la Emperatriz de la Muerte, no es más que la sombra de lo que fue. ¿Incapaz de capturar a una pobre niña escondida en una casa? Inimaginable… hasta hoy —murmuró la bruja, con veneno en la voz.

Cada palabra era una hoja afilada, destinada a lacerar el orgullo de la vampiresa. Quería golpear donde más dolía, resquebrajar su fachada de seguridad.

De pronto, el aire se volvió pesado. Eléctrico. Apestaba a sangre y furia. Liaa estalló en una furia sobrenatural. Las paredes cercanas temblaron bajo el impacto de su aura asesina. Y, sin embargo, la mujer enmascarada no se inmutó. Avanzó despacio, con calma, hasta rozar el rostro de la vampiresa. La miró directo a los ojos —resuelta, inflexible, invencible.

— Oh, parece que toqué una fibra sensible. Perfecto —rió la bruja, con burla—. No puedes hacerme nada, Liaa. Me necesitas.

La voz chirriante de la bruja le destrozaba los nervios a la vampiresa. Quería estrangularla ahí mismo, silenciar esa arrogancia. Pero no podía. Aún no. La necesitaba. Necesitaba su magia. Irritante al máximo.

— No te equivocas. No puedo matarte. No por ahora. Y tampoco quiero llamar la atención del otro —susurró Liaa con un tono grave, casi cansado—. Pero, ¿ves?, realmente no tienes opción. Si te niegas a obedecerme, puedo revelar tu identidad a alguien… inapropiado. A ese pobre Nix, por ejemplo. Estaría encantado de saber quién ha estado moviendo los hilos todo este tiempo, ¿no crees?

La amenaza era clara, cortante. Un destello de furia cruzó los ojos de la mujer enmascarada. Una onda de energía oscura, asesina, emanó de su cuerpo, haciendo temblar el aire a su alrededor. Liaa simplemente sonrió. Ella tenía el control.

— ¿Y si te eliminara ahora mismo? Así, nada de revelaciones, ni amenazas —gruñó la bruja, su voz cargada de intención letal.

Pero la vampiresa estalló en una risa ronca, desquiciada.

— Entonces, ¿qué te lo impide? ¿Por qué no has atacado todavía?

La bruja inhaló profundamente. Dejó caer su energía, disipando la niebla letal que la envolvía. Podía aniquilar a Liaa. Tenía el poder para hacerlo. Pero percibía… algo más. Presencias ocultas en la sombra, miradas afiladas clavadas en su nuca. La vampiresa no había venido sola. Atacar sería un suicidio.

Así que se contuvo. Y se puso la máscara de la docilidad.

— ¿Qué esperas de mí? —preguntó con un tono más controlado.

— Nada muy complicado. Quiero que rompas una barrera mágica que impide a los míos entrar en la casa de los Sano —explicó Liaa, los ojos brillando con un fulgor malsano.

Todo cobró más sentido. Liaa la necesitaba para eso. Pero una duda persistía: ¿por qué Sylldia? ¿Qué tenía esa joven para llamar la atención de una criatura como Liaa? La bruja estaba decidida a averiguarlo.

— ¿Y yo qué gano con esto? —replicó con frialdad.

La vampiresa dibujó una mueca torcida.

— Primero, no diré nada sobre tu identidad. Y segundo, tendrás, para esta misión, una aliada poderosa.

Razones insignificantes. Podía prescindir de ellas. Pero… ¿podía aspirar a algo mejor? Probablemente no. Reflexionó, sopesó el riesgo, y luego decidió.

— De acuerdo. Te ayudaré. Pero será bajo mis condiciones. Seguirás mi plan.

— Me da igual, mientras esa maldita barrera caiga —respondió Liaa, seca—. Pero no lo olvides… mi paciencia tiene límites.

— Gracias por tu colaboración —respondió la bruja con un sarcasmo afilado.

La conversación continuó algunos minutos más. La mujer enmascarada expuso los puntos clave de su plan. A Liaa no le importaban, pero asintió, aceptando seguir las directrices, siempre y cuando se cumpliera el objetivo.

El tiempo se deslizaba, pesado y silencioso, como una sombra reptando sobre las piedras frías del caserón de los Sano. La vida en su interior era cada vez más agitada —viva, sí, pero tensa, caótica en su frágil armonía. A veces estallaban risas, pronto rotas por disputas sutiles, miradas filosas, silencios más densos que cualquier palabra. Lobos, vampiros, elfos… especies demasiado distintas para convivir mucho tiempo sin fricciones. Y sin embargo, algo los mantenía unidos. Una espera. Una amenaza por venir.




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