Libro 2 : Sangre Maldita (version nueva completa)

Capítulo 18 — Apremiada por el tiempo.

El aire vibraba con una tensión opresiva. La atmósfera, saturada de violencia, apestaba a sangre, rabia y magia corrompida. Alrededor de los Byron, la energía oscura de los trolls del caos hacía estremecer incluso las piedras del suelo. En el centro de la masacre, Nix, de pie, con una sonrisa en los labios y la mirada encendida de triunfo. Irradiaba una nueva arrogancia, como si hubiera trascendido su humanidad para convertirse en una criatura superior.

Para los cazadores, aquello era insoportable.

Un torrente de rabia, vergüenza y dolor los invadía. Ese hombre... alguna vez lo habían llamado hermano. Había luchado a su lado, había jurado proteger a la humanidad. Y ahora, sembraba la muerte que antes había prometido impedir. Un protector convertido en verdugo. Un hermano vuelto traidor.

—Por fin voy a poder detenerte, Nix —gruñó Hex, con los puños apretados.

Pero el ex cazador solo soltó una carcajada, grave, burlona, insoportable. Conocía su poder, saboreaba cada fibra de su fuerza. Y despreciaba a los que había dejado atrás.

—Hermano mío... siempre lamiéndole las botas a esa maldita familia que causó la muerte de nuestro padre. Patético. Me das lástima.

Hex apretó los dientes.

—Nuestro padre causó su propia caída. Traicionó a los suyos, incluso a nosotros. Merecía su destino, y lo sabes. Lo que no entiendo... es por qué eliges seguir su mismo camino. Ya conoces el final de esa ruta.

—¿Y ese final, cuál es? —replicó Nix, con la voz inflada de orgullo.— Venganza, poder, grandeza... Eso es lo que quiero. Eso es lo que merezco.

Se envolvía en su odio como en una armadura. Intocable. Invencible. Creía haber dejado atrás el mundo de los cazadores, sus reglas, sus leyes, sus cadenas.

—Lo que te espera... es la muerte. Solo, odiado, olvidado. Como él —murmuró Hex con tono grave.

Las palabras cortaron el aire como cuchillas. Pero Nix permaneció imperturbable.

—Ríndete, Nix. Será menos doloroso. No nos obligues a matarte —dijo Draven, con voz baja y amenazante.

Nix soltó una risa que hizo temblar la tierra bajo sus pies. Paseó la mirada, helada, sobre sus antiguos compañeros. Cuatro cazadores contra él... y su horda.

—¿Rendirme? —repitió, con una sonrisa oscura cruzándole el rostro.

Alzó el brazo. Y los trolls del caos se lanzaron al ataque.

La horda se abalanzó sobre los Byron entre gruñidos y pasos pesados. El suelo temblaba con la embestida. El combate estalló en una explosión de gritos, carne desgarrada y golpes cortantes. Los cazadores resistían. Golpeaban rápido, con fuerza, con la precisión de quienes no tienen nada que perder. Algunos trolls cayeron, pero eran demasiados. Demasiado feroces. Y los Byron, ya exhaustos por las batallas anteriores, empezaban a ceder bajo el asalto.

Nix, apartado, observaba la escena como un señor contemplando un juego cruel. Una mueca se dibujó en sus labios. Y un pensamiento se deslizó en su mente, oscuro y helado.

—Me dijeron que los mantuviera lejos de la mansión de Aidan. Matarlos... es aún más eficaz. Así, jamás se interpondrán en mi camino.

Y contempló a los suyos caer, sin remordimientos, sin pesar. Ya no quedaba nada humano en él. Solo un monstruo al servicio de una causa que ya no era más que odio.

Así, aquellos a quienes alguna vez había llamado hermanos, compañeros, familia, eran ahora objetivos. Simples obstáculos que aplastar. Enemigos que debían ser eliminados. La humanidad que había conocido y compartido con ellos no era más que un recuerdo corrompido por el odio.

—Mátenlos. Mátenlos a todos —gritó Nix sin pensar, su voz deformada por una rabia absoluta.

Como una sola bestia, la horda de trolls del caos se desató. Más violenta. Más feroz. Más letal. Los golpes llovían, devastadores, y los rugidos hacían vibrar el aire.

—De verdad piensa matarnos, el muy cabrón —murmuró Queen, jadeante.

—Sí… eso parece —respondió Draven con voz sombría.

—Maldito hijo de perra… —escupió Rose, con la mandíbula tensa.

—Nix… —gruñó Hex entre dientes, la rabia palpitando en sus venas.

Los cazadores estaban rodeados, acorralados, sin salida. Sin retirada. Sin refugio. Peleaban espalda con espalda, movidos solo por el impulso de sobrevivir. Pero la tarea era titánica. Sus atacantes no eran criaturas vivas en el sentido tradicional: eran bestias nacidas de magia oscura, incapaces de sentir dolor, incansables, implacables. Parecían demonios vomitados desde las entrañas del infierno.

Y Nix… Nix se mantenía al margen, contemplando la escena como un rey que reina sobre un campo de masacre. Una sonrisa tenue flotaba en sus labios, cargada de un triunfo enfermizo.

—Son realmente resistentes… debo admitirlo. Pero ¿cuánto más podrán soportar? —lanzó con tono venenoso.

Los cazadores flaqueaban. Su aliento se acortaba. Sus fuerzas menguaban. Los trolls del caos seguían atacando con una energía inhumana. El final parecía inevitable.

Y de pronto… un aullido rasgó el aire.

Luego otro. Y otro más. Sonidos salvajes, guturales, presagios de muerte. Un aliento helado, casi espectral, barrió el campo de batalla. Un viento que olía a tierra, a sangre, a venganza.

Y en medio de esa ráfaga siniestra, la mitad de los trolls fue despedazada en cuestión de segundos.

El asombro cayó como un velo sobre el lugar. Incluso Nix se estremeció. Siluetas se abalanzaban sobre la refriega —rápidas, bestiales, furiosas. Una manada.

Hombres lobo.

—¿Qué…? —rugió Nix, su sonrisa borrada, reemplazada por una mueca de furia.

Sus soldados caían uno tras otro, segados como espigas al viento. Y al frente, avanzando como una sombra hecha de ira pura, iba una figura imponente, feroz… y conocida.

—Así que fuiste tú… el responsable de la muerte de tantos de los míos en Vaelthorn —gruñó una voz grave y poderosa.

Sarron. El Alfa.

—Vas a pagar por ello.

Avanzó, derribando a cada troll que se atrevía a interponerse con un zarpazo o una mordida salvaje. Sus ojos, encendidos de furia, no se apartaban de su objetivo. Ya no había nada más que Nix. La presa.




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