El sonido del timbre resonó por los pasillos de la escuela, anunciando el final de la clase de matemáticas. Amara cerró su cuaderno con un suspiro, sintiendo una mezcla de alivio y ansiedad. A pesar de que había disfrutado la lección, la emoción de ver a Leo la llenaba de una energía renovada. A medida que los estudiantes comenzaron a salir, se encontró buscando entre la multitud.
Cuando sus miradas finalmente se encontraron, un calor familiar llenó su pecho. Leo se acercó, sonriendo de manera despreocupada, con una chispa en sus ojos que hacía que su corazón latiera más rápido.
—¿Listo para la próxima clase? —preguntó Leo, deslizando las manos en los bolsillos de su chaqueta.
Amara asintió, sintiendo un ligero nerviosismo. En el fondo, sabía que la relación que comenzaban a construir estaba a punto de enfrentarse a nuevos desafíos. La vida no siempre era tan simple como los libros que adoraba leer.
Mientras se dirigían a la siguiente clase, Leo comenzó a hablar sobre un proyecto de ciencias que necesitaban hacer en parejas. Amara se sintió emocionada, imaginando pasar más tiempo a solas con él.
—Tal vez podríamos ser pareja —sugirió Leo, lanzándole una mirada expectante.
—¡Claro! Me encantaría trabajar contigo —respondió ella, una sonrisa iluminando su rostro.
Pero a medida que la conversación avanzaba, una sombra de preocupación se cernía sobre Amara. Sus pensamientos volvían a su familia, a los secretos que había aprendido a ocultar. ¿Qué pasaría si Leo descubría la verdad sobre su vida? ¿Podría soportar que su amor se viera empañado por el pasado?
La clase de ciencias comenzó y, a pesar de su entusiasmo por estar con Leo, su mente divagaba. Escuchó el murmullo de los demás compañeros, pero sus ojos estaban fijos en la hoja de papel que tenía frente a ella. Las palabras del maestro se desvanecían en un eco lejano.
Cuando finalmente sonó el timbre, Amara se dio cuenta de que había perdido la mayor parte de la lección. Leo la miró con preocupación.
—¿Estás bien? Pareces distante —dijo, inclinándose hacia ella.
Amara sintió un escalofrío. No quería que Leo se preocupase por ella, así que forzó una sonrisa.
—Sí, solo estoy cansada. Tal vez un poco abrumada —admitió, aunque sabía que había más en su mente.
—Si necesitas hablar, aquí estoy —respondió él, su voz llena de sinceridad.
Amara asintió, agradecida por su apoyo. Mientras caminaban hacia el patio, el aire fresco la envolvió, y la calidez del sol la reconfortó. Sin embargo, las preocupaciones seguían acechando. Recordó el comentario de su madre sobre no dejar que las sombras del pasado la afectaran. Pero ¿cómo podía hacer eso cuando cada paso que daba parecía arrastrar consigo el peso de su historia?
Esa tarde, decidieron sentarse en un rincón tranquilo del parque. Las hojas caían como susurros de historias pasadas, y el sonido de risas resonaba a lo lejos. Leo comenzó a hablar sobre su vida antes de mudarse, compartiendo recuerdos que, aunque a veces difíciles, eran parte de su historia.
—La vida no siempre ha sido fácil, ¿sabes? —dijo Leo, mirando hacia el horizonte. —Pero he aprendido que cada experiencia me ha hecho más fuerte.
Amara sintió una conexión profunda con sus palabras. Deseaba poder abrirse a él, pero la sombra de su propia historia la mantenía cautelosa. Sin embargo, en ese momento, una idea surgió en su mente.
—¿Qué tal si compartimos nuestras historias? Quizás eso nos ayude a conocernos mejor —sugirió, su voz temblando ligeramente.
Leo la miró, intrigado.
—Me encantaría eso —respondió, su expresión sincera.
Así, entre risas y lágrimas, comenzaron a compartir fragmentos de sus vidas. Amara habló de su hermano y de cómo siempre había sido su protector, mientras que Leo relató las dificultades de adaptarse a un nuevo lugar y hacer nuevos amigos. La conexión creció entre ellos, y Amara sintió que las sombras de su pasado empezaban a desvanecerse, aunque fuera solo un poco.
Mientras el sol comenzaba a ocultarse, Leo tomó su mano, un gesto simple pero significativo. Amara sintió un escalofrío recorrer su espalda. En medio de la oscuridad que a veces la rodeaba, había encontrado una luz en Leo, alguien que la aceptaba tal como era, sombras y todo.
—Te prometo que estaré aquí para ti, siempre que me necesites —dijo Leo, su voz suave como un susurro.
Amara sonrió, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, había alguien dispuesto a enfrentar las sombras a su lado.
—Gracias, Leo. Eso significa mucho para mí —respondió, sintiendo que su corazón se abría un poco más.
Mientras se dirigían de regreso a casa, las sombras de su pasado aún existían, pero Amara sintió que tenía la fuerza suficiente para enfrentarlas, y Leo estaba a su lado, iluminando su camino.