Libro 3: Una guerra debe prevenirse

Capítulo 1 “El prisionero es liberado”

Universo: La zona oscura uno punto cinco.

Planeta: Desconocido.

Lugar: Desconocido.

 

Han pasado cuatro largos años y medio terrestres en la celda especial del forajido negro, también conocido como Élmer Homero; nombre que le gusta usar más. Cuatro y medio largos años desde que fue derrotado por el guardián sagrado del universo Rómgednar. Sus cuatro criadas han vivido encadenadas a sus órdenes y a sus deseos. El sucio departamento por fin está aseado, limpio e incluso remodelado; aunque las decoraciones negras no ayudan mucho para apreciar el gran cambio. Los cuerpos de los prisioneros no han cambiado para nada; siguen aparentando tener las mismas edades debido a su naturaleza inmortal.

Élmer Homero está sentado en un sillón, observando un partido de futbol americano en una televisión de pantalla plana. Inexplicablemente han estado apareciendo artilugios novedosos, sumándose al refrigerador que siempre ha estado en el departamento desde el principio; también han aparecido decoraciones con tema del arte oscuro (dark art): cuadros y pequeñas esculturas de hierro fundido. Ninguno necesita comer, por lo que eso es algo prescindible; aunque, debido a la naturaleza especial de la itqa-lirt Rebeca, ella cree que requiere de alimentos para sobrevivir. Es falso ese dato, pero su esencia átbermin controla su cuerpo avanzado robótico, el cual experimenta esa sensación de hambre y sed. Para fortuna de ella, desde que llegó a su nueva prisión desértica, han aparecido alimentos por arte de magia en el refrigerador y en una alacena; el departamento donde habitan Élmer Homero y sus criadas tiene una cocina, pero la única que realmente la utiliza es Rebeca. 

—Esto es realmente una pesadilla —le dice Aris en voz baja a su madre Réum Slee, claramente molesta.

Ellas dos y Sophi están sentadas alrededor de la mesa del comedor; por su parte, Rebeca está en su cuarto.

—Tenemos que soportarlo otro poco; el amo dijo que pronto saldremos —dice la matriarca entre dientes, susurrando.

—Lleva diciendo lo mismo desde hace mucho tiempo, poco después de que llegamos; de seguro nos está engañando —opina Sophi, molesta, prevaleciendo el volumen bajo en las palabras.

Al segundo siguiente, el forajido negro apaga la televisión.

—¿Se atreven a dudar de mi palabra? —pregunta Élmer Homero en voz alta, pero sin apartar la vista de la pantalla del aparato, modelo más reciente del actual y nuevo siglo veintiuno del planeta Tierra de la Vía Láctea.

El comedor está un poco alejado de la sala, pero el enmascarado las ha escuchado perfectamente; las tres mujeres se quedan calladas y temerosas, mientras Élmer Homero se acerca tranquilamente a la mesa. Él espera pacientemente por una respuesta, observando las caras asustadas de sus sirvientas.

—Lo siento amo. No era nuestra intención hacerlo enfadar —dice Réum Slee, agachando la cabeza; sus dos hijas realizan el mismo gesto de sumisión.

Segundos después Élmer Homero estira uno de sus brazos al frente; una cadena viviente dorada sujeta a la cilnlumoit Aris del cuello, para después jalarla con fuerza. Aris es arrastrada por la mesa, cayendo junto al forajido negro.

—Creo que es hora de divertirme un poco con tu cuerpo; y esta vez, no te retuerzas tanto —le advierte Élmer Homero a la mujer.

—Sí amo —dice Aris, manteniendo la cabeza agachada mientras se levanta.

El hombre enmascarado camina hacia un cuarto, jalando a su esclava sexual del cuello; la cadena viviente ahora es una correa improvisada.

Antes de llegar al dormitorio, un portal violeta se abre en el medio de la sala, generando mucha luz y ruido, a causa de algunos relámpagos que rodean esa grieta dimensional. Todos voltean, sorprendiéndose por lo que ocurre; Rebeca sale de su cuarto al escuchar el ruido.

Dos mujeres aparecen y se adentran en el departamento; instantes después, el portal desaparece.

—¡Ya llegaron! ¡Ya llegaron! —festeja el enmascarado, dejando libre a su criada y dirigiéndose con las visitantes.

Las cuatro sirvientas se acercan y examinan a las dos desconocidas. Ambas son mujeres adultas; una de veintiséis y la otra de treinta y dos años.

Una viste con moda punk. Su piel es morena clara, un poco delgada y de busto pequeño. Sus ojos son color lila claro con esclerótica color azul marino oscuro; otro rasgo peculiar en ella, son sus orejas puntiagudas.

Su compañera luce un hábito de una monja católica, pero es más de fantasía y más provocativo; no hay ningún símbolo cristiano o católico en ningún lado. No hay nada cubriendo su cabello corto negro, ondulado y despeinado; de todo el pelo, solo tiene un grupo pequeño de mechones color blanco. Su piel es morena oscura y tiene un cuerpo muy sensual. Sus ojos son completamente negros con iris verde claro brillantes.

—No está mal, aunque de seguro las que se encargaron de arreglar esto fueron nuestras hermanas —dice en voz alta la mujer mayor—. Ese Lozkar nunca se atrevió a levantar una pelusa de su celda.

—Demasiado simple para su persona, gran ama —dice la otra mujer, realizando una ligera reverencia.

Ambas visitantes miran atrás, encontrando al prisionero y sus criadas.




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