Libro 3: Una guerra debe prevenirse

Capítulo 2 “Nueve años después”

Universo: Vía Láctea.

Planeta: Tierra.

Lugar: Ciudad de México, México.

 

Nueve años es el tiempo que ha transcurrido desde que David Ricardo terminó de estudiar en la secundaria.

Ahora es un hombre de veinticuatro años, empleado de un restaurante. Sus decisiones (muy malas para casi todos sus conocidos, en especial sus padres) lo han llevado a este punto en su vida.

Su ámbito escolar fue de mal en peor desde ese primer día que se fue de «pinta». Estuvo en tres diferentes preparatorias, y en las tres fue expulsado por la misma razón: faltas injustificadas. Hartos, pero con suficiente amor (o compasión) por su hijo, doña Altagracia y don Gerardo obligaron al muchacho a buscar trabajo, después de enterarse que habían expulsado al mentiroso de la última escuela. Desde ese año David Ricardo ha estado vagando de trabajo en trabajo, hasta que por fin ha llegado a uno que le interesa de verdad.

Ha trabajado en este restaurante-pizzería italiana por un año; Ricardo es el pizzero artesanal. Siempre tiene que llegar temprano para limpiar sus palas de metal, y el horno de ladrillo que usa leña natural como principal combustible; de lejos, ese objeto tiene la apariencia de un iglú en miniatura color  rojizo. Es un trabajo de tiempo completo, pero la paga es buena.

Sus hermanas Diana y Alejandra tienen vidas aparte; ahora tienen hijos y viven en otros hogares. Don Gerardo sigue en su trabajo de oficina, pero ya es bastante pesado para él; Doña Altagracia, sigue fiel a su labor de ama de casa. Hace ocho años y medio, la familia completa se ha mudado a una nueva colonia y a una nueva delegación, cambiando la casa por un departamento en medio de una unidad habitacional. Diana y Alejandra se han mudado de hogar, por lo que Ricardo es el único que se ha quedado junto con sus padres.

Es de mañana y David sube a un transporte público, inaugurado hace casi un año: la línea dos del metrobús de la ciudad de México. Como siempre tiene que soportar el espacio apretado que dura todo el recorrido, viajando las diferentes personas igual a sardinas enlatadas, sin contar con el calor que se encierra en ese largo vehículo rojo. Poco a poco, los otros usuarios van bajando y aliviando la comodidad de David, hasta que es hora de transbordar a otra línea. Al llegar a la estación correcta, solo falta caminar varias cuadras hasta llegar a la calle Colima, ubicada en la colonia Roma Norte. Ahí está  «Ill Solleone», restaurante-pizzería. Ricardo saluda a su jefe y se pone a trabajar.

Llegan las primeras horas de la tarde y hoy parece un día calmado; demasiado calmado, porque no hay ningún cliente.

Ricardo está limpiando su área de trabajo cuando llegan dos hombres. Hay una ancha barra de madera en la zona de la pizzería, separando la misma área del resto del restaurante y las mesas. Los aparentes clientes se quedan parados, recargados en esa barra. Ambos tienen gabardinas, pero de diferente estilo; una de cuero y de color negra estilo gótico, mientras que la otra es de tela y de color blanco. Los dos desconocidos tienen puesta la capucha que incluye la larga prenda de vestir, ocultando sus rostros.

Ricardo espera unos momentos, creyendo que su amigo mesero, quien se encuentra al lado de la barra de bebidas próxima, se acercará para atender a los dos sujetos; pero, eso no ocurre. El mesero sigue esperando a que un cliente entre al lugar. Las dos personas recargadas en la barra de David, parece que son invisibles para su compañero de trabajo. Extrañamente, Ricardo empieza a tener una sensación Déja Vù, mas no logra acordarse de dónde conoce a estos dos sujetos misteriosos y silenciosos.

—Oye —dice una voz, desconcentrando al pizzero de sus pensamientos. Es su compañero chef Miguel, quien ha entrado por una puerta trasera que da a la cocina.

—Sí, ¿qué pasa? —inquiere David, logrando mantenerse calmado.

—¿Cuánto tienes de tu ración de verduras para la pizza vegetariana? —inquiere Miguel.        

Ricardo abre el refrigerador cercano, mostrándole el recipiente metálico donde hay rebanadas de calabaza, berenjena y jitomate.

—Me alcanzan para seis u ocho pizzas —dice David.

—Dame la mitad para preparar nuestra comida. No creo que hoy esté concurrido —dice Miguel, acercándose a la barra para darle un vistazo a las mesas vacías.

Para sorpresa de Ricardo, el chef casi está frente a frente de la persona que viste de negro, pero Miguel no lo puede ver; ni siquiera cuando el sujeto le pasa la mano al frente de su cara varias veces.

«Esto ya lo he visto antes, ¿pero dónde? ¿Dónde?», piensa Ricardo.

Al segundo siguiente, el compañero mesero se acerca con el chef Miguel para platicar unos momentos. El hombre del otro lado también se recarga en la barra, prácticamente hombro con hombro con el mismo sujeto de gabardina negra. Ya está comprobado. Las dos personas son alucinaciones, porque ninguno de los dos compañeros de trabajo puede verlos; y si hablaran, tampoco los escucharían. La plática acaba pronto y Miguel regresa a la cocina

—Pronto comeremos, espera otros minutos —le dice el chef al pizzero. Por su parte el mesero sale afuera para tratar de atraer clientes.

Una vez que se ha quedado solo, ocurre un hecho inquietante para el hombre de las pizzas.




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