Libro 3: Una guerra debe prevenirse

Capítulo 4 “De vuelta a viejos horizontes”

Universo: Vía Láctea.

Planeta: Tierra.

Lugar: Ciudad de México, México.

 

Llega la mañana del día martes y del día de descanso. David se despierta, recordando lo ocurrido ayer. ¿O habrá sido un sueño?

Los recuerdos de su aventura de antaño, visitando otros universos y enfrentándose contra seres extraños siguen frescos; pero las supuestas vivencias de este tipo, son iguales a los escasos sueños que ha logrado guardar en su memoria de largo plazo.

«No lo sé; de todas formas iré a esa calle solitaria donde le dije a Édznah que podíamos abrir el portal. Si no me lo encuentro, puedo pasear un poco por el centro», piensa Ricardo mientras se viste. Ahora que tiene un cuarto para él solo, incluyendo una puerta, disfruta de poder relajarse y de dormir más a gusto entre otros beneficios.

Sus gustos por la ropa casual y botas de diferentes colores no ha cambiado mucho; sigue usando jeans azules y camisetas de manga corta, agregando una prenda de vestir que tiene algunos años de antigüedad. Don Gerardo ha mostrado un pequeño acto de caridad a su hijo, comprándole algo de ropa, incluyendo una chamarra de mezclilla azul con piel de borrego café por dentro; ahora que David ha recordado sus recuerdos perdidos, examina esa ropa cálida.

«Extraño», piensa David al contemplarla. «La chamarra que me compró mi papá, es idéntica a la que me regalaron los Miksids. Cuando regresé a la Tierra, luego de que me despedí, mis ropas de Rómgednar desaparecieron; estaba vestido igual a cuando salí de la casa esa mañana», luego de este pensamiento, se acomoda la chamarra. 

Listo y arreglado Ricardo sale de su cuarto, a tiempo para ver a su padre salir del departamento, teniendo que soportar otro día de trabajo. Doña Altagracia no puede salir de la rutina tan fácilmente; le prepara a su hijo un desayuno: milanesa de res con ensalada de lechuga y jitomate. David acepta la comida y desayuna tranquilamente.

Ya está casi listo para salir, solo falta arreglarse su cabello corto, usando el gel que hasta el día de hoy no ha dejado de usar, siempre peinándolo todo hacia atrás. Ricardo se despide de su madre, diciendo que regresará en la tarde, inseguro de que solo será un paseo más en otro día de descanso… o una segunda aventura en otro universo.

El joven adulto camina hasta la parada del metrobús, donde espera pacientemente; no es muy temprano, pero varios autobuses van llenos. El hombre no tiene prisa, por lo que decide esperar a que pase uno con asientos disponibles; tiene que dejar pasar a tres vehículos, hasta que llega uno con pocos pasajeros. Mientras espera llegar a su destino, no puede dejar de pensar en lo que le espera: encontrarse a viejos amigos y conocer otros lugares; aunque, prefiere no volver a encontrarse con viejos enemigos.

Nunca pudo reconocer completamente a ese enmascarado con quien se enfrentó al final, antes de regresar. Esa sensación de que lo ha visto anteriormente vuelve a todo su ser, no solamente a su mente; pero ahora esa sensación es más fuerte que la vez pasada, apareciendo las primeras señales de miedo y preocupación. Rápidamente trata de tranquilizarse, enfocándose en los buenos recuerdos.

El autobús articulado llega a la estación «Etiopía», lugar donde David tiene que tomar otro transporte público: el metro. Ahora el tren subterráneo tiene que viajar por cuatro estaciones; llegando a la estación «Balderas» Ricardo nuevamente sube a las calles. Faltan unas varias cuadras más, pero al hombre le gusta caminar; avanza junto a una pequeña plaza, sin darse cuenta de que dos sospechosos lo empiezan a seguir.

Ricardo avanza hasta que da vuelta en una calle, alejándose de la avenida importante por donde venía caminando. Esa calle y las circundantes están concurridas los fines de semana, pero como hoy es un día entre semana está casi solitaria, sumando que la mayoría de los comercios están cerrados a estas horas.

«¿Aquí es la calle, jefe?», es lo que escucha David en su mente.

Ricardo se sorprende por un segundo, logrando permanecer calmado.

«Sí aquí es. Es en la primera esquina; espérenme ahí», piensa David.

El hombre llega al lugar; espera a que el semáforo cambie a verde y atraviesa de forma segura. Se recarga en la pared del edificio antiguo, el cual ahora es una casa de empeño; mira hacia ambos lados, alegrándose de que sus predicciones acertaron. Uno que otro automóvil transita por el cruce; hay casi nada de peatones, a pesar de que a tres cuadras se encuentra la alameda central. Un espacio turístico importante de la ciudad.

«Ya pueden salir, aunque no importa si se aparece alguien. Yo soy el único que puede verlos y oírlos», dice Ricardo con el pensamiento.

Segundos después, dos pájaros descienden de los cielos: una paloma totalmente blanca y un zanate mexicano macho totalmente negro. Primeramente el hombre los mira sin mucho interés, todavía esperando que sus dos consejeros se aparezcan.

—¿Qué le parece nuestra nuova immagine, capo? —habla el zanate en voz alta.

«¿Fiorello? ¿Eres tú?», inquiere David con el pensamiento.

—Así es, y este de aquí es mi collega —dice el pájaro negro, señalando a la paloma con su ala.

Ricardo no dice nada por unos instantes; luego, una luz blanca envuelve a la paloma, mientras un humo negro hace lo mismo con el zanate. Segundos después, los pájaros desaparecen; Abihu y Fiorello toman sus lugares, presentándose con su apariencia humana y ropas distintivas.




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