Universo: Rómgednar.
Planeta: Sepnaru.
Lugar: Ciudad de México, México.
Un portal dimensional se abre en medio de un estacionamiento público, adentro de un edificio. Hay unos cuantos automóviles estacionados, pero la mayoría está solitario; lámparas largas led aportan la luz blanca de alrededor. Tres hombres salen de la grieta dimensional tranquilamente, deteniéndose un par de pasos adelante; al instante siguiente, el portal se cierra.
—De vuelta a este sitio —dice Abihu en voz alta.
—¿En dónde estamos? —inquiere David, volteando a todos lados.
—Ya lo sabrá, capo —menciona Fiorello, mientras saca un celular con pantalla táctil de su bolsillo, marcando y esperando. La persona del otro lado no tarda en responder, iniciando la conversación telefónica—. Buona sera Francesco. Ya llegamos al edificio junto con el protector. ¿Subimos o ustedes bajan?
Evangelos se queda callado unos momentos mientras recibe las instrucciones.
—Molto bene; subimos entonces. Ciao —dice Fiorello para después colgar; luego le dice a sus compañeros mientras guarda el celular en su gabardina—. Hay que subir al piso cincuenta; los dos compañeros nos esperan ahí. —Acto seguido extrae dos tarjetas del bolsillo izquierdo de su pantalón, entregándoselas a Ricardo—. Tenga capo; en unos momentos las necesitará.
David observa las tarjetas: una es parecida a la que usa para el metrobús, mientras que la otra es blanca con el logo de un león alado, junto con dos palabras y un número: Club cincuenta y uno, México.
—Ahora síguenos. Hay que caminar un poco —dice Édznah dirigiéndose a la salida del estacionamiento cercano; Fiorello también avanza, siguiendo a su compañero.
Ricardo alcanza a sus dos consejeros mientras se guarda las tarjetas de plástico en un bolsillo de su pantalón. El humano terrestre ve que es de día; por el momento no reconoce la calle. Camina un tanto hasta la esquina, donde los entes inferiores dan vuelta a la derecha; Ricardo los sigue de cerca.
—¿Qué hora es, colega? Nos fuimos muy temprano y todavía es de día; puede ser que nos hayamos tardado todo un día entero —comenta Édznah.
—Son las dos y media de la tarde del mismo día, no nos tardamos tanto —expresa Fiorello después de darle un vistazo a su celular.
En medio de la caminata, David tiene una duda.
—No podemos volar; sería más rápido.
—Nos encontramos en el planeta Sepnaru, jefe. Recuerde que aquí no tenemos tantas libertades de mostrar nuestras habilidades; muy diferente de Pérsua Ifpabe o de Monsílut —comenta Édznah.
—Exactamente, ¿en qué parte de Sepnaru nos encontramos? —pregunta Ricardo con mucho interés.
—Nos encontramos en la ciudad de México, cerca del bosque de Chapultepec. Han pasado tres años desde que te fuiste de las cercanías de esta urbe —informa Abihu.
Al llegar a la siguiente esquina, por fin el visitante reconoce su ciudad; la copia de su comunidad natal. Se encuentra en la esquina de la cuadra que ocupa la torre mayor; uno de varios rascacielos que hay en la ciudad capital.
—¡¿Tres años?!, ¡¿en serio han pasado tres años?! —inquiere Ricardo, sorprendiéndose.
—¿Se asombra por solo tre anni, capo? Yo pensaba que los nueve años en su planeta eran más impressionanti —dice Evangelos con una sonrisa.
Los consejeros siguen caminando, hasta guiar a Ricardo a las puertas principales de ese gran edificio, para luego acercarse a una de varias recepcionistas de la torre mayor. Guiado mentalmente por los dos entes inferiores, Ricardo le muestra a la átbermin su tarjeta de miembro del «club cincuenta y uno», al mismo tiempo que le informa que lo están esperando. La recepcionista realiza una llamada al piso cincuenta, confirmando que están esperando al señor David Ricardo.
Con el permiso dado, Ricardo usa la otra tarjeta para poder activar un torniquete electrónico; ya adentro, el visitante se dirige al elevador más cercano y sube hasta el piso cincuenta. Abihu intenta distraer a David; el hombre de veinticuatro años platica algo de su vida desastrosa, abarcando lo más posible de los trabajos que ha tenido y la vida familiar. Nada más. Al preguntarle por amigos nuevos, solo menciona a los actuales que tiene en la pizzería; cuando Fiorello le pregunta por alguna novia, Ricardo responde apenado que no ha tenido ninguna. La pena se va rápido al llegar al piso cuarenta y nueve.
El hombre se asombra al llegar al lugar; nunca imaginó que estaría pisando un lugar de este estatus social tan alto. Al salir del elevador, hay un pasillo con dos asientos acolchados para sentarse, junto con los otros cinco elevadores y dos televisiones empotradas en ambas paredes. Al mirar hacia un lado, descubre a dos hombres de traje abrirle dos puertas de madera y cristal. Ricardo entra a la recepción del «club cincuenta y uno», todavía sin poder hablar.
—Señor. Tenemos que revisarlo. Levante los brazos —le ordena uno de los hombres vestidos elegantemente.
Algo nervioso Ricardo obedece, esperando mientras los hombres se aseguran de que no oculte nada sospechoso.
—Está limpio. Adelante —expresa el útbermin al acabar la revisión.