Libro 3: Una guerra debe prevenirse

Capítulo 6 “La pequeña Quetzalzin”

Aprovechando la invitación, Ricardo se dirige al piso cincuenta y uno. Los empleados del restaurante han juntado varias mesas para formar un buffet. David se sirve un poco de todo, acomodándose después en una de varias mesas disponibles, siempre acompañado de sus dos consejeros.

—¿En serio está tan mal por aquí? —inquiere el hombre, tratando de darse una idea más clara de lo que le espera.

—No es que ocurran más desastres de gran magnitud a diario, pero la maldad se ha expandido de una manera sorprendente; los qumksos y cilnlumoíts ahora intervienen en el plano mortal con más libertad que antes —dice Abihu.

—Lo que se traduce con más inseguridad, más odio sin sentido, más violencia y más muertes de inocentes. Aquí en Sepnaru apenas se están notando esas catrastofi; pero en Monsílut y Pérsua Ifpabe son más evidentes. Varios reinos y sectores mortales ya se han aliado para combatir a los demonios del plano divino; solo han sobrevivido por pura suerte hasta el momento —comenta Fiorello con voz desanimada—. Lo que en verdad les preocupa a Ÿékactec, Kijuxe y Madogis, es que esas donne demoni y ese forajido negro destruyan por completo este universo.

—El otro posible horror, es que esos entes demoníacos femeninos y ese enmascarado asesinen a los tres dioses, terminando por controlar nuestro hogar. Todos seriamos esclavos eternos y ellos serían los únicos regentes absolutos de Rómgednar —agrega Abihu.

Es mala idea comer en medio de una plática de este tipo, llena de malas noticias; pero Ricardo sí tiene hambre, por lo que empieza a comer para calmarse. Al quedar satisfecho y empezando por reposar la comida, hace otra pregunta.

—Ahora vamos a recibir ayuda de este grupo especial; eso dijo Francisco. ¿Acaso México y otro país pretenden aliarse? —inquiere David.

—No realmente —dice la voz de Friedrich, quien se acerca y sienta en otra silla. Lo único que se ha cambiado es el saco por su acostumbrada bata blanca; agregando una mochila militar táctica pequeña en su espalda. En su cinturón, acomodado en un estuche especial, está guardado su bastón Bō retráctil forjado con élpiu. Ya acomodado en su asiento, el doctor sigue hablando—. Es solo una forma del comandante supremo de enmendar lo que él piensa que provocó, al tratar de quedarse con la enciclopedia Cóvniem hace tres años.

»Tal como dijo Evangelos, la violencia y criminalidad en el planeta aumentó drásticamente en este último año; ahora no solo tenemos que lidiar con el problema del crimen organizado que ha empeorado. Han surgido sectas demoníacas en todo el país, lo que ha generado nuevas formas de crímenes horrendos. No servirá de nada que estemos podando la mala hierba cada cierto tiempo; hay que arrancarla desde la raíz. Por eso te necesitamos.     

Al final de hablar, aparece Francisco con su uniforme militar verde y chaleco con múltiples estuches; su cara está pintada con un patrón de camuflaje verde y ahora su boina es de color negro. Carga su rifle de asalto especial en la espalda, además de su cuchillo Bowie en el estuche de su pierna.

—¿Listos para partir? —pregunta el soldado con una sonrisa en el rostro.

—Muy bien, ¿A dónde iremos primero? —le pregunta David a Édznah.

—Al valle de Zalecn; tenemos que llegar a una aldea en especial. Se han establecido al pie de la montaña principal —responde Abihu mientras se pone de pie.

—Y, ¿no sabes si regresaremos a Sepnaru? El presidente no está muy seguro de permitir a nuestros compañeros viajar a otro planeta; si es Pérsua Ifpabe, menos —dice Friedrich algo preocupado.

—Ya te dijimos que no sabemos. Capisce —dice Evangelos un poco molesto, siendo el último en ponerse de pie.

Todos se alistan para retirarse, pero en esos momentos se escuchan los gritos de alguien.

—¡Espere comandante!, ¡espere!

Al voltear, los cinco personajes observan a un soldado faípfem canino. Es el soldado Firulais, quien ha recibido un ascenso; sujeta de la mano a una niña de ocho años.

—¿Qué pasa, sargento Firulais? —pregunta Francisco.

—Lo siento mucho comandante, pero no pude encontrar a alguien para que cuide a su hija; todos están demasiado ocupados. Me parece que se la tendrá que llevar con usted —dice el sargento con nerviosismo.

—¡¿Queeé?! ¡Está loco! ¡No pienso poner en peligro a mi hija! ¡Busque bien, tiene que haber uno que esté desocupado! —ordena Francisco muy molesto.

—Pe… pe… pero señor, todos están muy ocupados, coordinándose y preparando todo —responde temeroso el sargento Firulais.

—Papá, quiero ir contigo, por favor —dice la pequeña, acercándose con Francisco y abrazándolo, mostrando una cara triste.

Ella viste ropa casual. Sus cabellos son lacios, largos y de color castaño chocolate. El color de los ojos de la niña, es uno de los más extraños que puede aparecer en un ótbermin: coral. Los iris de la pequeña son de color coral oscuro.

—Pero Quetzalzin, no puedes venir; será muy peligroso —le dice Francisco con voz tierna mientras se hinca.

Al segundo siguiente la pequeña voltea con el éphimit, acercándose rápidamente con él.

—El tío Abihu me puede cuidar —dice ella, mostrando una ligera sonrisa al mismo tiempo que lo abraza. Édznah corresponde la muestra de afecto palpando la cabeza de la niña.




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