Universo: Rómgednar.
Planeta: Pérsua Ifpabe.
Lugar: Valle de Zalecn.
Un portal se abre y los seis viajeros llegan a su destino árido; el valle de Zalecn es un valle seco de color café claro, donde hay pocos arbustos esparcidos en la llanura y las montañas. Un panorama desolador para que un poblado logre establecerse aquí; pero no todo el valle de Zalecn es así.
—Aquí estamos —dice Abihu.
—¿Dónde? ¿No se supone que debíamos de llegar a una aldea? —inquiere Ricardo.
—No se preocupe jefe. Es cerca de este lugar; abrimos el portal aquí por una razón —explica Édznah para luego voltear con Friedrich, Francisco y su hija, diciéndoles—. Ustedes tienen que cambiarse de ropas; recuerden que los persaulitas ahora no aceptan absolutamente nada de tecnología; si se presentan así en la aldea, no los recibirán.
—Ni aquí ni en otro lugar del planeta —agrega Fiorello.
—¿Ni siquiera si el protector nos acompaña? —pregunta Quetzalzin señalando a David.
—No, pero yo puedo ayudarles —dice Abihu.
Usando sus poderes, Édznah envuelve el cuerpo de los tres ótbermins mexicanos con luz blanca (*10) por unos momentos; al irse esa luz, Friedrich y Francisco ahora visten ropas que usaron en su gran aventura pasada: un lidjoib (*11) y un caballero con armadura de placas. La mochila de Friedrich se convierte en un simple morral, añadiendo otros estuches entre sus ropas; por su parte, Francisco tiene que invocar su fuerza ancestral de guerrero mexica, transformando su rifle de asalto en un macuahuitl de acero. En cuanto a la niña, sus ropas casuales modernas cambian por un conjunto de pueblerina medieval, sin nada de accesorios que cubran su cabeza.
—No me gusta esta ropa —dice la pequeña Quetzalzin, mirando la larga falda de su vestido.
—Ya oíste a tu tío Abihu; es la ropa que tendrás que usar por el momento —le comenta su padre.
Para finalizar todos voltean con Ricardo, quien todavía usa sus ropas modernas terrestres; David se percata que están esperando algo, por lo que pregunta el porqué lo miran así.
—Tiene que mostrar su apariencia de protector, capo —dice Fiorello, inquiriendo al final—. Sí… recuerda como activar sus poderes, ¿verdad?
—Eso espero —dice Ricardo.
David cierra los ojos y trata de concentrarse en los poderes de Akhol e Ilemn. Más recuerdos llegan a su mente: la primera vez que los conoció, cuando se encontraron nuevamente en la ciudad de los extranjeros, cuando los salvó del doctor Ritter, entre otros sucesos pasados. Mentaliza un bloque de hielo o una roca; se concentra y concentra, pero al final nada ocurre. Lo intenta varias veces más, sin embargo no puede hacerlo.
Los ayudantes, consejeros y una niña esperan expectantes, hasta que Ricardo se rinde. Se excusa por el momento, diciendo que necesita un poco más de tiempo para recordar cómo activar su poder descomunal; han pasado nueve años para su cuerpo, sumando que lo olvidó todo en ese tiempo. Al principio, Édznah duda que sea buena idea que Ricardo se presente con las ropas que trae puestas, pero el protector tiene que usar algo distintivo para que los residentes sepan que ha regresado. Sin otra idea mejor, el doctor Friedrich propone que David se quede con las ropas modernas.
Sin más tiempo que perder, el grupo inicia el viaje. Para moverse más rápido, Abihu y Fiorello cargan al resto de los compañeros; el jócsolfu maldito usa dos de sus cadenas vivientes. La pequeña Quetzalzin viaja en la espalda de Abihu, sujetándose de dos alas blancas.
En poco tiempo, el grupo llega a una aldea asentada en el pie de la montaña más grande del valle Zalecn. Esa comunidad también vive cerca de un lago, la cual se ubica en un páramo a diez minutos de camino a pie; la buena noticia es que tienen carretas haladas por zilhaos (*12) domesticados. Las viviendas son demasiado simples: algunas son chozas de barro y otras son tiendas de telas; hay un camino que lleva a una mina en la montaña, debido a que los residentes locales se dedican a la minería y al forjado de diferentes metales. Hay varias barricadas de íbqul esparcidas, protegiendo la pequeña comunidad de los recientes peligros en el astro. Los lugareños, los cuales son faipfems de diversos animales y ótbermins, pronto avistan al grupo que se acerca por el cielo; un faípfem se dirige rápidamente con los jefes de la aldea, avisándoles de la visita repentina.
Al bajar a tierra firme, sobrepasando apenas las barricadas, los seis visitantes se acercan y adentran tranquilamente entre las viviendas; se tienen que detener cuando los aldeanos los rodean, apuntándoles con diferentes lanzas mientras otros empuñan espadas, todos mostrando una cara seria.
«Jefe, es hora de que se presente. Dígales que quiere hablar con el líder de la comunidad», le dice Abihu mentalmente a Ricardo.
«¿Yo? ¿No lo puedes hacer tú? ¡Oh! ¡Es cierto! De seguro ellos no te pueden ver ni oír. ¡Demonios!», responde Ricardo con el pensamiento, preocupado.
«De hecho… en este planeta es más fácil que nos vean», dice Édznah.
—¿Quiénes son ustedes y que quieren? ¿Acaso son los emisarios por parte de Madogis? —pregunta un habitante.
«Usted diga que sí, capo», le indica Fiorello a David.