Ricardo y los otros siguen al líder; Friedrich se ha dado cuenta de que Francisco y Quetzalzin han acompañado a la hevpou Nila a otro lugar. Ya luego se reunirán por él. El dirigente ótsilper avanza hasta llegar a una choza de barro más, entre las variadas que conforman la aldea; al igual que casi todas las demás, hay una forja al aire libre junto a la vivienda. Ahí se encuentra el faípfem de un puma, trabajando en una armadura de placas; tal parece que es el dueño de la casa. Aparte de sus ropas de tela, usa un gran delantal de herrero.
Antes de acercarse más el útbermin líder les pide a los emisarios esperar, para después acercarse con el animal antropomorfo.
«No se ve mal. Es fuerte y de seguro es ágil; es un felino», piensa Ricardo, al observar el cuerpo musculoso del faípfem macho mientras conversa con el jefe ótsilper.
Momentos después, el puma se aleja de su forja, para luego gritar fuertemente en dirección a la entrada de su choza de barro.
—¡Enmaru! ¡Ven aquí inmediatamente!
Pocos segundos después, un niño de nueve años sale de la choza. Es un niño útbermin, de piel morena clara y ojos color café siena; su pelo es corto, rizado y de color negro. Curiosamente, sus ropas de pueblerino son similares a las que Abihu hizo aparecer para Quetzalzin. El pequeño se acerca con el faípfem.
—¿Qué ocurre, señor? —inquiere Enmaru con seriedad.
—Ya llegaron por ti. Desde hoy dejas de ser mi hijo adoptivo; ellos serán tu nueva familia —le dice el felino, señalando a los cuatro hombres cercanos.
Apenas el niño observa a los otros sujetos con apariencia humana, al igual que él, se acerca velozmente a ellos. Se detiene justamente al frente de Ricardo, preguntándole con la esperanza de haber encontrado un lugar mejor.
—¿En serio serán mi nueva familia?
Ricardo no sabe qué contestar.
«¿No se supone que estamos buscando a un guerrero?», piensa David en su mente, muy confundido.
—Así es pequeño Enmaru —dice el dirigente ótsilper, acercándose y dirigiéndose con los emisarios—. Este es el elegido por Madogis. Hace pocas semanas que apareció en las cercanías; sufre de amnesia y no recuerda nada de sus padres o el lugar donde proviene. Solo recuerda su nombre, el cual es Enmaru Umgfeh. El lidjoib mayor le permitió quedarse con nosotros, porque nuestro dios Madogis ha dicho que es el nuevo ayudante del protector del universo. Eso es todo por mi parte; de seguro tienen mucha prisa para dirigirse a su siguiente destino, así que me retiró. Sí quieren algún favor antes de irse solo díganme. Hasta luego.
El líder ótsilper se va y el faípfem se mete a su choza de barro; se escucha muy bien cuando la familia del puma antropomorfo festeja por algo.
Ricardo ya estaba por gritarle al útbermin dirigente que debe haber algún error, pero en esos momentos el niño se acerca y le da un fuerte abrazo.
—Gracias por llegar por mí; ya quería irme de aquí. Nadie me quiere y siempre me están regañando —dice el pequeño, llorando de alegría.
Ricardo se dirige con sus dos consejeros, todavía con el niño abrazándolo.
—Explíquenme esto. ¿No se supone que veníamos por un poderoso guerrero? —pregunta el hombre claramente molesto, pero sin atreverse a gritar.
—Eso es lo que me dijo mi antiguo amo, Kijuxe —dice Abihu tranquilamente.
—Solo dijimos guerrero; recuerde que nadie es tan poderoso como usted, capo —le recuerda Fiorello, igual de tranquilo.
—¿No pueden preguntarle a Kijuxe si en realidad es el… guerrero que buscamos? —inquiere David, un poco más tranquilo.
Para mala suerte, Fiorello le dice que Madogis ha escogido a este ayudante, justo como acaba de decir el jefe de la aldea; si él dice que el niño es el elegido, tiene que serlo. Por fortuna, otro compañero tiene una idea.
—Hay una manera fácil de corroborarlo —dice el doctor Friedrich; luego se hinca, hablándole al niño—. Oye, Enmaru.
El pequeño voltea; ya ha dejado de llorar y sigue feliz.
—Por supuesto que ahora somos tu nueva familia, pero antes, ¿puedo preguntarte algo?
Enmaru solo asiente con la cabeza.
—¿Posees talentos o habilidades especiales? —indaga Friedrich.
—Sí. Sí los tengo; soy un lidjoib, igual a usted. Puedo transformar la luz yaerp en muchas cosas; algunas son peligrosas, pero ya he aprendido que no debo hacerlo sin supervisión —responde el pequeño, señalando al doctor vestido con ropas medievales.
Ahora Friedrich se dirige con sus compañeros.
—Sí, sí es él —dice el científico.
—¿Y puedes demostrarnos tus habilidades ahora mismo? —le pregunta Ricardo al pequeño.
—No, no puedo. El rey y los vecinos me prohibieron usar mis poderes adentro de la aldea. Hace poco me equivoqué con un conjuro; destruí parte de una casa y esa familia se enojó mucho —dice Enmaru, apenado.
—Bene, al menos ahora sabemos que tiene la capacidad de destruir una pequeña casa; eso ya es algo —comenta Fiorello, impaciente por irse.
—Está bien —dice Ricardo, volteando con el niño—. Bienvenido al grupo, Enmaru —dice él, mientras coloca una mano en un hombro del pequeño.