Libro 3: Una guerra debe prevenirse

Capítulo 11 “Una prueba más convincente”

De aquí hasta casi el final, todo ocurre en el universo Rómgednar.

Planeta: Omdípmuc.

Lugar: Centro del planeta; salón del trono de Madogis.

 

El dios serpiente cornudo acaba de ser reprendido por la deidad única, prohibiéndole a él y a sus soldados acercarse a cualquiera de las almas provenientes del planeta Erláit; sobre todo, tienen que mantener distancia del gitano Albert Cathal. Hecha la advertencia, la entidad excelsa absoluta se desvanece. Muy triste por la reciente catástrofe, Madogis se acomoda en su trono de íbqul negro, suavizado con cojines púrpuras muy oscuro. La gran cueva no ha sufrido grandes cambios en los tantos milenios que el dios malévolo ha vivido ahí; solo hay grandes antorchas para alumbrar el lugar.

—¿Ahora qué hicieron para hacer enojar tanto a nuestro padre? —inquiere seriamente una voz que se acerca.

Es el dios Ÿékactec, ahora mostrándose con el cuerpo de un faípfem común: un venado macho con su cornamenta; mide cientos de metros, al igual que su compañero reptil.

—Nosotros no hicimos nada. El despistado fue el dios malévolo del universo Píteri; ese Satanás no debió de inmiscuirse en estos asuntos —dice Madogis, desilusionado.

—Pero aún queda esperanza, siempre y cuando el poder dormido del guardián sagrado romaní despierte —dice Ÿékactec con un poco más de ánimo.

—¿No oíste lo que madre acaba de decir? Cathal acaba de viajar a través de un portal maligno; su cuerpo mortal va a ser afectado y todo acabará mal. Si hubiera sido un dios malévolo más débil no habría problema, pero Satanás es el otro hijo mayor malévolo de nuestra madre; mayor en poder y maldad que Ginjo —explica Madogis, quien siempre ha considerado a la deidad única como una madre—. Su hogar es el universo Píteri, pero constantemente viaja al planeta Tierra de la Vía Láctea para ayudar a su alumno Lucifer; por fortuna, nunca ha mostrado interés en los otros universos.  

—¿Engañó a su compañero regente para transportar a Cathal a nuestro universo? Tal vez era un plan de él desde el principio para realizar una gran maldad —medita Ÿékactec en voz alta.

—Es una gran posibilidad; de seguro se aprovechó de las buenas intenciones de Jehová, quien quería darles una segunda vida a esas almas. Por su culpa ahora nuestro universo está condenado —dice Madogis, muy molesto.

—No estamos tan condenados como piensas —dice la voz de Kijuxe, quien aparece después de un efímero resplandor blanco; sigue en su forma de humanoide con piel dorada. El dios de la naturaleza y el dios malévolo se quedan serios, esperando a que su compañero siga hablando—. Padre está exagerando. Albert es un guardián sagrado, por lo que la maldad de Satanás no pudo haberle afectado tanto. Existe la posibilidad de que su poder dormido haya protegido su corazón; tenemos que hacer despertar su verdadera fuerza lo más rápido posible —explica Kijuxe, tratando de animar a sus hermanos—. El plan sigue en pie; tenemos que encomendarle la misión a Cathal para hacer despertar su poder.

—¿Ya llegó? —inquiere Ÿékactec.

—En unos momentos llegará, todavía está viajando en el portal que abrió ese dios maligno; desafortunadamente, Ricardo y sus ayudantes todavía no llegan a su siguiente objetivo en el bosque. Hay que mandar a alguien para recibir a Cathal, quien de seguro estará bastante confundido —dice Kijuxe.

—Envía a Sott o a Γυδςεδ; ellos ya lo conocen —propone Madogis, todavía sentado en su trono.

—Lo conocen, pero convivieron poco con él; no servirán de mucho —antepone Kijuxe.

—No podemos enviar a nadie más; tus otros sirvientes y mis súbditos ya no son de fiar —dice Madogis, desanimado.

—¿Qué hay acerca de los otros guerreros faipfems que ayudaron en la guerra de las estrellas? Una ya está acompañando al protector Ricardo: Nila Oleim. Si llamamos a los otros, podrán ser de mucha ayuda cuando los dos guardianes se conozcan. Su moralidad no ha cambiado —opina Ÿékactec.

Los otros dos dioses se quedan pensando en esa opción; al principio parece buena, pero pueden surgir problemas de viejos rencores. Luego de meditarlo, los dioses se dan cuenta que es la mejor opción; nuevamente pueden ordenarles mantener una tregua para evitar confrontaciones de antaño. Kijuxe comenta que puede haber un problema mayor con Akuris, debido a la reciente prohibición de la deidad única; pero Madogis le recuerda que Akuris Gaels ya no es parte de su reino, porque la desterró hace tiempo. Por su parte, Ÿékactec ofrece a un joven soldado suyo para ayudar en esta misión especial; los otros dos dioses regentes aceptan esa ayuda.

Pocos segundos después, Madogis escucha un mensaje por parte de Fiorello, quien le pide localizar a su amante y le ayude a llegar con él; complacido, el dios le promete hacerlo. Les comparte esta noticia con sus hermanos, lo que significa que solo tres de los guerreros faipfems llegarán con Cathal; el soldado por parte de Ÿékactec tiene que esperar para que los guardianes pasen por él.

Mientras Kijuxe calcula el lugar donde llegará Albert Cathal, Ÿékactec se comunica con los tres guerreros faipfems, encomendándoles viajar al planeta Sepnaru y cuidar al guardián sagrado de Érláit.

Los tres dioses desean que el protector de Rómgednar no tarde mucho en completar su corta búsqueda. 




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