Planeta: Sepnaru.
Lugar: Times Square. New York. Estados Unidos.
En poco más de un abrir y cerrar de ojos, un portal se abre adentro de un pasaje peatonal y entrada de un teatro, cerca de la séptima avenida, a pocos metros de la famosa intersección de calles de la ciudad de Manhattan. Son las primeras horas de la tarde. Una persona emerge de ese efímero portal, justo en el momento en que el sitio está solitario.
—¡¿Qué está pasando?! ¡¿En dónde rayos estoy?! —se pregunta el hombre que ha caído al suelo. Su cabeza le da vueltas y está desorientado.
Con todas sus fuerzas, Albert Cathal se levanta y se mantiene recargado en la pared cercana, esperando a que ese mareo se vaya.
«Demonios negros; eran demonios negros. ¡Bastardos! ¡Malditos engendros!», se desahoga Albert en su mente mientras se cubre la cara con una mano, ocultando su sufrimiento; «mataron a todos; a mis hombres, a los habitantes del bosque... a Zelinda, Kirill, Bárem, a… de seguro ellos fueron los que capturaron a Kéilan… asesinaron a todos mis amigos. ¡Desgraciados!». Piensa Cathal, apareciendo las primeras lágrimas al tanto que surgen otros pensamientos. «¿En dónde estoy? ¿En dónde?».
Cathal se atreve a dar un vistazo alrededor, observando que está en medio de un túnel muy extraño; nunca había visto una arquitectura o materiales de este tipo: losetas de concreto pulido, sumando diferentes bombillas de luz. Se aventura a dar varios pasos afuera de la entrada del teatro, encontrando una calle y un rascacielos.
«¿Qué reino será este?», se pregunta Cathal a sí mismo; «esos carruajes o carretas son muy extraños», se dice él en la mente, contemplando los automóviles y autobuses que pasan por la calle. Muy extrañado, el gitano Albert camina hasta la séptima avenida, encontrándose con una multitud de habitantes, más rascacielos y más automóviles entre otras cosas.
Albert no puede entender nada de nada. Todos usan ropas extrañas, dejando al descubierto parte de su cuerpo; por su parte, Cathal sigue vistiendo sus ropas de gitano medieval (camisa, chaleco, pantalón, botas, fajín y pañuelo que le cubre la cabeza), sumando sus alhajas mágicas. Por unos momentos, el gitano se queda perplejo por el nuevo panorama; pero rápidamente vuelven los recientes recuerdos, percatándose de una probabilidad.
«¡La familia real del Norte y los guerreros del Este! Tal vez ellos se han salvado», piensa Cathal, esperanzado de que esa posibilidad exista.
Trata de caminar por las calles atestadas de ótbermins y faipfems, pero provoca un caos a donde quiera que vaya: chocando con otros transeúntes o cruzando una calle cuando el semáforo está en rojo. Trata de pedir ayuda, pero no entiende para nada el idioma local. Camina sin rumbo por varias calles, hasta que dos seres desconocidos se le acercan.
—¿Tú eres el gitano Albert Cathal? —le pregunta una voz masculina desde atrás.
El romaní se alegra de haber encontrado a una persona que habla su idioma.
—¡Sí! ¡Yo soy! —exclama Cathal muy alegre al mismo tiempo que se da la vuelta; pero al poner atención, se sorprende por los habitantes que se ha encontrado, quedándose mudo de la impresión.
Es un búho y una tigre hembra; ambos animales antropomorfos. El pelaje de la felina es de color anormal, aparte que posee un par de cuernos en la cabeza y un par de alas en la espalda. Visten ropas casuales, de acorde con la moda de la ciudad; aunque los dos usan una gabardina larga, tratando de ocultar lo más posible sus cuerpos. Son los primeros de esta clase de habitantes que Albert conoce tan de cerca.
—Hemos venido por ti, Cathal. De seguro estás muy confundido y queremos ayudarte a conocer tu nuevo hogar —le explica el viejo búho.
—¿Nuevo ho… ¿A qué te refieres? ¿Quién eres? —inquiere Albert, ahora más preocupado que antes.
—Soy Nhómn Beleg y mi compañera se llama Lindalë Ered. Tienes que ayudarnos, por lo que estarás un tiempo en este nuevo universo —explica tranquilamente el eunuco.
—¡¿Nuevo universo?! —exclama Albert, asustado.
Pocos transeúntes cercanos miran la reunión fuera de lo común; la mayoría no les presta atención. Algunos espectadores nuevos se acercan con el grito que ha dado el forastero.
—No no no no no —repite el gitano sin parar, hasta que ya no lo soporta—. ¡De seguro estás del mismo bando que esos monstruos negros! —gruñe Cathal, enojado, alejándose del faípfem—. ¡No me atraparás! ¡Juro que vengaré a todos mis hombres y amigos!
Al finalizar la advertencia, Albert usa sus alhajas mágicas y emprende el vuelo, sobrepasando la altura de los rascacielos cercanos en pocos segundos; los presentes se quedan asombrados por esa demostración de habilidades.
—Creo que debiste escoger mejor tus palabras, Nhómn —le dice seriamente Lindalë.
—¿Y por qué no me ayudaste? Tú sufriste casi lo mismo cuando eras una niña; creí que dirías algo para ayudarme —le recrimina él con molestia.
—Olvídalo. Vayamos al punto de reunión; de seguro él sabrá cómo calmarlo —expresa Lindalë.
Al final del comentario, la erpae sujeta a su compañero con los dos brazos, para luego extender por completo sus alas y emprender el vuelo; trata de buscar al romaní, pero saben que su otro amigo lo encontrará primero.