Libro 3: Una guerra debe prevenirse

Capítulo 16 “Nuevas habilidades”

Lugar: Delta de Rinlú, desierto Whol-bôelf.

 

El ambiente en el coliseo del Rinlú se mantiene silencioso, con todas las miradas dirigidas al humano parado en un extremo de la arena; el ser no deja de revisar sus manos.

—¡Que continúe la prueba! ¡Atáquenlo! —ordena el rey local de Whol-bôelf.

El primero en obedecer es el qumkso; el demonio alado emprende el vuelo a toda velocidad, preparando su maza para dar un golpe demoledor.

—¡Capo! ¡Attento! —grita Fiorello, mientras que Nila y él regresan a sus lugares; los guardias se han retirado, dejándolos libres. Una de las cadenas vivientes de él carga a la hevpou.

Ricardo alza la vista, descubriendo al atacante que se acerca, mas sigue tan calmado como antes. El ser de piel negra escamosa y ojos brillantes lanza su ataque, dirigiéndolo hacia la cabeza del humano; tranquilamente, Ricardo alza su brazo, protegiéndose. La maza choca brutalmente con el antebrazo de David, pero el arma de íbqul macizo se destruye completamente en cientos de pedazos.  Asombrado, el demonio observa el palo de madera astillado que ha quedado en su garra. Por el otro lado, David mueve y revisa su brazo, el cual no ha sufrido ningún daño ni rasguño.

—Muy interesante, ¿verdad? —le dice Ricardo a su enemigo, al mismo tiempo que voltea su mirada con él, mostrándose feliz. El ser negro solo se queda pasmado.

Instantes después, el protector realiza ademanes con los dedos y mano derecha, dirigiéndola hacia abajo; en solo segundos, arenas finas se elevan del suelo, al igual que los cientos pedazos del metal esparcido cerca. Las arenas y el metal toman la forma de una lanza corta; con otro ademan, la lanza de arena se convierte en una lanza de madera con su punta afilada. La punta está compuesta por un metal desconocido color azul muy claro, de la cual emana un vapor muy denso, igual al que generan los ojos del humano. Estos cambios solo ocurren en un parpadeo. Sin darle tiempo de reaccionar, Ricardo arroja la lanza contra el qumkso, la cual se entierra en su cabeza; el demonio es aniquilado, convirtiéndose en arena negra fina.

Muy felices, los emisarios festejan; más Abihu y Fiorello. En cuanto al resto de los espectadores, siguen mudos de la impresión, incluyendo los reyes.

La atención de David es atraída por la tísegop alejada por varios metros, la cual sigue de pie en el centro de la arena. Es una gran guerrera; más fuerte que el consejero Édznah, pero el protector sabe que le puede ganar.

Inesperadamente Ricardo da un gran salto hacia arriba, llegando al doble de su altura; al bajar se sumerge en la tierra, destruyendo las losetas del piso. Todos quedan perplejos, preguntándose a dónde se ha ido el protector. La tisegop se acerca al sitio donde están las losetas destruidas, creyendo que encontrará un hoyo profundo; en lugar de eso, descubre que hay arena fina pero ningún agujero. Llega la incertidumbre por pocos momentos, hasta que algo extraño ocurre.

Un vapor denso blanco empieza a emanar del suelo, pero solo en algunos lugares entre las uniones de las losetas en el piso; luego, varias de esas losetas se elevan en el aire, todo el tiempo envueltas por ese vapor denso. Se quedan en sus lugares, hasta que pasan a ser proyectiles, porque se dirigen velozmente contra la única guerrera de pie en la arena. La tísegop se protege con un escudo que invoca en un santiamén, pero cada vez que una loseta impacta en esa protección, el mismo escudo se va congelando poco a poco. Cuando el escudo se congela por completo se destruye en miles de pedazos, no quedando ningún rastro de ese objeto; igual a como pasó con la espada que congeló Ricardo momentos antes.

La guerrera ya estaba por invocar otro escudo, pero Ricardo emerge del suelo junto con una explosión de polvo, destruyendo otro grupo de losetas del piso. Tal parece que ha dado un salto desde el subsuelo, porque su cuerpo está a varios centímetros en el aire. Apenas ella estaba por voltear, justo en el momento en que recibe una fuerte patada en el costado de su cuerpo, mandándola a volar, chocando justo en el muro debajo del balcón de los reyes.

—Si quieren una pelea, les daré una pelea —dice el protector, parado en el mismo lugar de donde emergió. Todo su cuerpo y ropas están completamente limpias y sin nada de arena, a pesar de que ha salido de las mismas entrañas de la tierra.

Él invoca más arena y piedras cercanas, incluyendo algunas losetas, las cuales se desintegran en segundos, pasando a ser arena fina; esas tierras se transforman en un escudo redondo, forjado con ese metal azuloso especial. Ahora es Ricardo quien sale corriendo contra la mujer, lanzando un grito de guerra. Por más que se esfuerce, la tísegop no puede defenderse; su espada de éqmev no logra herir de ninguna manera a su contrincante. En cambio, Ricardo solo se limita a dar golpes con su escudo o con sus puños envueltos con vapor blanco, hiriendo gradualmente al ser divino.

Ya aburrido David decide realizar los últimos movimientos.

Hace desaparecer su escudo y permanece de pie en el centro de la arena; la guerrera de luz está a pocos metros, esperando nerviosa el siguiente movimiento del protector, soportando el dolor que siente. Tranquilamente, Ricardo alza su mano y la dirige hacia la mujer con armadura dorada; intempestivamente, ese denso vapor blanco emerge, dirigiéndose a su presa y envolviendo su cuerpo. La tísegop siente que algo sólido la tiene atrapada y no puede moverse, se preocupa más cuando su cuerpo se eleva por sí solo en el aire. Usando su vapor helado, Ricardo puede mover objetos a distancia, y lo demostrará con la próxima perdedora. El cuerpo de la guerrera es azotado fuertemente en dos lugares de la otra pared, donde arriba están acomodados la mayoría de los espectadores, dejando muy dañado esos dos sitios; David solo mueve un dedo, manipulando ese denso vapor. Con otro ademán el castigo se detiene, lanzando a la tísegop al centro de la arena. A pesar de que es un ser divino, ella ha sufrido graves heridas; ese vapor la debilita bastante, tornando vulnerable su cuerpo contra objetos comunes y corrientes inofensivos.




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