Libro 3: Una guerra debe prevenirse

Capítulo 17 “La ragazza de Fiorello y la habilidad de Enmaru”

—¿Perché lo hizo capo? Mi collega e io le dijimos que aceptara esa oferta —le pregunta muy confundido Fiorello a Ricardo.

—Era una mortal común y corriente, estaba más en peligro con nosotros que en otras ciudades; si le hubiera regalado parte de mis poderes, hubiera tenido que adiestrarla y eso significa más retrasos —explica el protector seriamente; luego voltea, dirigiéndoles la mirada a los dos niños y a la guerrera ótsilper—. Además, ya tenemos otros acompañantes de los cuales preocuparnos.

—No me veas a mí; yo puedo cuidarme sola —le responde Nila seriamente.

Sin decir otra palabra, David voltea con los cuatro reyes que están encadenados, quienes no dejan de mirarlos desde el aire, todavía muy sorprendidos.

Nuevamente usando sus poderes de arena y roca, el protector forma otra escalinata que lleva al balcón de la realeza; solamente pide que lo acompañen sus dos consejeros, mientras que los demás esperan abajo. Mientras sube, Ricardo cubre la mayoría de su cuerpo con el hielo especial; segundos después, el mismo hielo se transmuta en su armadura de placas de metal azuloso, junto con una capa blanca; no aparece ningún yelmo, dejando su cabeza al descubierto. Al igual que en la aventura pasada, toda la armadura desprende ese vapor denso que desaparece a los pocos segundos.

El humano terrestre llega al balcón, donde todavía se encuentra el único soldado que se ha quedado; él observa al hombre, sorprendido y muy atento a los siguientes acontecimientos. Los consejeros y su amo solo le prestan atención por un segundo; al llegar debajo de los regentes, David jala ligeramente los eslabones, acercando un poco más a los prisioneros.

—Buenos días, estimados reyes de Loyd-Bect y de Whol-bôelf —saluda el protector—. Perdónenme por no mostrar mi verdadera apariencia antes; ha pasado un poco de tiempo desde la última vez que usé mis poderes. Lamento haberlos asustado; pero, ¿podrían bajar por favor? Hay un asunto importante que tenemos que terminar.

Los cuatro reyes escuchan atentamente las disculpas, por lo que se calman de inmediato. Bajan hasta el piso y son liberados por el protector del universo; las cadenas se rompen en miles de pedazos por sí solas, derritiéndose y sin dejar nada de rastros visibles.

—Perdónenos por haber dudado de usted, guardián, pero los espías se han multiplicado en gran manera —expresa la reina Anaid, apenada, al mismo tiempo que agacha la cabeza; su esposo y los otros dos regentes imitan ese gesto de respeto.

Complacido de que todo acabe bien, el protector le pide a la reina Anaid que le muestre a sus hijas para poder seleccionar a la adecuada; pero antes de marcharse, el rey de Whol-bôelf les invita a comer algo; es su manera de disculparse por haber ordenado ejecutarlo. Ricardo acepta el gesto de caridad, más que nada porque ya tiene hambre.

Antes de regresar al campamento del Rinlú, es el mismo David quien vuelve a enterrar el gran coliseo en las arenas del desierto. Los dos reyes locales y el guardia que se quedó, guían al grupo de emisarios y a sus parias del bosque entre las tiendas de tela, hasta llegar a la más grande de todas: el hogar de la realeza numsegohg. Solo el protector y los dos consejeros son invitados a pasar adentro, mientras que el resto de los emisarios tendrán que esperar afuera. El pequeño Enmaru quiere entrar junto con Ricardo, pero él le dice que mejor espere; el lídjoib obedece tranquilamente. Suponiendo que David se va a tardar más de lo previsto, el resto de los consejeros decide explorar el gran campamento, en especial la zona cercana a las orillas del delta y del agua.

Una vez adentro, Ricardo descubre que hay cuatro tronos al fondo de la gran tienda; toda la arena del suelo está cubierta con diferentes alfombras. Cerca de los tronos han acomodado una mesa de baja altura; varios cojines sustituyen una silla de madera. Los reyes de Whol-bôelf se han quedado afuera, ordenándoles a sus cocineros preparar una comida de disculpas para el protector; al acabar de pedir ese encargo, los cuatro reyes entran al hogar, sentándose en sus tronos. Un grupo de soldados los acompañan, parándose alrededor de toda la casa de tela. La comida no tarda mucho en llegar: será una parte de un jabalí o algo parecido, asado y acompañado de un poco de fruta; de beber han traído algo de cerveza.

Sin esperar más Ricardo sacia su hambre, devorando la comida disponible; entre que come, surge una ligera plática entre los reyes y el protector; aunque el semblante del rey local cada vez parece más preocupado. Los consejeros son los primeros en sospechar, pero David ya ha descubierto el engaño.

—Muy deliciosa su comida, rey; ya necesitaba apaciguar la sed y hambre que tenía —dice Ricardo tranquilamente, al tanto que se limpia la boca con una pequeña tela cercana—. En especial por todo ese veneno que le han colocado; era un poco picante y eso ha mejorado mucho el sabor; también el veneno en la cerveza ha sido muy refrescante.

Los reyes de Loyd-Bect se quedan asombrados, volteando lentamente con sus parias del desierto; con todo el plan y la verdad al descubierto, el supuesto monarca de Whol-bôelf se ha quedado tan pasmado, que no puede articular una sola palabra.

—Ni siquiera una tísegop me pudo hacer cosquillas. ¿Cree que con simples venenos puede asesinarme? —inquiere Ricardo con una gran sonrisa en su rostro, manteniéndose sentado.

Todos los planes han fracasado, por lo que solo queda el plan de emergencia; los asesinos se han confiado de más y eso les ha costado bastante caro.




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