Libro 3: Una guerra debe prevenirse

Capítulo 18 “De visita en una isla”

Planeta: Sepnaru.

Lugar: Glendalough, Condado de Wicklow, Irlanda.

 

Es la tarde soleada en la isla de Irlanda.

Usando un portal que acaba de abrir el mismo Kijuxe, cuatro seres han llegado de visita desde Central Park en New York, Estados Unidos; se han tardado solo unos segundos, ahorrándose el tedioso y aburrido viaje en avión. Llegan a un bosque frondoso verde, sin muchas pistas de que la modernidad ha llegado aquí; mientras miran alrededor, el portal se cierra.

—¿Por qué venimos a este lugar? —inquiere Nhómn Beleg, confundido; él y Lindalë siguen usando ropa moderna, cubiertos con sus gabardinas.

—Kijuxe dijo que él tenía que venir aquí —informa el arcángel Yev-Lirn señalando al hombre devastado; el jócsolfu está usando su típica armadura plateada, de la cual emana un fuego color azul puro.

Albert Cathal ha dejado de llorar, pero ahora mantiene una cara larga y seria. No ha querido hablar ni comer; solo ha tomado agua. Alza la cara dándose cuenta del lugar en que se encuentra.

«Este bosque… este lugar es muy parecido al bosque de Zelinda», se dice el gitano en la mente, mirando todo alrededor.

Las aves cantan, pero casi no hay animales salvajes a la vista, además de que se encuentra en un monte. Su paraíso personal regresa por unos momentos a sus ojos y mente; muy diferente al infierno donde apareció unos momentos atrás. Respira un aire familiar y más fresco, revitalizando sus pulmones otra vez. Se atreve a dar varios pasos lejos, queriendo descubrir este nuevo mundo, ilusionado de encontrarse con algún conocido, animal, ser feérico o algún humano. Albert Cathal sube y baja el monte, caminando por varios metros, siendo seguido de cerca por sus tres cuidadores silenciosos, hasta que llega a una carretera de pavimento; él nunca había visto esta clase de senderos, muy diferentes a las veredas de tierra en su territorio natal. Atraviesa esa carretera solitaria y angosta hasta llegar al otro lado, leyendo unos cuantos letreros; pero le atrae más uno que dice «Monastic city» junto con una flecha que señala un puente de madera cercano.

Al mirar al frente, pasando el puente y un pequeño río, el gitano encuentra una construcción muy familiar para él: una casa de piedra. Algo le dice que tiene que ir a ese lugar, por lo que Cathal camina hasta llegar junto a la casa antigua y abandonada; en las entradas solo hay rejas de metal que le impiden entrar, pero sí le permiten apreciar el interior vacío. Siguiendo con su visita no planeada, Albert camina hasta la esquina de la casa, descubriendo una gran torre cercana. Sigue un camino de tierra, pero al primer lugar que llega es a un cementerio; lápidas de varios estilos lo rodean. Algunas están demasiado inclinadas y otras permanecen todavía erguidas. El gitano se toma su tiempo en pasear entre las tumbas de esos completos desconocidos, sin poder evitar pensar en sus propios amigos y familiares, quienes ahora están en las mismas condiciones que estos fallecidos.

Este lugar siempre atrae algo de turistas, pero tal parece que hoy todos han preferido ir a otro sitio, porque el romaní Albert Cathal es el único que está de visita en las ruinas del monasterio de San Kevin.

Cathal llega hasta la catedral principal; mejor dicho lo que queda de ella. Se adentra en ese lugar, observando parte de las paredes que han logrado permanecer de pie después de tantos siglos, sumando unas cuantas lápidas más. Contempla su alrededor por unos momentos, para después acercarse a la pared del fondo; lugar donde ha sobrevivido una gran ventana alargada. El zíngaro se recarga ligeramente en esa ventana de piedra, observando parte de dos montes a los lados y una montaña en el horizonte. La profunda melancolía persiste en el aire; una melancolía muy diferente a la que Albert sintió por primera vez al recibir la noticia desastrosa; nuevamente empieza a llorar, pero hay algo en el aire que le ayuda a mantenerse más calmado.

—Sigo sin entenderlo Yev-Lirn; este lugar es más deprimente que la ciudad anterior —opina Lindalë quien está atrás de Albert Cathal; ella y sus dos amigos faipfems están esperando en la entrada de las ruinas del monasterio.

—No para el guardián; este lugar es más alegre que el anterior —dice Yev-Lirn calmadamente, agregando al final—. Es mejor esperarlo; hablará cuando esté listo —comenta el arcángel al tanto que sale de las ruinas. Se dirige a un árbol cercano, sentándose y recargándose en el mismo tronco; sus dos compañeros lo siguen, descansando junto con él.

—¿De verdad este guardián es tan poderoso como el protector de Rómgednar? —le pregunta Nhómn al jócsolfu supremo.

—Kijuxe está bastante seguro de eso; yo no estoy tan seguro. Su poder es muy débil; tampoco percibo algún poder dormido. Fácilmente Lindalë podría eliminarlo —comenta Yev-Lirn en voz alta.

—Pero él es la última esperanza que tenemos para derrotar a esos demonios; espero que algo extraordinario ocurra en los siguientes días —expresa la erpae alada, para luego voltear con el líder temporal, Yev-Lirn—. Entonces, ¿en qué lugar nos encontraremos con Akuris?

—En México; dos de los ayudantes del protector tienen que regresar ahí. Por cierto, les aviso que habrá una nueva integrante faípfem en el grupo. —Ahora el arcángel voltea con Lindalë, diciéndole con seriedad—. Recuerda que nuevamente estaremos en tregua, así que controla ese sentimiento vengativo contra ese útbermin; la situación ahora es demasiado grave para que mates a un sirviente del protector.




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