Libro 3: Una guerra debe prevenirse

Capítulo 19 “La segunda visita de los antiguos jefes gitanos”

—Karlo. Despierta amor; ya amaneció.

Es lo que escucha el gitano, despertándolo con sobresalto; Cathal mira alrededor, descubriendo que está adentro de su carpa pequeña sobre su colchón de paja. Se sienta en el borde del mismo, aliviado de estar despierto; breves momentos después, su esposa se sienta junto a él.

—Buenos días, Karlo —le dice Luminitsa mientras lo abraza.

—Oh cielos Lumi; tuve una horrible pesadilla —dice Cathal, pasándose una mano por su rostro, para luego corresponder el abrazo de su pareja—. Creí que te había perdido; me alegra que sigas aquí.

Albert está aliviado, hasta que escucha un barullo preocupante afuera.

—¡No otra vez! ¡No otra vez! —exclama Cathal asustado mientras sale de la tienda de tela. Descubre que su comunidad está mirando hacia el cielo, observando a lo lejos a demasiadas creaturas negras acercarse—. Está pasando de nuevo. Está pasando de nuevo —susurra el patriarca gitano, aterrado, empezando literalmente a revivir esos momentos traumáticos. 

Su esposa sale de la tienda, apresurándolo a ir por sus caballos y huir lo más pronto posible. A todo galope, los dos caballos purasangres se alejan del campamento, junto con los jefes romaníes de la comunidad; Cathal voltea mientras huye, observando por segunda vez a su pueblo ser asesinado por esos demonios negros atemorizantes.

Cree que el destino le ha dado otra oportunidad para salvar a sus mejores amigos y amada. Los caballos llegan a la orilla del bosque Piim-Asud, pero los demonios no tardan en aparecer; Albert mira por todos lados, repitiéndose el horror de antes. Nadie se salva de ser ejecutado brutalmente por los invasores y sus armas filosas: hadas, duendes, el oso café, ninfas, la familia de tigres, la reina Zelinda, Kirill e Idaira. Cathal observa cada una de esas muertes, incapaz de parar esta macabra vivencia. Inesperadamente su cuerpo nuevamente es absorbido por un portal que aparece de la nada, separándolo de su esposa; ella trata de sujetarlo del brazo, pero no lo alcanza a tiempo.

Regresa la oscuridad para el gitano Cathal solo por pocos momentos.

Albert vuelve a despertar, mas ahora se encuentra en una pradera verde y cerca de un cementerio, muy parecido al que acaba de visitar en las ruinas cercanas de Glendalough. Se levanta y se acerca a las lápidas, leyendo atentamente los nombres labrados en ellas: gitano campeón, Rylan, Sir Ahren, Bárem, Sir Philippe y Gyula entre otros nombres. Llega hasta la lápida marcada con el nombre de Luminitsa; el gitano se hinca y se despide de su esposa.

—Lo siento mucho Lumi; no fui lo suficientemente valiente para salvarte —dice Cathal, recargando su cabeza en la lápida mientras cierra los ojos—. Lo siento tanto por no darte la oportunidad de ser la madre de nuestros posibles hijos —expresa Cathal con lágrimas en los ojos, pero calmado.

Dos personas más se acercan por atrás, observando al sujeto en duelo.

—Lamento mucho que hayas vivido esta tragedia, hijo —dice un hombre con voz melancólica.

Cathal se sorprende bastante, parándose de un salto y volteando con los visitantes: el antiguo patriarca Wesh y su esposa Jovanka.

A diferencia de la última vez que pudo verlos, en el salón para invitados del castillo de Güíldnah, Wesh y Jovanka ahora tienen sus cuerpos de carne y hueso, junto con las ropas gitanas que tenían puestas ese día que los colgaron, las cuales están limpias y en buen estado; pareciera que apenas acaban de elaborar esas vestimentas. Las sogas de ahorcados que tenían en el cuello se han esfumado.

—¡Papá! —grita Albert, abrazando con fuerza a su padre; es tanta su emoción que suelta risas de felicidad.

—Me alegra mucho que estés vivo; de verdad me alegra mucho —dice Wesh mientras que corresponde el abrazo, llorando de alegría.

El emotivo reencuentro dura un par de minutos, hasta que la atención de Cathal se dirige con su madre, quien parece estar más afligida.

—Mamá —dice Albert al acercarse con Jovanka, abrazándola.

—Lo siento mucho hijo; todo fue mi culpa —dice ella con tristeza, también correspondiendo el abrazo.

—No es tu culpa mamá, ninguno de los dos tiene la culpa —dice Cathal.

—No lo entiendes Karlo; de haberte dado parte de mi energía, hubieras podido salvar a todos —dice Jovanka, empezando a llorar más fuerte.

Albert no comprende este último comentario, por lo que deja de abrazar levemente a su madre.

—¿Energía? ¿A qué te refieres con tu energía? —inquiere Cathal ahora confundido, mirando el rostro de Jovanka.

—Calma querida, cálmate. Primero hay que decirle toda la verdad —le dice Wesh a su esposa, acercándose con ella para consolarla y tranquilizarla.

Albert se queda pasmado al escuchar estas palabras, quedándose sin habla todo el tiempo que Jovanka tarda en recuperar la compostura. Cuando todo regresa a la serenidad, Wesh y Jovanka invitan a su hijo a sentarse en medio de ellos dos, acomodándose la familia en un tronco caído cercano.

—Hijo, primero debes de saber que eres muy poderoso —expresa Wesh seriamente.

—Eso creía yo, pero no pude enfrentarme a esos demonios —responde Cathal con molestia.

—No lo comprendes Albert. Eres bastante poderoso; no es por exagerar pero tienes la fuerza y poder de un dios o de varios dioses —aclara el antiguo patriarca Wesh.




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