Libro 3: Una guerra debe prevenirse

Capítulo 20 “El árbol genealógico de Albert Cathal”

—Antes que nada hijo, el nombre verdadero de tu antepasado era Folke —asevera Jovanka.

—¿Folke? ¿Qué clase de nombre es ese? —inquiere Cathal, extrañado.

—Es bueno que este nuevo planeta sea bastante parecido a nuestro hogar natal —comenta Wesh, interrumpiendo por unos momentos a su esposa y llamando la atención de Albert; luego, le pregunta a su hijo—. ¿Sabes el nombre de estas tierras?

—A según mi nuevo compañero Nhómn, nos encontramos en una isla llamada Irlanda —dice Cathal, haciendo memoria.

Jovanka es la siguiente en hablar, comenzando con el relato.

—En nuestro antiguo hogar igualmente había una isla llamada Irlanda; ahí vivían un muy pequeño grupo de gentes conocidas como vikingos. Tu antepasado Folke era uno de ellos; su nombre nórdico significa «guardián del pueblo». Folke era un joven y poderoso vikingo. Decía que había sido bendecido por los dioses, quienes le proveyeron de una fuerza y valentía legendaria; aparte, tenía el don de poder observar a los demonios y monstruos malévolos que se ocultaban al ojo mortal. Folke vivió mucho tiempo en Irlanda, recorriendo la isla en busca de estos demonios para cazarlos y exterminarlos. En medio de esos recorridos conoció a su esposa y juntos engendraron un par de hijos; además de que fue reclutando a otros guerreros que tenían esta extraña habilidad de poder observar a los entes demoníacos. Sus seguidores crecieron, hasta formar una aldea pequeña; siempre estaban recorriendo los bosques y praderas de Irlanda, buscando ogros, vampiros, trolls, hombres lobos, duendes malvados o hechiceros problemáticos.

—Entonces, ¿Folke no era un patriarca gitano? —inquiere Cathal, muy atento a la historia.

—No era un patriarca, pero si era el jefe de una aldea de guerreros, tanto mujeres como hombres. Después de mucho viajar y combatir, Folke se asentó en la zona Sur de la isla, donde vivieron en paz por un tiempo. Poco después de que sus hijos cumplieron veinte años, una persona llegó al pueblo, pidiéndole ayuda al líder Folke: un dragón había llegado ayer a la montaña vecina de la comunidad, pero hasta ese día decidió atacarlos. Sin pensarlo dos veces, Folke, su esposa, hijos y todo el pueblo partieron para enfrentarse al dragón. En pocos momentos, montados en sus caballos que galopaban a toda prisa, todos llegaron al pueblo junto a la montaña, observando a la gigantesca bestia arrasar con el poblado. Folke y sus soldados atacaron al dragón desde todos lados, usando lanzas, espadas y flechas; desafortunadamente, todos fueron abatidos fácilmente, incluyendo la esposa y los dos hijos del jefe vikingo. Cuando se quedó solo, Folke decidió retar al dragón a un combate igualado.

—¿Combate igualado? —inquiere Cathal.

—Él ya había obtenido el conocimiento de que los dragones se podían transformar en humanos o bestias a voluntad; Folke quería un combate con el dragón, pero en su forma humana. La bestia acepto y se transformó en una joven doncella —asevera Jovanka tranquilamente.

—Entonces esa parte no la cambiaste —le dice Albert a su padre, volteándolo a ver.

—Así es; decidí no cambiar esa parte, ni tampoco el hecho de que Jorska fue el único superviviente; todo el resto de la leyenda fue lo que inventé con mi imaginación —revela Wesh con una sonrisa.

La atención de los hombres regresa con la matriarca Jovanka.

—Folke empuñaba un hacha y un escudo, mientras que su contrincante portaba una gran espada. Los dos empezaron una batalla muy pareja. La mujer-dragón era igual de poderosa que Folke, además de contar con la magia; habilidad que no poseía el guerrero nórdico. El intenso combate duró muchos minutos, hasta que tu antepasado atisbó una oportunidad; usó su espada de reserva y se la enterró a la guerrera-dragona en el pecho, asesinándola en un segundo. Con la amenaza muerta, los pobladores que habían sobrevivido celebraron en grande; trataron de recompensar al héroe vikingo, pero él no quería nada. Estaba devastado por las muertes de su gente y de su familia.

—Un momento, espera, si eso fue lo que en verdad ocurrió; ¿eso significa que en realidad no hay ninguna enemistad natural entre dragones y gitanos? —inquiere Albert.

—Sí la hay; por desgracia, ese misterio nunca me lo dijeron mis padres o abuelos, porque esa maldición entre dragones y gitanos, proviene por parte de mi familia; solo me dijeron que inició antes de mi trastatarabuela Oderica, quien fue la segunda esposa de Folke —explica Jovanka.     

—Nunca me canso de escuchar la historia de Folke; en especial cuando la narras tú, querida —comenta Wesh de forma cariñosa hacia su esposa, agregando al final—; ahora sigue la parte importante… y romántica.

Jovanca suelta una ligera risa de alegría antes de continuar con el relato.

—Folke, todavía triste, decidió marcharse de Irlanda; se subió de polizón en un barco que se dirigía a nuevas tierras. Al llegar a su nuevo destino, descubrió que se encontraba en el Sacro Imperio Romano Germánico. Deambuló por esas tierras nuevas, hasta que se encontró con una gran caravana de romaníes; ahí conoció a mi trastatarabuela Oderica, quien era la segunda hija del patriarca de esa comunidad; una de varios hermanos y hermanas. Primero, los gitanos decidieron ayudar a Folke por varios días; durante ese tiempo, el vikingo trataba de acercarse con Oderica, pero le era muy difícil porque el padre de ella era muy sobreprotector. De todos sus hijos, Oderica era la más… especial; pero el amor que había surgido entre Folke y ella era muy fuerte, por lo que supieron cómo escapar de la vigilancia del patriarca. Lo hicieron varias veces en las noches, obteniendo valiosos momentos de privacidad. En la cuarta escapada que tuvieron, Folke le reveló a su amor su secreto de guerrero legendario y su vida pasada en Irlanda; emocionada, Oderica también le informó que ella era otro tipo de guerrera divina: en realidad era una principado que había mandado el mismo Dios para proteger a los humanos, aunque su cuerpo era el de una humana.




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