Planeta: Pérsua Ifpabe.
Lugar: Bosque Loyd-Bect.
Ricardo y los demás llegan al campamento de los numsegóhgs en medio del bosque, donde el protector descongela a la pequeña Quetzalzin. Los lugareños le agradecen a David y a los emisarios por haberlos salvado. Antes de seguir con los pendientes, los regentes del campamento le piden a la pu-naisvu Akuris informes acerca de sus aliados de Whol-bôelf; con pena, la faípfem étquf comparte la noticia de que esa comunidad del desierto ha sido aniquilada por completo. Las asesoras de la reina Ókinam habían mandado a todo un ejército de mercenarios para asesinar al protector, antes de que despertaran sus poderes; no ha sobrevivido nadie de la comunidad original a la matanza.
—Pero entonces, ¿quién levantó el coliseo de la tierra? Kijuxe no pudo haber sido; él no hubiera respondido las súplicas de los impostores —inquiere el regente Ie-Al-Karad.
—Lo más seguro habrá sido la misma demonio Ókinam; Madogis tampoco hubiera respondido —supone Akuris, pensándolo por unos momentos.
—En primer lugar, ¿cómo llegaste al campamento de Whol-bôelf antes que nosotros? —inquiere Édznah muy seriamente.
Antes de contestarle, Akuris lo voltea a ver algo molesta; no quiere dirigirle la palabra, pero sabe que es una pregunta importante, debido a que sigue en presencia de los reyes numsegóhgs.
—Me encontraba descansando en otro bosque, cuando el dios Madogis habló conmigo; me dijo que il mio amore me estaba buscando. Antes de reunirme con él, me envió al campamento de Whol-bôelf; me dijo que Fiorello llegaría ahí, porque los reyes de Loyd-Bect ya habían planeado desde antes ir a ese lugar, justo después de que el protector llegase con ellos —explica ella tranquilamente.
Transcurre un corto silencio general por parte del grupo que camina lentamente por entre el campamento, mientras entienden esta información.
—¿Usaste tus habilidades para pasar desapercibida, orsetta? Eso sí que es impressionante —le dice Evangelos muy feliz.
—No precisamente, querido draghetto —le responde Akuris, volteándolo a ver tiernamente, para después empezar la explicación con algo de seriedad—. Usé mi nuevo objeto de colección: este anillo mágico —dice ella levantando un tanto su mano, mostrando un anillo de ásnerm dorado—. Lo conseguí hace varios rálupos (*23); con este anillo, puedo transformarme en cualquier tipo de habitante del universo Rómgednar; solo será una transformación de mi apariencia exterior. —Luego, guarda su anillo en uno de los bolsillos que incluye su pantalón, siguiendo con su relato—. Al llegar al campamento, usé mi anillo y mis… habilidades speciali para enterarme más mejor de lo que estaba por ocurrir; prontamente descubrí que todos eran impostores.
—¿Le enviaste un mensaje mental a Madogis? Creía que ya no te comunicabas con él —comenta Ricardo, volteando con su consejero siniestro.
—Nunca me comunico con él. Esta fue una ocasión especial y tuve que hacerlo; pero no fue un mensaje mental. Usé el regalo que me dio el dottore Manuele —especifica él, mostrando su teléfono celular.
Ricardo ya estaba por preguntar cómo es que usó ese aparato moderno para comunicarse con un dios, pero en esos momentos llegan a las puertas del tronco-palacio de los reyes.
Sin otros contratiempos y lamentándose rápido por los parias caídos, los reyes Ie-Al-Karad y Anaid nuevamente piden una reunión con los emisarios y el protector. La junta se realiza en el mismo salón de los tronos anterior, adentro del tronco hueco del gigantesco údcmer. Los reyes llaman a sus hijas para que se presenten; en poco tiempo, cinco mujeres bajan por unas escaleras en espiral, las cuales se ubican a un lado de las puertas frontales del alto palacio. Las cinco mujeres, las cuales pasan de los veintiocho años, se acomodan en fila en frente del protector; una a una, las guerreras son presentadas por sus padres, alardeando de sus habilidades de combate y manipulación de la luz yaerp.
Ricardo estudia minuciosamente a cada una de las princesas por unos momentos, hasta que nota un detalle.
—Falta una —dice el protector en voz alta.
—¿Qué? —preguntan varios de los presentes, algo sorprendidos.
—Falta una princesa. ¿Dónde está? —le pregunta Ricardo a los reyes.
—No tenemos otra hija. Solo son ellas cinco, guardián —responde la reina Anaid.
—Sé que hay otra princesa en este palacio de madera; siento otra aura en uno de los pisos de arriba —comenta David tranquilamente.
Los monarcas de Loyd-Bect se quedan callados por unos breves momentos, intercambiando miradas preocupadas.
—Mi hija menor ya tiene su vida arreglada. En pocos días se casará con otro príncipe y se irá a otras tierras —comenta la reina Anaid.
—Aparte, ella no es una guerrera; solo ha estudiado la teoría de sus habilidades, pero no ha practicado para nada sus dones —dice el rey Ie-Al-Karad.
—Por eso mismo la quiero a ella; su hija menor es la que quiero reclutar —responde Ricardo seriamente.
—Pero ellas son mejores Ricardo; no tenemos tiempo que perder, entrenando a una guerrera que no sabe pelear —habla Francisco, interrumpiendo la discusión.
—Ninguna de ellas nos servirá; necesitamos a la elegida —responde David seriamente, apenas volteando atrás.