Libro 3: Una guerra debe prevenirse

Capítulo 22 “El verdadero potencial de Sérim Náham”

Lugar: Cercanías del monte Ísuc.

 

—Muy bien, aquí estamos: el monte sagrado Ísuc —anuncia el doctor Friedrich.

El grupo de diez mira hacia el frente, una vez que han atravesado por completo la grieta dimensional, percatándose que están en medio de otro desierto; pero este nuevo panorama tiene arenas rojizas. Al frente de ellos se alza un amplio monte de un par de miles de metros de altura.

—¿Aquí abajo nos hablará ese dios? —inquiere Enmaru mientras el portal se cierra.

—En realidad tenemos que subir —informa Abihu.

Tres de los acompañantes pueden volar; aunque pueden ser cuatro en realidad.

—Sérim, has aparecer tus alas —le ordena David a la princesa.

—Pero… nunca lo he… —trata de hablar ella, pero alguien se adelanta.

—Recuerde lo que dijo ese rey, capo. No puede hacerlo —dice Fiorello seriamente.

En respuesta, Sérim solo le lanza una mirada enojada al hablador.

—Pero también recuerda que sabe la teoría de sus habilidades; es muy diferente que no haya practicado a que no sea capaz de hacerlo —habla Francisco, defendiendo a la mujer.

David tranquiliza a Sérim, insistiendo en que invoque sus alas. La princesa acata la orden, cerrando los ojos y concentrándose; breves momentos después, un par de amplias alas emergen de la espalda de Náham. El plumaje de las alas es color azul cobalto brillante. Al abrir los ojos, la misma Sérim se queda sorprendida de haber logrado esa invocación vital para un numsegohg; una de las dos invocaciones vitales de estos seres.   

—¡Vaya! ¿Estas alas son mías? —inquiere la princesa, emocionada.

—¿En verdad es la primera vez que haces eso? —pregunta Akuris, incrédula.

—Esa habilidad la tienen que aprender desde muy pequeños los numsegóhgs —menciona Friedrich, aumentando las dudas acerca de Sérim.

—Pero a mí no me dejaban entrenar, de verdad; solo podía estudiar libros, pero no entrenar —afirma Náham un poco melancólica.

—Ya déjenla en paz; es hora de subir —ordena Ricardo, organizando a los demás—. Abihu, Fiorello, Akuris y Sérim: carguen a sus compañeros y llévenlos a la cima. Evangelos, utiliza dos de tus cadenas para cargar a los niños, mientras los otros tres cargan a un compañero cada uno.

—¿Y usted jefe? —inquiere Édznah.

—Yo tengo mi propio camino; los espero arriba —dice Ricardo, dirigiéndose directamente a una sección de la pared natural del monte.

A escaso metro de llegar a la pared de la montaña, esa sección se empieza a desquebrajar. Piedras de varios tamaños se separan de la montaña, dejando en su lugar un hoyo amplio y ovalado; increíblemente, las piedras se mantienen flotando en el aire, rodeadas del vapor blanco especial de Ricardo. Una puerta secreta se abre, pero en lugar de mostrar un túnel, muestra otra pared de arenas finas rojizas. Realizando un truco similar al anterior, el protector sigue caminando, sumergiéndose en esas arenas; segundos después, las piedras flotantes vuelven a sus lugares, restaurando por completo esa pequeña sección de la montaña. No queda ningún rastro de grieta o cuarteadura extra.

—Me incomoda un poco cuando el jefe hace eso —dice Abihu en voz alta. Todos los demás se quedan sin habla, excepto Fiorello y Akuris, quienes ya han visto ese truco.

Ya recuperados de la impresión, cada quien escoge una pareja para cargar; Enmaru y Quetzalzin no tienen otra opción que irse con el jócsolfu maldito. Abihu escoge cargar a Friedrich y Akuris decide cargar a su compañera faípfem, por lo que Sérim tiene que ayudar a Francisco, aunque él es seis años mayor que ella; al contrario del pensamiento colectivo, Náham no tiene ningún problema en cargar al militar mexicano.  El viaje aéreo comienza.

En medio del camino, Akuris inicia una corta plática con Nila, debido a que la ha reconocido.

—Eres Nila Oleim, ¿verdad? —pregunta la pu-naisvu.

—¡Así es! ¿Cómo lo sabes? —inquiere la hevpou, un tanto sorprendida.

—Todavía recuerdo lo que pasó hace tres años; Kijuxe dijo tu nombre en voz alta. Según entendí, te sacrificaste por ese útbermin —menciona la pu-naisvu, volteando con Francisco.

—También fue una manera de redimirme; antes era la criada del forajido enmascarado que ha regresado —revela ella.

—Es una buena noticia que ahora estés con nosotros. Bienvenida al grupo Nila. Yo soy Akuris Gaels —se presenta la faípfem étquf.

Esa es la corta conversación entre ellas dos, antes de que el grupo llegue a la cima irregular del monte; el protector los está esperando en el centro de ese lugar. El grupo se reúne nuevamente en tierra firme.

—¿Ahora qué? —inquiere Ricardo.

—Solo resta esperar, Kijuxe no tardará —explica Abihu.

Todos aguardan unos momentos, hasta que descubren que tienen visitas. Todos miran hacia arriba, descubriendo a un pelotón grande de demonios cilnlumoíts y qumksos aproximarse.

—¿Son aliados o enemigos? —le pregunta David a sus consejeros.

—No podemos saberlo desde esta distancia, capo —dice Fiorello mirando atentamente a los visitantes no previstos, al tanto que empuña sus dos espadas talwars; las hojas afiladas de las mismas son envueltas con fuego yaerp al segundo siguiente—; pero yo sugeriría que nos preparemos para una batalla.




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