Libro 3: Una guerra debe prevenirse

Capítulo 31 “Los seis elementos fundamentales de la naturaleza”

Lugar: Ciudad capital Quekea, Wisune, Jedram.

 

La ciudad ostentosa y glamorosa de Quekea, es una copia casi exacta de la metrópolis desértica de Dubái, en los Emiratos Árabes Unidos, con la diferencia primordial de que no está en la bahía, y de que se encuentra cerca de los límites de una selva espesa. Quekea esta llena de rascacielos y varios hoteles de lujo; aunque claro, la mayoría reservados para la crema y nata de la sociedad que gobierna el territorio.

Los traficantes locales no necesitan estar armados todo el tiempo; todo Wisune es suyo. Los diferentes estados en que está dividido el país, son controlados por el crimen organizado de diferentes naciones, pero ya cada quien sabe cual es su lugar, aparte de que todas las diferentes transacciones entre las pandillas están bien establecidas; el más mínimo error en cualquiera de las reglas, podría causar una muerte «lamentable» de algún miembro de esta gran hermandad de criminales.

Meses de guerras internas fueron necesarias para declarar a un nuevo presidente; un títere a los ojos del mundo, siendo controlado por el «big boss» del tráfico ilegal de todo lo imaginable e inimaginable. Él es quien de verdad salió victorioso de esa carnicería desenfrenada en Quekea, ganando el mayor poder y la devoción leal de todos los jefes de carteles y terroristas de su país Wisune. 

Ahora han llegado nuevas aliadas y un aliado, más poderosos que cualquier ser del universo; fueron recibidos con mucho agrado por el «big boss» Pyotr, regalándoles él mismo un hotel de lujo solo para ellas y él.

Es la media noche, al tanto que la reina Ókinam y su asesora Aleryd disfrutan de un masaje relajante, proporcionado por dos sirvientes especiales: dos tísegops grado ocho. Para que logren realizar tales servicios, la misma reina les ha regalado parte de su inmenso poder; los dos útbermins divinos ahora son siervos fieles al nuevo imperio oscuro, así que es bastante improbable que cometan traición. Los dos soldados desertores del dios regente bondadoso, junto con otros soldados traidores de Madogis, serán los sirvientes personales de la hermandad mientras vivan en este rascacielos-hotel de cinco estrellas.

—Aaahh. Esto si es un verdadero paraíso —dice la reina Okinam, acostada boca abajo en la cama especial del spa donde se encuentra.

—Muy cierto, su majestad. Debimos de haber visitado este planeta desde el principio —comenta Aleryd, acostada en otra cama para masajes, justo al lado de su reina, también disfrutando de este servicio exclusivo.

Breves momentos después llega Élmer Homero, interrumpiendo la sesión.

—Buenas noches, querida reina y Aleryd —saluda el enmascarado, quitándose su sombrero y realizando una reverencia.

Ókinam les pide a sus sirvientes detener su trabajo mientras voltean atentas con el visitante inoportuno.

—¿Ahora que quieres, Lozkar? ¿La Unión Europea ya pagó la suma que pedimos por los dos virus peligrosos? —inquiere la monarca en tono serio.

—Desafortunadamente no lo ha hecho; solo venía para felicitarla por la astuta jugada que acaba de realizar hace poco —dice Élmer Homero, feliz.

—¿Cuál jugada? ¿De qué estás hablando, Élmer? —pregunta Aleryd muy confundida.

Al escuchar estas preguntas y al notar sus caras, Lozkar se percata inmediatamente que no ha sido Ókinam quien comenzó el desastre.

—Entonces… ¿no has sido tú la que acaba de mandar a un kerklu a la isla de Japón? —pregunta Élmer Homero, inseguro.

Al escuchar esto, ambas mujeres se levantan rápidamente de las camas; en solo segundos, cubren sus cuerpos desnudos con sus energías respectivas en forma de humo ligero: el de Ókinam es color morado oscuro y el de Aleryd es color verde muy oscuro. Al segundo siguiente, cada una está vestida con sus ropas acostumbradas.

—Explícate bien, Lozkar. ¿Qué acaba de pasar? —pregunta la reina, acercándose con su lacayo.  

Para dar el informe más a gusto, el forajido propone ir a la habitación de la monarca; Ókinam acepta, apresurándose los tres en llegar a la amplia suite de la mujer. Ya en el sitio, Lozkar da la noticia de que un kerklu ha formado un tifón poderoso y que en estos momentos se dirige a Japón, directamente a la ciudad más poblada del planeta: Tokio. Ha sido tan repentino este suceso, que los pobladores no tendrán tiempo para refugiarse o tomar precauciones.

—Me había imaginado que fuiste tú, debido a que eres más poderosa que yo —comenta Lozkar, acomodándose en una silla.

—Me halaga mucho ese comentario tuyo, pero no soy capaz de controlar a un kerklu —confiesa Ókinam, mientras se queda de pie junto a una gran ventana, observando las luces nocturnas de la ciudad; luego, se dirige a una pequeña mesa, donde han colocado una botella de vodka. Ella se sirve en un vaso de vidrio mientras sigue hablando—. Solo hay una fuerza que puede controlarlos, y no es ninguno de los dioses regentes.

—¿Te refieres a «él»? —inquiere Élmer Homero seriamente.

—Así es. Los kerklus solo obedecen a la entidad excelsa y suprema; igualmente, solo pueden ser detenidos por la misma deidad —explica Ókinam mientras se acomoda en otra silla acolchada en frente de Lozkar; se aclara un poco la garganta con su bebida antes de seguir hablando—. Pueden ser derrotados por un osado guerrero, pero necesitaría ser un dios más poderoso que los tres regentes de Rómgednar juntos; yo, por ejemplo; aparte, necesita dominar perfectamente el mismo elemento natural del kerklu al que se enfrenta.




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