En tierra, los pobladores de las primeras comunidades japonesas cercanas al Océano Pacífico, apenas y se están dando cuenta del manto gris oscuro que se extiende en el cielo, tapando la luz del nus; segundos después, los más cercanos a la playa son los primeros que avistan el descomunal tifón acercarse demasiado rápido. Los vientos arrecian de un segundo al otro, al igual que el oleaje, acompañados de una lluvia que empieza a caer; presas del pánico, ellos se refugian en sus hogares o en los establecimientos públicos cercanos.
—Por fortuna no hay tantos habitantes en esta zona —dice en voz alta Yev-Lirn, regresando al plano terrenal y recuperando su imagen de faípfem con armadura.
—¡Aun así no debemos confiarnos; hay que desalojar a los habitantes que podamos y llevarlos a tierras más alejadas! —comenta Abihu también regresando a su forma de útbermin y al plano mortal, al tanto que el viento y la lluvia aumentan de intensidad a cada segundo.
—¡No podemos hacer eso! ¡Por órdenes de Kijuxe, en este planeta no podemos intervenir en el plano mortal! —contradice el arcángel.
—¡Recuerda que ese dios ya no es mi dueño! ¡Mi nuevo amo Ricardo me dio una orden y pienso cumplirla lo mejor posible! —le grita Édznah a su compañero, furioso, siendo empapado por la lluvia que ya se ha transformado en un aguacero.
—¡Ehi! ¡Basta litigare ustedes dos! ¡Hay que salvar vidas! ¡El tifón prácticamente ya tocó tierra! —les grita Fiorello al acercarse junto a ellos, enfadado; al segundo siguiente, el consejero siniestro se dirige a la primera casa cercana, derriba la puerta y con ayuda de sus cadenas vivientes carga a la familia de cuatro, luego se dirige a otra vivienda salvando a ocho personas más, teniendo que usar sus propios brazos. Se aleja rápidamente, internándose más adentro en la isla.
Sin decir nada Abihu cambia a su verdadera forma, vistiendo su armadura dorada y cuatro alas; se dirige a una casa cercana y salva a otra familia. Tiene que usar sus cuatro alas para cargar a tres pequeños y a la mascota: un perro. Atreviéndose a desafiar a su amo, Yev-Lirn ayuda a evacuar a los que se han quedado atrapados en el camino del supertifón, causado por el kerklu poderoso; al igual que Evangelos, el arcángel usa sus diez cadenas vivientes para cargar a los habitantes asustados, sumando que también puede usar sus cuatro alas para el trabajo.
Los lugareños ótbermins y faipfems no voladores, se asombran bastante cuando fuerzas sobrenaturales e invisibles los sacan de sus hogares y los cargan por los cielos, alejándolos hacia sitios más seguros; al principio se asustan, pero cuando se percatan que ya están a salvo, se alegran de haber salido vivos de una pesadilla terrible que apareció de un segundo al otro.
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—¿Por qué tiene que ser con gigantes? ¡Chingada madre! ¡Odio enfrentarme a gigantes! —exclama Ricardo, molesto.
En frente de él, separados por muchos metros, el kerklu está parado al otro lado de la isla que acaba de levantar el protector del fondo marino, esperando que el retador haga el primer movimiento.
—Ya que. Al mal paso darle prisa —dice David en voz alta, para luego cubrir su cuerpo con hielo, transformándose en un gigante del mismo elemento y de cinco metros de altura. A diferencia de cuando se enfrentó a los tres gigantes, durante la primera aventura que vivió en este universo, David solo invoca su hielo especial, sin mesclar parte de la roca cercana.
El gigante de hielo Ricardo se protege con una armadura de placas, incluyendo el yelmo; elementos compuestos del mismo elemento azuloso y frío. Invoca una gran hacha de batalla, empuñándola con las dos manos; el hacha filosa es diferente, porque rápidamente se transmuta en un arma de acero azuloso claro. Tanto de la armadura del gigante como del instrumento bélico, emana sin parar un vapor denso blanco.
En respuesta, el kerklu también sufre una transformación. Una parte de las nubes de alrededor se dirigen al ente, envolviéndolo por breves momentos; cuando las nubes regresan a su lugar, dejan al descubierto a un guerrero samurái con su armadura completa, excepto la máscara, dejando el rostro esquelético del kerklu al descubierto. Al igual que el cuerpo que protege, toda la armadura samurái es gris oscura con múltiples grietas blancas pequeñas luminosas, de donde emana una neblina blanca, similar al vapor denso del guardián sagrado. El ente sobrenatural excelso muestra una gran sonrisa macabra, al tanto que desenvaina su espada lentamente; instantes después empuña su katana, la cual está forjada con algún metal gris muy claro. No es ningún metal conocido, al igual que el hacha del gigante David. El kerklu samurái adopta una posición defensiva esperando pacientemente.
Sin esperar más tiempo, Ricardo lanza un grito de guerra, abalanzándose contra su contrincante; imitando al retador, el kerklu también lanza un rugido potente e inicia el ataque, corriendo directamente hacia el rival. Ricardo se prepara y lanza un golpe con su hacha, acertando de lleno en el hombro del samurái. David voltea, observando el brazo cercenado del kerklu en el suelo, mientras que el mismo ente se ha detenido, dándole la espalda; pero algo no está bien.
Tranquilamente el samurái se da la vuelta, observando por unos segundos el brazo en el piso; segundos después se empieza a reír, al tanto que su brazo se regenera en un parpadeo. Más neblina emerge de su hombro cortado, recuperando la extremidad perdida con todo y armadura; el brazo del piso se convierte en neblina y se desvanece. El kerklu nuevamente empuña su katana con ambas manos y contraataca, sin dejar de reír todo el tiempo.