Repentinamente se genera un alboroto; una gran parvada de cotorros o loros reales amazónicos se acerca, generando un escándalo. Segundos después, se escuchan varios disparos cercanos de armas de fuego.
—¡Ifgáis! —exclama Akuris muy preocupada, volteando hacia los sonidos de las detonaciones.
—¡Nos atacan! ¡Vamos! —grita el dirigente ughsom. Inmediatamente, el grupo de guardianes de la selva se aleja para enfrentar a las amenazas, incluyendo el nuevo integrante del grupo.
—¡Espera Desmond! ¡Espérennos! —grita Friedrich, preparando su arma especial.
Por su parte, el comandante prepara su fusil de asalto FX cero cinco, colocándole un cartucho lleno y quitándole el seguro.
—¡Avancen con cuidado atrás de mí! ¡Manténganse agachados! —dice Francisco, avanzando con cuidado mientras más disparos se escuchan de diferentes direcciones.
—¡¿Todos juntos?! Es mejor separarnos en dos grupos para acabar con los enemigos más rápidamente —propone el gitano Cathal, quien ha invocado varios escudos vivientes; son triangulares y algo grandes, compuestos de un metal peculiar bastante resistente.
Por su parte Nhómn invoca su energía nema, invocando un escudo más amplio, protegiendo a su compañero Friedrich y la princesa; aunque ella ha invocado un escudo personal y su tridente.
—Entonces yo voy con Francisco; Akuris, ven con nosotros. Necesitaré de tu ayuda —le dice Nila Oleim a su compañera faípfem.
Sin más contratiempos, los dos grupos se separan por rumbos diferentes.
Al notar que nadie le prestó atención, Enmaru decide seguir a Francisco y a las dos faipfems; puede ayudar, usando los conocimientos que aprendió en la noche gracias a David.
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En otro lugar, Quetzalzin escucha los disparos que surgen de la selva, asustándose un tanto; las mascotas se mantienen atentas.
—Qué bien. Una alma pura e inocente; una nueva hija menor me será de mucha ayuda —expresa Réum Slee, escondida entre varios árboles y matorrales cercanos—; pero antes, tengo que deshacerme de esas creaturas gigantes.
La matriarca coeflhom piensa en una estrategia para capturar a la niña, recordando un hechizo especial del libro carmesí; hojea los escritos rápidamente, encontrando lo que buscaba en pocos segundos. Ella invoca su báculo especial, para luego concentrarse al máximo y dirigir una gran cantidad de energía negra hacia el frente. En solo segundos, dos bestias gigantes emergen de la nada: es un búpsoef mayor con forma de cóndor completamente negro, el cual mide ocho metros de largo; el otro ser es un qumkso con cuerpo de demonio que mide nueve metros de alto, de piel negra con cuernos y alas.
La batalla comienza inmediatamente.
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—¡Rápido! ¡Invoca una de las armas que te mostré en la noche! —le pide Nila a su compañera Akuris.
Ellas dos, Francisco y Ricardito avanzan sigilosamente entre los árboles de la selva.
La pu-naisvu así lo hace, haciendo aparecer un fusil de asalto, junto con unos cuantos cartuchos llenos de municiones.
—¿Sabes usarla? —le pregunta el comandante a su compañera Nila, sin dejar de vigilar alrededor.
—Claro que sí; tengo amplios conocimientos militares y de artes marciales. Beneficios de mi vida pasada —dice Nila seriamente, preparando su arma y quitándole el seguro.
—Yo prefiero mis propias armas —dice Akuris, invocando dos largas pistolas de pedernal; pero con la peculiaridad de que tienen munición ilimitada y no necesitan pólvora. Ifgáis especiales y letales, que funcionan con la propia energía rupmohe maleable de la faípfem.
El trío avanza poco a poco, encontrándose con guerrilleros armados casi a cada segundo, abatiéndolos en segundos con ráfagas de balas; Ricardito también ayuda, proveyendo de un par de escudos antibalas grandes, similares a los que usan algunas fuerzas especiales del mundo.
—¿Cómo aprendiste de estos objetos? —le pregunta sorprendido Francisco, mientras que él y las otras dos compañeras usan los objetos para protegerse de una lluvia de balas que ahora cae sobre ellos.
—Ricardo me lo enseñó en la noche; igualmente, puedo hacer aparecer otro objeto útil.
Al instante siguiente, Enmaru usa nuevamente sus habilidades de lídjoib, invocando un par de granadas de fragmentación.
—¡¿Otra vez con tus… ¡Vas a matarnos! —exclama Nila, asustada y preocupada.
—¡Cálmate! ¡Estas sí tienen seguro con su anillo! —grita Ricardito, tranquilizando a su compañera.
Rápidamente y sin prestarle atención a ese comentario, Francisco toma una de las granadas; pisadas se acercan por el frente.
—¡Cúbranme! —les dice el comandante a sus compañeras armadas.
Nila y Akuris esperan unos segundos, antes de asomarse a un lado del escudo y disparar sus armas hacia los guerrilleros que se acercan; algunos son asesinados y otros se protegen detrás de árboles o pecho a tierra. Francisco le quita el seguro a la granada y la avienta. Nuevamente el pequeño grupo de cuatro se protege atrás de los escudos, mientras la granada explota, matando e hiriendo a otros guerrilleros armados.