«Una jefatura de policía. Sabes, es la segunda vez que entro en una; me alegra solo estar de visita y no estar arrestado por segunda ocasión. ¿Te acuerdas de esa vez, cuando recién nos conocimos? (*26)», le pregunta mentalmente Ricardo a su consejero diestro.
David camina por los pasillos de la jefatura colombiana, sujetando de la mano a la pequeña Quetzalzin, mientras que el éphimit camina al otro lado suyo. Se han adelantado un poco a los policías y militares locales.
«Claro que sí; ahora estoy recordando parte de nuestras primeras aventuras en ese universo desconocido», responde Édznah feliz, igualmente con su pensamiento.
Cuando llegan cerca de la celda indicada, Quetzalzin suelta al protector y corre a los barrotes; en esos momentos, los presos se dan cuenta quienes se acercan.
—¡Papi! ¡Papi! —grita la niña, feliz.
—¡Hijita! —grita Francisco, acercándose a los barrotes y extendiendo los dos brazos entre los mismos; pocos segundos después, recibe a su hija con un abrazo. Ella intenta hacer lo mismo, aunque no puede.
—Por lo que me acabo de enterar, parece que se estuvieron divirtiendo en nuestra ausencia —comenta David Ricardo una vez que llega junto a la celda, mostrando una ligera sonrisa.
—Solo fue por un breve tiempo; la buena noticia, es que encontramos al último integrante del grupo —dice Cathal, parándose de su asiento y llamando al ughsom.
El muchacho se levanta y se acerca; Ricardo introduce su mano por entre los barrotes, estrechando la mano del nuevo compañero.
—¿Cómo te llamas? —inquiere el humano terrestre.
—Desmond Eamon —dice el jovencito.
—Bienvenido al grupo, Desmond. Yo soy el protector de Rómgednar —menciona David Ricardo.
Poco después, llega un oficial y abre la puerta de la celda.
—Ya pueden irse. El señor pagó su fianza —les dice el uniformado.
Agradecidos por continuar con la misión todos se apresuran a dejar la jefatura. Ricardito hace desaparecer los largos bancos que invocó, mientras que Francisco recoge sus identificaciones y sus armas que le habían confiscado. Afuera ya es de noche; pero el protector ya arregló todo. Con ayuda de los compañeros voladores, especialmente de Akuris y Édznah, quienes tienen que cargar a dos compañeros cada uno, todos se dirigen al hotel cercano: el Florencia Inn. Al llegar ahí se encuentran con los otros dos amigos faltantes: Yev-Lirn y Fiorello.
Antes de entrar, se ponen de acuerdo en las habitaciones que se van a pagar; una vez que se arregla ese pendiente, Ricardo paga la estancia de todos por esta noche. Se hace una parada en el restaurante del hotel, donde todos se sientan alrededor de una gran mesa; Abihu, Yev-Lirn y Fiorello también se acomodan en una silla, aunque no van a probar ningún alimento.
—¿De dónde conseguiste el dinero para liberarnos, Ricardo? —le pregunta Friedrich al protector, mientras que él y los demás disfrutan de la cena.
—Eso se lo deben de agradecer a Fiorello, al igual que los servicios pagados en este hotel. Él fue quien consiguió el dinero —dice David, señalando discretamente al consejero siniestro, quien está sentado al lado de su novia.
«¿De dónde sacaste ese dinero, amore?», le pregunta ella a Evangelos con su pensamiento.
—Lo saqué de una cuenta personal mía —presume Fiorello con orgullo y en voz alta.
Casualmente, hay una televisión encendida en el mismo espacio del restaurante; hace poco que empezaron los comerciales, cuando aparecen unos adelantos de las noticias que están a punto de comenzar. La mayoría pone atención mientras disfrutan la comida. La primicia es acerca de un robo a un banco en Estados Unidos que ocurrió en la tarde avanzada; lo especial de este atraco, es lo inexplicable del mismo, porque todos los testigos dicen que fue un fantasma, mismo quien arrancó las puertas blindadas de la bóveda en solo segundos, y se llevó parte del dinero que ahí se guardaba. La suma que presuntamente se robó este espectro es de diez millones de dólares.
—¡Esas son mentire! ¡Solo me robé cinque milloni! —exclama Evangelos, molesto.
Inmediatamente todos voltean hacia el jócsolfu maldito que ha gritado.
—Ehmmnn… Quiero decir… quiero decir que retiré algunos miles del banco —dice Fiorello, ahora nervioso.
—¡¿Robaste un banco?! —grita Abihu, enojado y parándose de su silla.
Es el único que puede hacerlo; Cathal ya estaba por gritarle también, pero Nhómn lo calma y le dice que no lo haga. Fiorello, Abihu y Yev-Lirn son invisibles e inaudibles para el resto de los huéspedes que hay alrededor; si quiere decirle algo, tendrá que hacerlo mentalmente o susurrándole.
—Aunque sea fui lo suficiente inteligente para robarlo en el lejano estado de Nueva York —asegura Fiorello admitiendo su fechoría, molesto. Se para y muestra el interior de su gabardina negra; varios bolsillos están llenos con fajos grandes de dinero.
—¡Creí que habías robado una camioneta de valores, igual a como lo hiciste aquella vez que Ricardo visitó por primera vez este universo (*27)! ¡Maldito estúpido! —brama Abihu exasperado mientras se vuelve a sentar.
Todos tratan de seguir comiendo, pero ahora hay un ambiente tenso; Fiorello se sienta y cruza los brazos. El noticiero empieza, agregando otras noticias interesantes del día: una fuerte tormenta en la prefectura de Chiba en Japón, la cual dejó varios muertos; las dos creaturas gigantes que llegaron a México ayer y que hoy se han movido a territorio colombiano; por último, hablan del robo en Alemania y la crisis en la Unión Europea por ese hecho lamentable.