Al subir las escaleras anchas, Lindalë y Ariadna descubren que el siguiente lugar es casi una copia del piso de abajo. Un extenso almacén subterráneo, pero aparte de los múltiples pilares de soporte cuadrados, hay pequeños cuartos distribuidos en la parte central y a los lados; solo son tres paredes de concreto la que conforma cada espacio casi privado. Los que viven ahí, solamente colocan una gran tela o cobija para crear su propio cuarto personal.
En el fondo del amplio almacén, hay un muro y dos puertas de metal para una persona; cada una casi junto a la pared de cada lado. Ambas entradas y salidas están custodiadas por otros pandilleros armados. Alexandra guía a las dos mujeres hacia la puerta de la derecha, saludando a los compañeros antes de pasar adentro; luego les invita pasar a sus visitas del día.
Es un cuarto simple y espacioso. Las paredes lisas recubiertas con cemento están pintadas de color malva, adornadas con varios cuadros; copias de las pinturas más famosos del mundo, incluyendo «La Gioconda», obra del pintor renacentista italiano Leonardo da Vinci. En una esquina hay una cama, mientras que dos muebles están llenos de libros. En otra esquina se encuentra una computadora personal y una impresora; junto a esos aparatos hay otra puerta. Aproximadamente en el centro del cuarto hay una pequeña mesa circular con unas cuantas sillas alrededor; Alexandra y las dos invitadas se acomodan en ese lugar. Con más calma, la princesa y capitana erpae se presentan solo con sus nombres.
Empezando su historia, Alexandra asegura que la alcaldesa Kelly en realidad es una corrupta; la líder de la pandilla asegura, que esa faípfem ha hecho tratos con el crimen organizado que ha empezado a invadir el país. Muchos de los refugiados que viven ahí y que siguen llegando cada semana, fueron despedidos de sus trabajos sin razón aparente; poco después, fueron sustituidos por personas escogidas por la misma alcaldesa. A otros les embargaron sus casas de un día para el otro, dejándolos en plena calle; esas casas fueron demolidas y levantaron negocios de una importante cadena comercial de fama mundial. Alexandra les ofrece de los servicios básicos a esos refugiados, los cuales obtiene gracias a compañeros encubiertos en la ciudad y gracias a un poco de ayuda extranjera.
—¿Cómo sabes de todo esto? —le pregunta Ariadna a Alexandra.
—Tengo contactos, aparte de una ayuda especial —dice ella.
Al segundo siguiente, Alexandra saca un teléfono celular de su bolsillo y realiza una llamada corta, ordenándole a uno de sus compañeros presentarse en su cuarto privado.
Mientras que llega esa persona, Lindalë le pregunta a la dirigente Alexandra acerca de su pasado.
Ella narra que en realidad es una inmigrante ilegal originaria de México, y de hecho es por eso que todos los pandilleros son bilingües, porque ella les da clases de español y varios amigos le dan clases de ingles a ella. Al llegar a la ciudad empezó a trabajar de ayudante en un restaurante, pero su facilidad de hacer amigos y carácter extrovertido en exceso, le ayudó a encontrar mejores trabajos y mejor sueldo; e incluso sus jefes le ayudaban a escapar o a esconderse de la policía. Hace nueve meses que descubrió las acciones sospechosas de la alcaldesa Kelly, por lo que empezó a reunirse en secreto con sus amigos, planeando hacer algo al respecto e invitando a otros a unirse a su causa; hace seis meses que formó la pandilla de los leales dingos roñosos, cuando descubrió un cargamento ilegal de armas y municiones de alto calibre. La pandilla aseguró ese cargamento, y han conseguido otros iguales a lo largo de estos meses; también han asegurado inmuebles antes de que la alcaldesa empiece a trabajar en ellos.
La guarida donde están ahora es la principal, porque hay otras guaridas subterráneas a lo largo de la ciudad. Aparte del piso donde se encuentran y el piso de arriba, hay un tercer nivel subterráneo, que es donde se encuentra el comedor comunitario y las duchas.
—Estos almacenes en realidad los mandó construir la alcaldesa Kelly, pero no sabemos para qué; lo que sí sabemos, es que no planeaba convertirlos en estacionamientos —asegura la dingo alfa Alexandra.
En esos momentos alguien toca en la otra puerta, la que se encuentra al lado de la computadora; Alexandra le da el permiso de entrar.
Las dos compañeras voltean, descubriendo que es un joven útbermin de veinte años. Sus cejas son rectas y algo anchas; sus ojos son color café oscuro. Cabello corto, negro y lacio; luce peinado moderno y usa gel para el mismo. Sus ropas son similares a los que usan los otros compañeros pandilleros; un elemento extra, son unos audífonos inalámbricos que están acomodados en su cuello.
—Les presento a Ócnum Antonio; él es mi mano derecha. Es un experto hacker y un verdadero genio en otros asuntos: mecánica automotriz, armamento pesado y electrónica. Él es el que vigila constantemente las acciones de la alcaldesa Kelly. Hackeó las cámaras de seguridad del distrito donde estaban investigando, por eso sabía desde antes quién era el protector. También es el encargado de mantenerme informado de los otros grupos de liberación —presume Alexandra, mientras que Ócnum Antonio se para junto a ella.
—¿Otros grupos de liberación? —pregunta Lindalë en voz alta.
—Poco después de que aseguramos el segundo cargamento ilegal de armas y municiones, me empezaron a contactar otros grupos armados de otras ciudades en diferentes países; siempre me aseguraba que no fueran mercenarios o narcotraficantes disfrazados. Poco a poco nos hicimos aliados; ellos me dan información y yo les comparto lo que he descubierto en Arvtess. Ya hemos formado una gran red de grupos de liberación —relata Alexandra.