—¡Reagrúpense! ¡Rápido, reagrúpense! ¡Diríjanse al punto secreto de sus edificios! ¡Ahora! —grita Francisco directamente a su radio, mientras sube hacia la azotea del hotel donde se hospeda; atrás lo viene siguiendo su compadre.
—Hora de tiro al blanco —comenta Friedrich mientras sube las pocas escaleras que llevan a su destino.
Al llegar al lugar más alto de todo el edificio, descubren que varios helicópteros se acercan por todas direcciones. Ellos están en un edificio más pequeño a comparación de los otros rascacielos alrededor, en la misma esquina que forma el cruce de las cuatro cuadras de la zona segura; de hecho, todo el gran grupo está repartido en esas cuatro esquinas y en hoteles diferentes. Dos de los edificios son rascacielos (uno más pequeño que el otro), mientras que los otros dos tienen nueve pisos de alto; uno es donde se encuentran Francisco y Friedrich.
—Compadre Kiko, usted encárguese de los helicópteros; yo me encargo de los soldados de la calle —le dice el comandante a su compañero.
Él solo afirma con la cabeza, comenzando a concentrarse en sus poderes especiales. En pocos segundos, todo el cuerpo de Friedrich empieza a generar fuertes descargas eléctricas, al tanto que unas cuantas nubes negras se empiezan a formar en el cielo. El científico mexicano apunta su bastón especial hacia sus objetivos, provocando que relámpagos impacten en esas máquinas, electrocutando a los ocupantes y friendo el motor; las maquinas voladoras caen de una en una.
Por el otro lado, el comandante se asoma por la orilla de la azotea y prepara su fusil de asalto personal, disparando y abatiendo a los primeros enemigos que se acercan.
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Abajo, en una de las calles, Ricardo realiza uno de sus movimientos especiales. Con sus dos manos golpea el suelo, provocando una avalancha de rocas a lo largo de varias calles, aniquilando a una parte del descomunal ejército que se acerca. Tal parece que toda la ciudad va por ellos.
En un segundo se acuerda de los soldados ocultos en los edificios cercanos; se enfoca en sus poderes, creando a docenas de soldados de hielo y roca. Una vez que ha creado a un grupo grande, Ricardo les ordena separarse y dirigirse con los cuatro grupos de los efectivos de la FESEDERM, quienes de seguro se han atrincherado en el punto secreto de cada hotel, procurando protegerlos a toda costa. Los lacayos del protector obedecen, separándose en cuatro grupos. Una vez listo ese pendiente, crea otro grupo de guerreros compuestos con los mismos elementos y sigue tratando de mantener alejados a los guerrilleros que se acercan. Pronto recuerda a su mascota gigante, llamándola mentalmente para que le ayude.
Se le ocurre la idea de levantar un muro de piedra y hielo para evitar que los atacantes lleguen a los cuatro hoteles, pero de un segundo al otro aparece un pequeño portal negro que lo succiona hacia otro lado de la ciudad. El protector desaparece al igual que ese portal misterioso, dejando más indefensos a sus compañeros.
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Por su parte, Albert Cathal se mueve constantemente entre los pisos, buscando a los soldados que hayan logrado entrar al edificio; lo acompañan Ricardito y Desmond. En el camino se encuentran con el grupo de guerreros de hielo que ha invocado David, dirigiéndose al punto secreto.
Los tres guerreros se asoman cuidadosamente por uno de los ventanales cercanos, observando a los ciudadanos armados empezar a entrar a los hoteles.
—¿Subimos a la azotea? —le pregunta Enmaru a Cathal, empezándose a preocupar; Desmond está igual de preocupado, pero no dice nada.
—No. Es mejor esperar aquí y cuidar de los soldados. Manténganse atentos y vayamos a otro piso —dice Albert seriamente.
Los tres se apresuran a subir hacia el piso de arriba.
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El comandante y Friedrich siguen ocupados con los objetivos de cada quien, hasta que Manuel observa un punto acercarse rápidamente.
—¡Compadre pancho! ¡¿Qué es eso?! —le grita el doctor a su compañero.
Francisco voltea, dándose cuenta del objeto que se acerca; usa la mira telescópica que incluye su fusil xiuhcóatl.
—¡Es ella, la androide! ¡Vamos al piso de abajo! ¡Rápido! —grita el comandante, descubriendo a la itqa-lirt Rebeca.
Tal parece que Friedrich no lo ha escuchado; en lugar de eso, se concentra y dirige un poderoso relámpago hacia la enemiga. El ataque da en el blanco, ocasionando que el objeto se estrelle contra el techo de otro edificio cercano; el doctor se acerca con su amigo, hacia las escaleras.
—Bien pensado compadre Kiko —le dice Enrique, al tanto que sigue usando su mira telescópica para revisar el sitio donde ha caído su antigua enemiga.
Hay una humareda en ese lugar que impide ver qué ha pasado; pero segundos después, aparece un pequeño misil que se dirige directamente hacia ellos.
—¡No otra vez! ¡No otra vez! ¡Vámonos! ¡Vámonos! —dice el comandante, apresurando a su compañero para ponerse a salvo.
Los dos útbermins bajan aprisa varios escalones, pero una poderosa explosión provoca que se agachen y cubran de varios escombros que les caen encima; Francisco invoca su gran escudo mexica para proteger a su amigo y a sí mismo. Los dos guerreros siguen corriendo hasta llegar al último piso del hotel, donde se esconden en el primer lugar disponible; no mucho después, escucha que alguien se acerca.