Libro 3: Una guerra debe prevenirse

Capítulo 49 “El campeón Akaud”

De regreso a la zona cero o zona segura, las mascotas no tienen descanso; aparte de los helicópteros, han comenzado a llegar aviones de combate, agregándoles más trabajo al águila gigante y al dragón japonés.

Esos armatostes voladores tienen incluidos misiles y armas de alto calibre, pero ni con esas municiones modernas pueden dañar las escamas del dragón o el plumaje del águila.

 

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Por otro lado, Cathal, Enmaru y Desmond se enfrentan a varios guerrilleros, aunque el gitano y Ricardito prefieren hacerlo a distancia, invocando sus armas vivientes y sus granadas de fragmentación. Eamon decide hacerlo más de cerca, usando los diferentes pasillos, sus cadenas vivientes y tekko kagis para ataques sigilosos y silenciosos. A veces, el romaní usa su habilidad con el fuego verde cuando los soldados se acercan demasiado.

 

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En otro edificio, Francisco y Rebeca han combatido por varios momentos; el doctor Friedrich le ayuda a su compadre, esforzándose al máximo en sus habilidades eléctricas. Puede concentrar las descargas, transformando los relámpagos que puede invocar en un tipo de rayos laser; aparte de que los fhiesperns {fiesperns} que puede invocar, pueden hacer el mismo daño a que si fueran de carne y hueso.

El cuerpo de Rebeca puede regenerarse, pero se da cuenta de que está en desventaja, cuando el científico decide invocar una de sus mascotas (un toro salvaje) de dos metros de alto; la batalla ahora es de tres contra una. La androide usa una de sus nuevas habilidades, volviéndose invisible; usa esa habilidad para esconderse, mientras su cuerpo se regenera completamente y traza un nuevo plan.

 

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En otro punto, el tiempo de descanso para Abihu y Yev-Lirn ha terminado.

—Ya fue suficiente, galanes. Sigamos divirtiéndonos —dice Aleryd muy feliz.

En solo un segundo, usa los tentáculos de ambas manos para atrapar las piernas de los guerreros de luz, azotándolos un par de veces contra el suelo para luego estrellarlos en contra de un edificio cercano. El éphimit y el arcángel se quedan en el suelo, sufriendo por el dolor que sienten; las energías verdes oscuras de esa demonio son dañinas para ellos.

Tranquilamente la asesora de la reina Ókinam se acerca a sus presas, cargando su martillo con una mano; pero por alguna razón se detiene en seco, volteando hacia un lado.

«¿Qué es esto? Una energía poderosa se acerca. ¿Un nuevo villano?», se pregunta mentalmente Abihu, mirando hacia el mismo lugar.

Un portal se acaba de abrir en el cielo, color cian por dentro y amarillo ocre oscuro por fuera.

—¿Qué está pa…

Trata de preguntar Aleryd, muy confundida mientras observa el portal, pero al segundo siguiente una sombra se mueve hacia ella, golpeándola y arrastrándola por el pavimento, hasta que su cuerpo impacta en un edificio algo alejado, derrumbando parte del mismo.

Édznah y Yev-Lirn han quedado muy sorprendidos por este suceso repentino, observando que el martillo de Aleryd cae cerca de ellos. Se quedan mirando el portal, el cual se cierra en solo un segundo; al voltear al frente, descubren a un sujeto a pocos pasos.

—Déjenme darles una mano —dice el hombre tranquilamente, ayudándoles a levantarse.

Los dos seres observan atentos al nuevo desconocido.

Es un hombre humano; un útbermin en palabras de este universo. Viste ropas muy parecidas a las que se encuentran fácilmente en el planeta Pérsua Ifpabe: botas largas cafés, pantalones de tela holgada, túnica simple cerrada que le llega hasta el medio de los muslos; estas dos ropas son color azul oscuro con los bordes color naranja. De accesorio usa una larga tela, que a veces funciona como bufanda y otras ocasiones como capa, o también para un uso más práctico.

—¿Quién eres tú? —inquiere Yev-Lirn, sorprendido.

—Soy el hechicero Akaud. Alguien me dijo que necesitaban ayuda y he venido a darles mi apoyo —se presenta el hombre de treinta años.

—Gracias Akaud; pero…

—Permítanme unos segundos —dice el hechicero, interrumpiendo al éphimit. Al instante siguiente, él se quita la bufanda y la sujeta con ambas manos—. ¡Sacred weapon! —exclama el hechicero, transmutando la tela en un largo kwan dao de doble hoja. Se alista para el combate, observando que Aleryd se aproxima velozmente; ella ha invocado un nuevo martillo de guerra, idéntico al que perdió segundos atrás. La otra arma similar se ha desvanecido.

Se inicia una nueva batalla entre Akaud y Aleryd; aunque parezca que el arma del hechicero desconocido es más endeble, el kwan dao doble soporta perfectamente los golpes del pesado martillo; las hojas de esa arma están tan afiladas, que cortan fácilmente parte del asfalto de la calle o las paredes de los edificios. Aleryd trata de usar sus tentáculos de íbqul, pero igualmente Akaud rebana ágilmente esas cuerdas metálicas con ayuda de su arma.

—¡¿Quién demonios eres? ¡Idiota! ¡Estás arruinando la diversión! —inquiere la mujer de pelo corto, muy furiosa.

—Solo soy un belka y descendiente de los mismos dioses regentes de mi universo. Encantado de conocerla, milady —dice Akaud, realizando una ligera reverencia.




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