Libro 3: Una guerra debe prevenirse

Capítulo 52 “El mensaje perturbador”

Abihu Édznah llega al barrio abandonado donde está David Ricardo. Ha invocado nuevas ropas, por lo que ahora viste igual a como acostumbra hacerlo en el planeta Tierra: botas negras, jeans azules, camiseta y su chamarra de mezclilla con piel de borrego. El protector cósmico se encuentra sentado en el suelo, recargado en una de las paredes de un edificio cercano; su rostro está todo sucio y con algunos magullones, aparte de un poco de sangre en la boca, debido a la que ha escupido hace poco.

—Jefe, ¿está muy lastimado? —le pregunta el consejero diestro a su amo con preocupación.

—Ya estoy mejor que antes; solo es un ligero malestar en todo mi cuerpo —dice David, al tanto que se levanta por su cuenta con dificultad.

—Será mejor que no se esfuerce tanto; déjeme ayudarle a llegar al sitio de reunión —dice el éphimit.

Al instante siguiente, Édznah hace aparecer sus grandes alas blancas; con una de ellas envuelve al protector y lo carga en el aire. Ambos hombres llegan a la zona cero de la batalla que acaba de terminar.

Los restos humeantes de los aviones y helicópteros llenan varias calles y techos de los edificios cercanos. Otra avenida está completamente destrozada a lo largo de tres cuadras, donde también hay varios cadáveres de ciudadanos armados; pero la mayoría de los muertos están adentro de los cuatro hoteles, amontonados en los mismos pasillos donde se habían refugiado los militares de la FESEDERM. Afortunadamente, no ha habido ninguna baja por parte de este grupo; los lacayos de hielo y roca de Ricardo hicieron su trabajo muy bien, evitando que los guerrilleros llegaran al punto secreto. Todos se reúnen en un nuevo salón en el rascacielos-hotel más alto, mismo donde está Ricardo hospedado.

Los civiles inocentes que han quedado atrapados en el fuego cruzado les piden ayuda a los militares forasteros, ya que algunos de sus amigos y familiares han resultado heridos; para agradecerles por su ayuda, los empleados del gran hotel de lujo les ofrecen todos sus servicios gratuitamente. Nadie había puesto atención a los habitantes de la misma ciudad, hasta esos momentos de calma después de la tormenta. Todo el grupo de fuerzas especiales y elegidos habían pensado que la metrópolis solo estaba llena de maleantes y personas de mal; pero al recibir la ayuda y gratitud de estos ótbermins y faipfems, empiezan a preguntarse muchas incógnitas que surgen en sus cabezas.

En un salón de juntas con que cuenta el hotel, están reunidos el guardián sagrado romaní, el campeón sagrado Belka y el resto de los ayudantes; todos están esperando por los dos integrantes faltantes: Abihu y Ricardo. Akaud se ha presentado y tratado de explicar acerca de esa voz que le pidió viajar a este nuevo mundo y universo. Ellos nunca habían escuchado acerca de los seres creadores supremos definitivos, por lo que el ambiente de misterio persiste en el aire; eso y un poco de humo de tabaco, por fortuna hay un ventilador encendido que lleva ese humo hacia el exterior del edificio.

El doctor Friedrich ha sacado una pipa de caoba y algo de tabaco; como siempre, usa cerillos para encender las hierbas secas. Por su parte, Francisco saca uno de sus habanos y lo prepara antes de encenderlo, usando un encendedor zippo peculiar.

—Es el encendedor que te regaló Ricardo antes de irse, al final de la guerra épica (*38), ¿verdad? —le pregunta Friedrich a su compadre.

—Sí. Solo lo utilizo cuando fumo mis habanos —responde Francisco seriamente, entre que contempla el encendedor cubierto con una capa de oro puro.

Con este vicio en particular, los dos compadres intentan calmar sus nervios.

Las preguntas hacia Akaud no paran, pidiéndole más información acerca de él y su universo natal. Trata de mencionar lo más básico del planeta Mistral y de su vida, asegurando que es hijo directo de los dos dioses regentes de ese universo, pero que siempre se ocultó de la atención general de todos los reinos; prácticamente era una sombra desconocida en todos los paisajes de Mistral.

En medio de una de las tantas pláticas por fin llegan los dos integrantes faltantes, sentándose en los asientos disponibles: Ricardo en el asiento de un extremo, mientras Abihu toma el asiento de la izquierda, justo al frente de Akuris; ella no se ha separado para nada de Fiorello.

—¿Qué te pasó? ¿Dónde te metiste? —le pregunta Cathal a Ricardo.

—En ningún lado que te interese —responde molesto David; luego, voltea con el nuevo compañero de equipo—. Tú debes de ser Akaud —comenta él, tratando de calmarse.

Su reciente encuentro con su antiguo enemigo, además de los breves comentarios que le compartió, han provocado que en la mente de David Ricardo retornen esas inquietudes, que le hicieron dudar desde el principio acerca de volver a Rómgednar; se empieza a preguntar «¿por qué demonios estoy en este lugar?».

—Así es. Soy el campeón de los Belkas; habitantes de un universo diferente —responde Akaud.

—Nos salvó justo a tiempo, a Yev-Lirn y a mí; momentos antes le había pedido ayuda a mi colega, pero estaba muy ocupado con su estúpida novia, cuidándola —toma la palabra Abihu, muy enojado e intercambiando miradas con la faípfem.

—¡Oye! ¡Yo lo estaba cuidando a él! ¡Nos estábamos enfrentando a una cilnlumoit! —le responde Akuris con el mismo sentimiento.

—Claro, lo estabas cuidando para que no te lo quiten. Desde que regresamos de Japón no lo has querido soltar para nada; ahora él solo se preocupa por ti, olvidando al resto del equipo —debate Édznah seriamente.




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