Libro 3: Una guerra debe prevenirse

Capítulo 54 “La humillante retirada”

—¡¿Qué?! ¡¿Qué está pasando?! —inquiere Friedrich preocupado, parado junto al consejero diestro Abihu.

Édznah y Fiorello están sentados en la orilla de una cama; alrededor de ellos se encuentran todos los demás. En todo este tiempo, han relatado en voz alta casi todos los sucesos que han ocurrido en la oficina del jefe de la mafia; el «Big boss» Pyotr le acaba de dar el ultimátum a Ricardo.

—Ahora lo están arrastrando afuera de la oficina —dice Fiorello mientras mantiene los ojos cerrados.

El consejero siniestro sigue relatando, hasta el momento en que Élmer Homero lo carga en el aire, pero ninguno de los dos consejeros comparte el mensaje que le da el enmascarado a David.

—¡Hay que ir por él! —exclama Fiorello con nerviosismo, pero no abre los ojos.

—¡Si nos acercamos ese forajido negro…

Justo en esos momentos, Élmer Homero suelta a Ricardo desde los ochenta pisos de altura.

—¡Abre un portal debajo de él! ¡Debajo de él! —le ordena Abihu a Fiorello al tanto que se pone de pie y abre los ojos; Evangelos hace lo mismo. Ambos consejeros concentran sus energías y abren el portal que salva al protector de Rómgednar.

El cuerpo de David atraviesa el portal y aparece en la suite donde están reunidos sus compañeros y ayudantes; pero debido a que estaba desplomándose desde el cielo, el cuerpo del guardián divino sale disparado del portal, estrellándose su cuerpo contra la pared de enfrente.

—¡Ricardo! —exclaman todos luego de la llegada desastrosa.

Los consejeros son los primeros que se acercan, confirmando que el humano se ha desmayado; sangre roja brota poco a poco de las heridas de su vientre. Los consejeros lo acomodan en una de las camas disponibles. Akaud intenta ayudar con un hechizo de curación, pero no hace ningún efecto; el cuerpo de Ricardo tiene que regenerarse a su propio ritmo. Friedrich y Francisco deciden que es mejor dejar descansar a Ricardo y esperar a que su cuerpo se regenere por su cuenta.

Los compañeros se reúnen en otro cuarto, empezando a discutir qué hacer. Debido a que el jefe del grupo está indispuesto, Albert Cathal toma el liderato momentáneo; él es guiado temporalmente por el diestro Yev-Lirn y la siniestra Akuris: el arcángel dice que lo mejor es irse pacíficamente, esperando que el «Big boss» Pyotr cumpla su promesa; pero la pu-naisvu dice que lo mejor es atacar todos juntos la torre Fedorov para rescatar a Quetzalzin, y de una vez eliminar al criminal-dictador ruso. Los otros compañeros dan sus opiniones, pero Cathal es el que tiene que decidir. Luego de varios minutos tensos, Albert decide hacerle caso a su orientador diestro: marcharse pacíficamente.

Todos se apresuran a empacar, siendo ayudados grandemente por los entes inferiores y los ayudantes que pueden volar. David Ricardo se despierta una hora después, ya con las energías y cuerpo restaurados, descubriendo que todos se están apresurando a preparar las maletas. Mientras hacen eso, Ricardo se dirige a la habitación donde durmió anoche, encontrándola igual a como la dejó en la mañana; incluso encuentra el celular que le regaló la líder dingo Alexandra.

Ya están listos para irse, pero ahora tienen que esperar hasta que sean las seis de la tarde. Minutos antes de esa hora, llega un gran grupo de guerrilleros armados; pero ellos anuncian que solo quieren asegurarse de que nadie se quede atrás. Ellos les ordenan a todos salir a la calle, donde es el lugar donde tienen que abrir el portal; todos obedecen reuniéndose en la intersección de la zona segura. Las caras desanimadas y molestas se repiten en cada uno de los extranjeros; en contraparte, todos los guerrilleros muestran rostros felices; varios de ellos están festejando y burlándose de los perdedores que se van.

Abihu y Fiorello abren el portal de regreso al hotel en la ciudad de Arvtess; instantes después aparece Nila Oleim, quien se dirige directamente con Francisco, disculpándose por no haber cumplido su promesa de proteger a Quetzalzin; está tan apenada y triste, que no puede evitar llorar. El comandante la consuela y la calma, abrazándola. También aparece Nhómn, reuniéndose con sus compañeros.

Al llegar la hora, Ricardo y Abihu les ordenan a sus mascotas regresar al desierto de Arvtess; las bestias mitológicas obedecen, emprendiendo el vuelo al segundo siguiente. El comandante exige ver a su hija, pero los guerrilleros no se la darán antes de que todos los militares se vayan; los ayudantes y compañeros pueden quedarse otros breves momentos. El comandante Pancho les ordena a sus hombres retirarse; ellos así lo hacen y atraviesan el portal. En solo un par de minutos ya solo quedan los doce guerreros especiales, dos guardianes sagrados y el campeón belka.

Uno de los guerrilleros hace una llamada y en segundos se acerca un automóvil; el vehículo se detiene al lado de los guerrilleros, permitiendo que uno de los hombres armados abra la puerta del pasajero derecho. Poco después Quetzalzin es empujada afuera, cayendo en el piso; al instante siguiente se levanta y corre con su familia. Rápidamente y adelantándose a todos, Nila corre para recibir y cargar a la pequeña.

—¡Mami! ¡Me hicieron cosas feas! —solloza Quetzalzin al tanto que abraza fuerte a la faípfem.

La segunda en llegar es Ariadna, quien transmuta sus energías yaerp en una pequeña frazada para cubrir el cuerpo de la niña. Nila se apresura a llegar al hotel de Arvtess, siendo acompañada por las dos princesas: Ariadna y Lindalë.




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