Libro 3: Una guerra debe prevenirse

Capítulo 58 “Eldwin; maestro y padre”

Llegada la hora de dormir, cada quien se dirige a las respectivas habitaciones que eligieron; igual que en el hotel anterior, Ariadna y Lindalë dormirán en el mismo cuarto. La princesa numsegohg hace aparecer unos camisones para dormir de seda para ella y su compañera.

La noche anterior, Berenice quería preguntarle a la guerrera erpae acerca de su título de la realeza; saber si era verdad o solo está mal interpretando los comentarios de esa mujer Ókinam. Se enteró de ese nombre gracias a sus compañeros, porque Lindalë se quedó callada todo el tiempo; ayer se acostó y durmió rápidamente. Ahora parece muy meditativa, sentada en la orilla de la cama y con la mirada hacia abajo.

Ariadna se le acerca tranquilamente, calmando su emoción por saber la verdad.

—Disculpa… amiga, ¿puedo preguntarte algo? —inquiere la princesa numsegohg un poco nerviosa.

—¿Es sobre mi título de princesa? —inquiere Lindalë, volteando seriamente con su compañera.

La átbermin solo afirma silenciosamente con la cabeza; por su parte, la faípfem alada solo regresa la mirada pensativa hacia abajo.

—La verdad amiga, sí lo soy, pero nadie lo sabe… o no le interesa. Ni siquiera en mi comunidad poseo el título oficial de princesa —dice Lindalë con aire melancólico. 

—¿Por qué? ¿Qué pasó? —inquiere Berenice, sorprendida.

Antes de empezar con la historia, Lindalë toma una respiración profunda; decide acomodarse mejor, sentándose en el medio de la cama. Ariadna hace lo mismo, justo al frente de ella.

—Primero que nada, debes de saber que el doctor Friedrich capturó y secuestró a mis padres hace veintinueve años, cuando yo tenía seis años —informa Lindalë seriamente.

—¿Y por qué lo hizo? —inquiere Berenice, confundida.

—No quiero entrar en detalles, aparte de que es mejor que Friedrich te relate esa historia. Él y otros compañeros suyos de ese entonces invadieron mi aldea una mañana; mi madre intentó distraerlos, mientras que mi padre me llevó a la cueva de una montaña para esconderme. Ahí esperamos a mi madre, pero después oímos que varios de los invasores se acercaban. Mi padre me dijo que no saliera de la cueva mientras que él revisaba afuera; que tenía que esperar hasta que él regresara… pero nunca lo hizo —relata Lindalë con tristeza.   

Hay un silencio incómodo de unos momentos, antes de que ella siga con el relato.

—Me quedé esperando en la cueva por largo tiempo, asustada, hasta que junté el valor para asomarme afuera; al no encontrar a nadie regresé a la aldea. Pensaba que mis padres estaban heridos y estaban descansando en nuestra casa… pero, cuando llegué a mi hogar, todo era un desastre. Todos estaban luchando para conseguir mi casa.

—¿No tenías otros familiares o conocidos con quien ir? —inquiere Ariadna, conmovida.

—Conocidos no, y con mis otros familiares ya nos habíamos distanciado demasiado. Mis padres eran los reyes de la aldea y todos querían esos títulos; cuando ellos desaparecieron, los más fuertes de la aldea pelearon por la corona durante todo el día, hasta que en la primera hora de la noche surgió un ganador y se autoproclamó rey de la comunidad.

—¡¿Pero no se supone que tú tenías que heredar el trono?! ¡Eres la hija sanguínea de la realeza! ¡Malvados! —exclama Berenice muy enojada, mirando por unos segundos a otro lado. 

—No tenía la edad para tomar el cargo, aparte de que todos los aldeanos me ignoraron; intenté buscar refugio con mis abuelos, pero ellos no me querían; solo me dejaron quedarme en su casa, pero no me cuidaban. Prácticamente tenía que pelearme con ellos por la comida. Solo lo soporté por unos días, así que decidí marcharme de la aldea en la madrugada siguiente. Creí que podría sobrevivir por mi cuenta, pero no pude cazar a las presas que me encontraba. Cuando traté de regresar a la aldea, estaba muy cansada y no podía volar; aparte de que me había perdido en el bosque cercano a la aldea. Empezó a llover y el frío aumentó demasiado, me acosté y abracé mis piernas para tratar de calentarme. Creí que moriría en medio del bosque… pero, de repente, una persona se paró en frente de mí. Era un útbermin —relata Lindalë muy seriamente.

—¿Un útbermin? ¿El resto de la aldea no lo atacó? —inquiere Ariadna, muy atenta a la historia.

—Por fortuna no. El hombre estaba usando partes de una armadura arriba de unas túnicas largas; se agachó en frente de mí, para luego acariciar mi pelaje corto de un costado. Traté de controlar mi cuerpo que tiritaba para mirarle la cara, pero una capucha no me permitía apreciarla toda; solo veía una boca que hablaba. «Pobre criaturita; no te preocupes, yo te cuidaré», me dijo él. Me envolvió con una gruesa manta y me cargó. «Yo seré tu nuevo papá», eso fue lo que me dijo mientras nos alejamos de la aldea —narra Lindalë mientras aparece una sonrisa en su rostro, recordando esos momentos cálidos que cambiaron por completo su vida.

—Entonces, supongo que ese útbermin es el padre adoptivo que mencionaste, antes de que esa mujer nos atacara —expresa Ariadna, confiada.

—Sí, él fue mi padre adoptivo por muchos años —revela Lindalë, feliz, volteando con su nueva amiga.

—¿Era un guerrero o un lídjoib? —indaga con interés la princesa Berenice.

—Era un lídjoib único. Se especializaba en una magia que solo él domina en este universo: la necromancia. Es un nigromante —revela Lindalë con seriedad.




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