Libro 3: Una guerra debe prevenirse

Capítulo 59 “El libro es la clave”

Llega otro día al pueblo de San Julián Segundo, al igual que los cacareos despertadores de los gallos, sobresaliendo los que provienen de la granja de Saldaña. Casi todos se despiertan, ya que algunas se durmieron hasta la madrugada. Los amigos son pacientes, esperando a que las dos princesas se despabilen y arreglen.

La primera parada colectiva es un restaurante para desayunar. Todo el pueblo les sigue ayudando, dándoles gratuitamente la comida. Muy temprano, ayer, antes de que Ricardo hablara con Alexandra, la líder dingo alfa ya se había comunicado con todo el pueblo de San Julián Segundo, avisándoles que un grupo de compañeros suyos iría ahí; la líder rebelde les ha dicho que ellos le están ayudando a desenmascarar a la corrupta alcaldesa Kelly.

Una vez acabado el desayuno, el grupo se disemina otra vez: Akaud y sus dos alumnos tienen que seguir entrenando; Francisco, su hija y su pareja deciden pasear por la ciudad; Lindalë y Berenice harán lo mismo pero por rumbos diferentes; Ricardo, Nhómn y Friedrich están muy atentos con los mensajes y noticias de los otros hackers mundiales; Cathal no quiere seguir desperdiciando tiempo. El romaní se está desesperando de que no haya resultados favorables y de que los demás estén perdiendo el tiempo; les ordena a los tres entes inferiores y a la pu-naisvu investigar en otros países, esperando encontrar más rápido pistas acerca de los terroristas y las muestras. Desafortunadamente, Fiorello y Abihu solo obedecen a Ricardo, por lo que le preguntan a su amo si es buena idea; David les dice que así es, dándoles la autorización de investigar por su cuenta.

Eso libera un poco la tensión en Cathal, pero hay una molestia que está creciendo en su interior, dirigida hacia el protector sagrado Ricardo; a según la opinión personal de Albert Cathal, David Ricardo está haciendo una pésima labor de guardián sagrado.

 

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Todavía en la mañana, Friedrich toma un descanso de buscar nueva información. Decide realizar una llamada telefónica habitual que ha estado haciendo en estas horas de la mañana; la única excepción fue en la ciudad de Quekea, el día desastroso del ataque por parte de los guerrilleros armados. Habla con uno de sus hijos, preguntando sobre novedades u otras noticias importantes; por su parte, el doctor les comparte algo nuevo de lo que vive cada día en esta misión especial. Al final se despide y les manda saludos a todos.

—¿Era uno de sus hijos? —le pregunta Nhómn Beleg, acercándosele a su compañero en el pasillo del hotel. También ha decidido descansar por unos momentos.

—Sí, así es. Ayer me comuniqué con mi hija para avisarle que me encontraba bien; ya estaba preocupada por mí —comenta el doctor Friedrich luego de terminar la llamada.

—¿Cuantos hijos tiene? —inquiere el eunuco.

—Seis hijos  y catorce nietos; todos pequeños de entre siete y diez años —relata Friedrich con orgullo.

—Entonces su esposa se quedó sola en su casa —supone Nhómn en voz alta.

—Soy viudo; mi esposa murió hace once años —comenta Friedrich tranquilamente.

—Oh, lo siento —expresa Nhómn, apenado.

—No hay problema, ¿y usted compañero? ¿Tiene familia?

—Tengo dos esposas, ocho hijos y diez nietos —asegura Nhómn Beleg.

—¿En serio? ¿Los obtuvo antes de convertirse en un eunuco? —pregunta Friedrich con interés.

—Fue después; tengo algunas habilidades especiales —explica Nhómn, no revelando su misterioso don.

Manuel ya estaba por preguntarle por más detalles, pero en esos momentos llega Ricardo para saber de los posibles avances de la investigación.

—No hay nada relevante, ni con los terroristas ni con la alcaldesa Kelly; es muy cuidadosa esa faípfem a la hora de hacer sus negocios —dice Nhómn con voz desilusionada.

—Solamente hay rastros de sus inversiones para las obras públicas de la ciudad; los contratos que ha firmado con las diferentes empresas están en orden. Lo único que no estaría en orden, son los almacenes abandonados; pero son las mismas empresas las que mandan construir esos lugares y los dejan olvidados —menciona Friedrich, recordando una noticia importante—. De hecho, la mayoría de esas empresas son constructoras; hay dos con quien ha hecho negocios últimamente: una cadena de tiendas de autoservicio y una de importadora de verduras.

—¿Importadora de verduras? —inquiere Ricardo.

—Son las más recientes, la alcaldesa hizo negocios con esas dos empresas varios días antes de que llegáramos por primera vez a su urbe, pero no ha sido la única; otras ciudades alrededor de Arvtess han hecho negocios con las mismas empresas —asegura el doctor Friedrich.

—¿Y con respecto a los terroristas? —pregunta el protector, quedándose pensando en el dato anterior.

—Nada. Todos los hackers estamos investigando a Pyotr Fedorov, pero la única información es que está donando una fortuna hacia beneficencias de caridad en varias partes del mundo: Rusia, China, Sudáfrica, India, etc… Esa es la única actividad que hizo todo el día de ayer —menciona Nhómn seriamente.

Ricardo no sabe qué pensar. Esto es un callejón sin salida, pero aunque sea están los tres entes inferiores; ellos podrían haber descubierto algo de más utilidad. Eso piensa hasta que en la tarde llegan esos compañeros junto con la pu-naisvu al patio del hotel; todos con heridas y moretones visibles, excepto Akuris.




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