Libro 3: Una guerra debe prevenirse

Capítulo 61 “Muestras encontradas”

—Abihu, quisiera saber, ¿cómo es que puedes bendecir a otros con tus energías luminosas yaerp? —le pregunta David Ricardo.

Es de mañana y acaba de salir el sol. El protector y el consejero diestro están en uno de los pasillos del hotel «Las Golondrinas»; Friedrich también está presente. Hoy es el último día disponible para evitar una catástrofe.

—Simplemente me concentro en regalar parte de mis energías a los otros; entre más me concentre, más durará el efecto de la bendición. Muy simple de decir, pero más complicado de hacer —explica Édznah tranquilamente.

Poco después, llega el comandante a la reunión.

—Buenos días, David. ¿Hoy que se hará? —le pregunta el comandante a su jefe.

—Hoy todos se quedan en el hotel. No se me ocurre una mejor opción —dice Ricardo, pasando su mano sobre su cabeza y sobre su cabello con gel ya seco.

—Solo podemos esperar a escuchar alguna noticia de nuestros compañeros hackers. Con ayuda de Fiorello y Édznah podremos llegar en un segundo a nuestro destino —complementa el científico Manuel, volteando con sus compañeros.

Sin otra opción disponible, todos esperan en sus cuartos por alguna noticia de los terroristas africanos.

Entre tanto Nila y Francisco empiezan a pensar en qué hacer con Quetzalzin. No pueden arriesgar su vida otra vez, llevándola a la próxima confrontación. Al final de mucho pensar, deciden dejarla en el mismo pueblo de San Julián Segundo, bajo el cuidado de la líder Alexandra. La pareja habla con Ricardo, pidiéndole que se comunique con la líder rebelde para que pueda recoger a la pequeña Quetzalzin; él así lo hace. Alexa acepta cuidar de la pequeña, pero está ocupada en la guarida secreta principal de Arvtess. Tardará otro tanto más en desocuparse, por lo que Alexandra le dice a la pareja de padres (Francisco y Nila) que dejen a Quetzalzin con la familia del «pollero». Ellos la cuidarán mientras tanto.

Todos esperan aburridos, ya cambiados con ropas especiales de combate o con sus ropas de siempre, especialmente Fiorello, Abihu, Cathal y Ricardo, quienes rara vez cambian sus ropas favoritas casuales y elegantes.

Nada ocurre hasta que a la una de la tarde se escucha un grito que proviene del cuarto de Nhómn y Friedrich.

—¡Ya aparecieron! ¡Ya aparecieron! —grita el doctor Manuel, emocionado y preocupado.

Rápidamente los que pueden suben al cuarto de arriba, llegando primeramente David Ricardo.

—¡¿Dónde?! ¡¿Dónde están?! —inquiere nervioso el protector del universo.

—¡En Estados Unidos! —exclama el eunuco Nhómn

—¡¿Estados Unidos?! —gritan varios al mismo tiempo.

—Acaban de activar una alarma de amenaza de bomba en uno de los hoteles de Nueva York —informa el sabio Nhómn.

—¿Bomba? Pero estamos buscando las muestras de virus; aparte, ¿la Unión Europea no pagó el dinero? —dice Ricardo, perplejo.

—Al parecer, esos africanos no son tan pacientes; los que dieron el aviso a la policía son los mismos terroristas de Enh-raiff. Dijeron que es una bomba especial que fabricaron con las muestras de virus —explica Friedrich, agregando al final—. Es un hotel cercano a las Naciones Unidas; ahí se están hospedando varios líderes mundiales importantes. En la mañana de hoy pensaban discutir sobre algunas medidas en contra de Wisune.

—¡Entonces vamos a Estados Unidos! ¡Rápido! —ordena Ricardo, ordenándoles a sus consejeros que abran un portal a ese hotel en particular; en un instante ellos obedecen.

Todos se adelantan, mientras que Nila y Francisco dejan encargada a su hija con Saldaña; Alexandra todavía no llega. Se despiden de ella por el momento, prometiéndole no tardar tanto. Abihu y Ricardo deciden ordenarles a sus mascotas quedarse en Tifpé, aparte de permanecer al pendiente de la pequeña Quetzalzin.

Pronto, todo el grupo llega a su destino.

 

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En algún lugar de Manhattan, Estados Unidos.

 

—Listo. Los guerrilleros ya activaron la alarma. Solo tenemos que esperarlos y acabar con todos de una vez —dice Élmer Homero, revisando unos momentos el libro carmesí mientras escucha las noticias de última hora a través de una radio.

Él y el resto de la hermandad Doppel se encuentra en un estacionamiento subterráneo.

—Los entes inferiores fieles a nosotros están esperando nuestras órdenes, milord. Ya estaban esperando una batalla de verdad —dice Ókinam, acercándose con su pareja.

—Bien. Bien mi reina. Solo esperaremos a que se ocupen de la bomba y atacamos —expresa Élmer Homero, sonriendo ampliamente debajo de su máscara.




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