Libro 3: Una guerra debe prevenirse

Capítulo 65 “Promesas y una apuesta”

Lugar: Límites de la ciudad de Arvtess, Pemetoe, Jedram.

 

Ricardo corre velozmente en medio del desierto que rodea la ciudad; ha decidido no invocar su armadura, quedándose con su ropa elegante color azul claro. Sus ojos ahora son completamente de ese color, sumando la densa neblina que brota de los mismos. Sus poderes están activados, proveyéndole de velocidad, agilidad y fuerza sobrehumana. El protector se encuentra con las primeras camionetas que transportan a los terroristas, embistiéndolas de lleno con su cuerpo, haciéndolas volar por los aires para luego caer duramente al suelo y rodando muchos metros lejos; los ocupantes de esas camionetas sufren el mismo destino. Algunos guerrilleros usan sus armas de fuego, pero las balas no le hacen ningún daño al protector del universo.

Ricardo embiste varias camionetas más, hasta que su archienemigo aparece. David lo ve venir desde lejos, igualmente corriendo a gran velocidad y directamente hacia él; se alista para recibirlo con un buen golpe. Toma la posición adecuada y espera pacientemente, pero alguien llega por atrás y le da un codazo por la espalda, mandándolo a rodar muchos metros más adentro en el desierto. Cuando su cuerpo por fin se detiene, Ricardo se levanta rápido aunque algo adolorido.

—Jajajaja. Nunca aprendes Ricardo, nunca aprendes; un villano pocas veces ataca frontalmente —dice el enmascarado entre risas, agregando al final—. Solo lo hace cuando ya tiene ganado el combate.

Como la mayoría del tiempo, el hombre viste sus ropas de forajido del viejo Oeste de color negro. Se acerca tranquilamente con su enemigo eterno, empuñando sus dos machetes puntiagudos. 

—O cuando se confía de más —dice David con serenidad.

Al instante siguiente Ricardo se deja caer para atrás, pero en lugar de golpear el suelo, el hombre terrestre se sumerge en la arena; la misma actúa como agua por un segundo. Confundido, Élmer Homero escarba un poco para buscar a su némesis pero no hay nada más que arena. Busca por los alrededores, justo en el momento en que dos brazos surgen de la tierra del desierto, atrapando sus piernas y jalándolo hacia las entrañas del subsuelo. El forajido desaparece en un parpadeo, engullido por el desierto inhóspito.

 

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En otro punto de la ciudad, Fiorello sigue apresurándose a poner a salvo a los ciudadanos. Repentinamente varios portales se abren alrededor y en el cielo, emergiendo el ejército de entes inferiores bajo el mando de la reina Ókinam y Lord Lozkar. Evangelos y su colega detienen su tarea, prefiriendo enfrentarse a las amenazas que han llegado; los dingos roñosos tendrán que hacer el resto del trabajo.

Éphimit y Jócsolfu maldito pelean por su cuenta, ya que ambos pueden dañar a seres de luz y oscuridad por igual.

Fiorello se aleja un poco, cuando de repente una enemiga lo atrapa con sus cadenas negras y lo arrastra hacia las orillas de la ciudad, directamente hacia un almacén abandonado, obteniendo privacidad del caos de afuera; infortunadamente, Abihu no ha notado que han secuestrado a su cofrade.

Fiorello cae al suelo duramente, levantando una leve polvareda mientras que su captora lo observa con mucho interés. Evangelos abre los ojos y levanta la vista, descubriendo que es la misma de siempre; muestra una mueca de desagrado mientras invoca fuego blanco yaerp, liberándose de las cadenas de la demonio Aris.

 —Di nuovo apareces en el peor momento. Esta vez me aseguraré de… —dice Fiorello molesto mientras se pone de pie, desenfundando sus dos espadas talwars.

—Ni te molestes en preparar tus armas, Fiorello. Yo también ya me cansé de que siempre seas mi contrincante, por eso quiero proponerte una tregua —lo interrumpe Aris tranquilamente, parada y con los brazos cruzados.

—¿Una tregua? —inquiere Evangelos muy confundido, pero sin soltar sus armas.

—Así es. Yo dejo de molestarte y tú no me atacas si nos volvemos a encontrar, ¿Te parece bien? —le propone Aris al tanto que camina tranquilamente hacia él, añadiendo al final—. Mira; inclusive no tengo puestos los brazaletes especiales para dañarte (*44) —dice ella al tanto que alza los brazos al descubierto; solo tiene unos cuantos brazaletes delgados con picos en cada uno. Simples accesorios. 

Aris ha cambiado su vestimenta en esta ocasión, pero persiste el tema rockero. Su chamarra de cuero negro la ha cambiado por un chaleco desabrochado del mismo material y color; abajo, luce un crop top con cuello halter. En lugar de sus pantalones jeans, usa una falda corta y medias largas. Lo único que no ha cambiado de su vestimenta habitual, son las botas de tacón bajo.

—Por mi… está bien; pero, ¿qué estás tramando en realidad? ¿Qué es lo que quieres a cambio?  —indaga Fiorello todavía perplejo. No se atreve a bajar la guardia y empieza a caminar hacia atrás, intentando alejarse de la demonio.

—Vaya; eres más listo de lo que pensé —dice Aris mostrando una sonrisa pícara mientras sigue caminando paso a paso, entre que coloca sus manos en su espalda, no demorando más tiempo para mostrar sus intenciones—. A cambio de nuestra tregua, quiero que nos reunamos cada cierto tiempo para conocernos mejor.

—¡¿Quieres tener varias citas conmigo?! ¡¿Perché?! —inquiere Evangelos, perplejo y asombrado.

Segundos después la espalda de Fiorello llega hasta la esquina del almacén, dejándolo acorralado y sin otra vía de escape. La cilnlumoit se le acerca a escasos centímetros frente a él.




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