En otro punto del desierto de Arvtess, el forajido negro sale expulsado de las entrañas de las arenas, elevándose varios metros en el aire y cayendo duramente al suelo; instantes después emerge David Ricardo, dando un pequeño salto desde el subsuelo y aterrizando a salvo, acercándose con su archienemigo que sigue en el suelo. No tarda en invocar sus dos hachas de batalla.
—Jejejeje. ¿Piensas destruirme? Creo que no te lo han dicho, pero… —dice Élmer Homero al tanto que se levanta.
—Ya lo sé, no tengo permitido hacerlo; pero, no me dijeron alguna regla que me impida lastimarte —le interrumpe David seriamente.
—Suerte. ¿Ya se te olvidó lo que te dije cuando te reuniste con mi socio Pyotr? —le pregunta el enmascarado negro, alegre, empuñando sus dos machetes.
—¡Oh! Es cierto. El plano espiritual o espectral; tienes razón —dice David Ricardo, deprimido, haciendo desaparecer sus dos hachas de batalla y mirando hacia abajo.
—Creía que esta batalla sería algo más entretenida que nuestra última reunión, pero me tendré que conformar con hacerte sufrir lentamente —menciona Élmer Homero, dando el primer golpe con su machete izquierdo.
Reaccionando en solo un segundo, David Ricardo le da un derechazo en plena cara al forajido negro, haciéndolo rodar desastrosamente varios metros atrás. Sorprendido, Lozkar se levanta con dificultad, adolorido por ese golpe que ha recibido; observa con más detenimiento a su némesis, descubriendo un cambio total en el cuerpo de David.
Su camiseta polo y su blazzer han desaparecido, quedándose solamente con sus pantalones de vestir y zapatos negros, mostrando su torso y brazos. La piel del cuerpo del protector ahora es de color café muy claro, aparte de que está lleno de grietas grandes; un vapor emana constantemente de esas decenas de rajaduras, el cual es del mismo color de las arenas alrededor. La densa neblina que generan sus ojos también ha cambiado de color blanco al mismo color café claro; su cabello se ha ido, quedando calvo.
—Parece que sí tengo buena suerte, Élmer. Los kerklus habitan en ese mismo plano espectral, y yo puedo alterar mi cuerpo para ser uno de ellos —expresa el protector sagrado de Rómgednar, mostrando una amplia sonrisa de satisfacción. Al instante siguiente, el kerklu Ricardo transmuta la arena de alrededor en dos espadas alfanjes largas y anchas; el nuevo metal es café muy claro en lugar de azul.
—Muy bien, divirtámonos entonces —dice Élmer Homero con seriedad, quien no ha dejado de empuñar sus machetes.
Se inicia la batalla entre los dos contendientes.
Élmer Homero usa sus armas y sus cadenas vivientes, mientras que Ricardo controla la arena de alrededor, concentrándose en no provocar un desastre mayor; las arenas cercanas a David se transmutan en otras cadenas de metal cafés, un poco diferentes a las de Lozkar: los eslabones de las cadenas vivientes del protector de Rómgednar son circulares, mientras que los eslabones de las cadenas vivientes de Élmer Homero son ovalados. Todos los objetos largos tienen enganchado en el último eslabón un cincel muy puntiagudo. Cada cadena actúa todo el tiempo como una serpiente de metal, tratando de atacar a adversario y amo contrario, pero chocan constantemente, generando chispas cafés y negras.
La pelea entre Ricardo y Élmer Homero es bastante pareja, intercambiando golpes con sus espadas varias veces; a pesar de que las armas están muy afiladas, no producen un daño considerable en la piel de los combatientes. Producen cortadas poco profundas, las cuales se regeneran poco a poco.
Élmer Homero decide usar su habilidad para volar, elevándose en un santiamén muchos metros en el aire; en respuesta, Ricardo hace levantar un pilar de tierra justo bajo sus pies, alcanzando en un segundo a su archienemigo. Más cadenas metálicas emergen del pilar de tierra, atrapando al adversario e inmovilizándolo; Lozkar lucha para romper las cadenas, pero antes de que lo haga, Ricardo cubre su cuerpo con una gruesa capa de hielo especial; luego, se avienta sobre Lozkar, haciendo lo que mejor sabe hacer: caer. Élmer Homero se libera de las cadenas, pero no puede cargar el cuerpo de David; por más que se esfuerza, el forajido negro ni siquiera tiene las fuerzas necesarias para empujar el cuerpo de hielo a un lado, descendiendo sin control y a gran velocidad; curiosamente, el pilar también está regresando a las entrañas del subsuelo. En otro segundo, los cuerpos de Ricardo y Élmer caen estrepitosamente en lo alto de una gran piedra, misma que ha emergido de la arena. El cuerpo de Élmer Homero es aplastado brutalmente por el cuerpo de hielo de Ricardo, demoliendo al mismo tiempo parte de la piedra gigante; los huesos del demonio Lozkar se fracturan en varios pedazos. Hay un leve terremoto que se expande a muchos kilómetros a la redonda.
Ricardo hace desaparecer su hielo, bajándose de la roca semi destruida y observando el cuerpo del forajido negro un tanto deformado. El protector sagrado se da cuenta de que su némesis ha quedado inconsciente, por lo que es una buena oportunidad de revelar el verdadero rostro del hombre desconocido.
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Entre tanto, la situación de la ciudad se complica más cuando llegan los terroristas Enh-raiff a las primeras calles internas de la ciudad. Francisco es quien coordina a los guerrilleros dingos para que tomen posiciones claves y puedan repeler a los invasores; les ordena no prestarles tanta atención a los entes inferiores, ya que sus compañeros se encargarán de ellos. Ocurren los primeros enfrentamientos entre pandilleros y terroristas, apareciendo las primeras bajas en ambos bandos.