Libro 3: Una guerra debe prevenirse

Capítulo 68 “Un invitado no deseado”

En otro punto de la ciudad de Alepo, Siria, Albert Cathal se está enfrentando contra la asesora Aleryd. Por más que lo intenta, no ha logrado dañar a la mujer demonio; inclusive ha usado sus poderes de gigantismo, creciendo varios metros más que ella, pero aun así no le ha provocado ni cosquillas. Las armas vivientes que invoca el gitano, tampoco afectan para nada la piel de Aleryd. Por su parte, Cathal ha soportado una leve paliza que su enemiga le está dando.

—¿Solo posees esos pocos conjuros? Que mal; pensaba que tenías más variedad. Ni siquiera me he divertido —dice Aleryd claramente aburrida, acercándose a su adversario.

Albert Cathal, quien ha recuperado su estatura original, trata de recuperar el aliento, al tanto que su ropa muestra rasgaduras de varios tipos por todos lados; su cara y brazos están llenos de suciedad, aparte de varios magullones. Los dos combatientes se encuentran cerca de una intersección de dos avenidas importantes, cerca de las orillas de la misma ciudad; hay una especie de monasterio o templo en medio de esa intersección. El romaní no contesta al comentario de su enemiga, tratando de pensar en una estrategia mejor, pero no se le ocurre ninguna.

Inesperadamente, el jovencito Desmond Eamon llega para ayudar al guardián sagrado forastero; lo intenta de mil maneras, mas sus ataques simplemente no le afectan para nada a la demonio hóhepvi {jógepvi} (*46). Al principio, Aleryd trata de ignorar esta molestia, hasta que su paciencia llega al límite.

Moviéndose en un parpadeo y con una simple fuerte patada, la asesora de la reina golpea a Eamon en un costado, mandándolo a una de las paredes del edificio cercano. El cuerpo del jovencito ughsom cae completamente al suelo, muy adolorido; Desmond trata de levantarse, pero no puede. Aleryd se acerca rápidamente; sin nada de piedad prepara su arma de guerra, alzándolo en alto. La cara especial del martillo cae de forma demoledora, enterrándose pocos centímetros en el mismo pavimento, aplastando el miembro del valiente (o estúpido, a según el punto de perspectiva) muchacho Desmond, quien grita y sufre de un dolor espantoso. Aleryd retira su arma, alejándose tranquilamente varios pasos.

Muy preocupado, Cathal se acerca con el herido de gravedad, descubriendo la horrible escena. Una sección del brazo izquierdo del jovenzuelo, casi llegando al hombro, está destrozado y aplanado; de milagro se ha mantenido unido al resto del cuerpo gracias a retazos de la pura piel; huesos, músculos y tendones están triturados y cortados en su totalidad.

—¡Desmond! ¡Desmond aguanta, resiste! —exclama Cathal, asustado y preocupado mientras sostiene la cabeza del muchacho, quien empieza a llorar y a escupir un par de bocanadas de sangre.

El romaní no sabe qué hacer; tratar de buscar al resto del equipo o enfrentarse a la villana, pero seguramente acabará peor que Desmond. Si deja solo al herido, Aleryd puede acabar con su vida.

«¡Diantres! ¿Qué haré? ¿Qué haré?», se pregunta Albert mentalmente, preocupándose y asustándose cada vez más.

—Una lamentable demostración de poder, supuesto guardián —dice seriamente Aleryd, justo detrás de Albert Cathal.

El gitano de Ítkelor cierra los ojos, recordando que el sentimiento que está empezando a experimentar, es el mismo cuando su mundo y territorio fueron invadidos por los demonios negros. De repente, una voz desconocida, grave y malvada suena en la mente de Cathal.

«¿De verdad vas a permitir que te humillen por segunda ocasión? La primera vez demostraste debilidad; te dejaste dominar por tus sentimientos. Tienes que dejar de sentir lástima por los demás», asevera ese ser desconocido con seriedad.

—Pensaba dejarte vivir para divertirme otro día, pero notando tu insignificante poder, preferiría combatir contra ese tal David Ricardo; el sí tiene las fuerzas y las agallas para enfrentarnos —menciona Aleryd, mostrando una sonrisa malvada.    

«¿Escuchaste? Todos prefieren al débil protector de este universo; al bueno para nada de David Ricardo. ¿Piensas dejar que ese mentecato tenga más renombre que tú? Vamos Cathal, yo sé que eres mejor que esto. Con mi ayuda podrás liberar todo tu potencial, solo tienes que demostrarles a los demás que no tienes miedo. Sin nada de misericordia es como se ganan las batallas; sed de venganza y aniquilación total es la única forma de asegurar la paz», asevera la voz misteriosa en la cabeza de Albert Cathal.

Un sentimiento de molestia empieza a fluir por las venas del romaní, alimentando la semilla de odio que se había plantado en su corazón, la cual empieza a germinar aceleradamente. El hombre muestra sus dientes y su ceño se frunce.

—Será mejor acabar con esto. Al menos podrás reunirte con todos tus inútiles amigos de Ítkelor —habla Aleryd, alzando en alto su martillo, preparándose para dar el golpe final sobre la cabeza del guardián sagrado.

Extrañamente, el tiempo para Albert Cathal empieza a transcurrir demasiado lento, escuchando atentamente las palabras de ese ente desconocido.

«Con que piensas rendirte fácilmente, ¿Eh? Quieres dejarle un puesto importante al inútil de David Ricardo. Es una lástima, pensaba que querías vengarte por todos aquellos que murieron. Oh. Por cierto, déjame decirte un pequeño detalle: la demonio que se encuentra parada atrás de ti también ayudó a invadir el reino de Ítkelor; si la derrotas y acabas con su vida, podrás vengar la muerte de tus preciados amigos… pero, como no quieres hacer nada, allá tú. Kéilan, Bárem, Gyula, el gitano campeón, Zelinda, Kirill, Idaira. Todos habrán muerto en vano; decepcionados de que su mejor amigo no pudo vengarlos. Especialmente…», la voz macabra hace una breve pausa, terminando con el nombre clave; «tu amada esposa Luminitsa».




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