El rugido atronador de Sabo desgarró la noche. Una señal implacable.
Los cazadores reaccionaron de inmediato, la desesperación crispando sus movimientos. Sin dudarlo, se lanzaron hacia el monstruo legendario, armas desenvainadas, corazones latiendo con furia. Cada segundo contaba. Cada instante perdido significaba otro compañero más arrancado por las garras despiadadas del Alfa Supremo.
El campamento se vació en un instante. O casi.
Emma no se había movido.
Habría sido un arma formidable contra Sabo. Una aliada invaluable en esta batalla. Pero se quedó atrás, su mirada penetrante escudriñando la oscuridad, leyendo entre líneas este ataque. A diferencia de los cazadores, ella no se dejó cegar por la urgencia del combate.
No cometería el mismo error dos veces.
La última vez que persiguió a los lobos, ellos aprovecharon para arrebatarle a Aidan. Esta vez, no sería engañada. Este ataque no era más que una burda distracción.
Una sonrisa helada rozó sus labios.
—Los estoy esperando… —susurró.
No muy lejos, ocultos entre el denso follaje, los jóvenes cazadores observaban en silencio. Vieron a sus enemigos desaparecer en las tinieblas, precipitarse hacia la batalla. Pero Emma seguía allí. Y Chris también.
—Perfecto… —murmuró Hex.
Todo salía según lo planeado.
Habían anticipado la reacción de los cazadores. Atacar a Chris sin refuerzos sería más fácil. Pero Emma… Ella era otra historia.
Se adentraron sigilosamente en el campamento enemigo, cada paso calculado, cada aliento contenido. Un silencio denso los envolvía, cargado de una tensión sofocante. Una sensación extraña se coló en sus entrañas.
Algo no estaba bien.
—¡Esperen! —susurró Melfti.
Todos se quedaron inmóviles, los sentidos alerta.
El campamento estaba vacío. Demasiado vacío. Esperaban encontrar algunos cazadores rezagados, pero no había nadie. Ningún ruido de pasos, ningún crujir de armaduras, nada más que el lejano crepitar de un fuego agonizante.
Pero eso no significaba que estuvieran solos.
Melfti Naxel cerró los ojos, ralentizó su respiración y dejó escapar un leve pulso de magia. Solo lo suficiente para explorar el entorno, pero no tanto como para ser detectada.
Entonces los sintió.
Presencias. Invisibles. Ocultas en las sombras, conteniendo la respiración, esperando su momento.
—Estamos rodeados…
La voz de Naxel fue apenas un susurro, pero su advertencia heló la sangre de sus compañeros.
Rose y Hex no percibían nada. Ningún movimiento, ningún sonido sospechoso. Pero lo sabían. Los cazadores eran maestros en el arte de ocultarse, de fundirse con las sombras hasta que llegara el momento de atacar. Esa era su fuerza. Su sello.
Melfti echó un vistazo alrededor y señaló discretamente varios puntos entre las tiendas y el follaje, donde sentía su presencia. Rose no perdió un segundo. Con un movimiento fluido, disparó dos flechas. Dos cuerpos cayeron sin hacer ruido.
Pero fue suficiente.
Los demás salieron de inmediato de sus escondites, como una manada que solo esperaba la señal para lanzarse sobre su presa. Sus miradas brillaban con una luz perversa, impulsadas no solo por la furia de ver caer a sus compañeros, sino por algo más visceral.
Querían estar allá, en la batalla contra el lobo legendario. Por la gloria. Por el honor.
Pero matar a un Byron…
Matar a un Byron era una satisfacción mucho más personal.
Esos cazadores eran los más leales a Chris. Fanáticos de su filosofía implacable: eliminar a todas las criaturas de la sombra.
Una doctrina que se oponía a la de la línea Byron.
Ellos, los Byron, buscaban vivir en equilibrio con esas criaturas.
Para Chris y sus fieles, semejante ideología no era más que traición. Una mancha en su legado como cazadores.
No los veían como adversarios.
Los veían como traidores.
Indignos de portar armas. Indignos de respirar.
Conocían la reputación de los jóvenes cazadores. Su fuerza, su destreza.
Pero Melfti…
Melfti era un enigma. Lo único que sabían de ella era que los había descubierto.
Así que la tomaron como su primer objetivo.
Un ataque fulminante, rápido, letal.
Pero Melfti estaba lista.
Con un movimiento preciso, trazó signos en el aire. Una ráfaga de llamas brotó de sus manos, golpeando con furia a los primeros atacantes. Tres cazadores se desplomaron, sus armas rodaron por el suelo, sus cuerpos incapaces de levantarse.
Los sobrevivientes retrocedieron, respirando con dificultad, el horror reflejado en sus rostros.
—¡Es una maldita bruja! —gruñeron con asco.
Ese breve instante de vacilación fue suficiente.
Rose y Hex atacaron. Dos enemigos más cayeron antes de poder reaccionar.
Solo quedaban cinco.
—Vayan, —ordenó Melfti—. Encuentren a Emma. Yo me encargo de ellos.
Rose y Hex intercambiaron una mirada antes de asentir. No podían perder tiempo.
En cuanto se movieron, los cazadores intentaron interceptarlos.
Pero Melfti golpeó el suelo con fuerza.
Un muro de hielo surgió entre ellos, bloqueando toda persecución.
Los cazadores apretaron las mandíbulas, obligados a volcar su furia sobre ella.
—Yo soy su enemiga, —declaró con voz gélida.
Un silencio denso cayó sobre el campo.
Ahora sabían que enfrentaban a una bruja poderosa.
Querían correr tras Rose y Hex. Querían impedir su avance.
Pero dudaban que sobrevivieran a lo que les esperaba.
Así que tomaron su decisión.
Iban a derribar a la que se interponía en su camino.
—Te eliminaremos, maldita bruja… —gruñeron, apretando las armas hasta que sus nudillos palidecieron.
Y atacaron.
*********
El príncipe vampiro avanzaba con pasos medidos entre los árboles, seguido de cerca por sus dos compañeras.
A su alrededor, el bosque temblaba con el eco del aterrador rugido del Alfa Supremo. Incluso las sombras parecían estremecerse con la onda expansiva.
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Editado: 21.04.2025