Libro 4 - El Juramiento de Sangre

Capítulo 16: Y la Muerte marchó.

Rose y Hex se ahogaban bajo la presión.
Pero no temblaban. No por fuera. Sus rostros estaban inmóviles, sus respiraciones cortas, sus corazones desbocados… pero no mostraban nada. Ni miedo. Ni duda.
Y sin embargo… lo recordaban.
El pasado, como una daga que regresaba para clavarse de nuevo. Aidan había matado a una bruja. Ima. La que había transformado a Nix, el hermano de Hex, en un monstruo sediento de poder. Ima, la hermana de Emma.
Entonces todo cobraba sentido.
El dolor de Emma no era una herida. Era un abismo. Una ausencia que lo devoraba todo. Podían sentir su peso, casi físico. Tan denso que parecía posible sostenerlo entre las manos.
Y ahí, surgió un pensamiento. Un escalofrío de intuición.
Un futuro oscuro. Una visión. Si no la detenían aquí y ahora, Emma Thaïma sumiría el mundo en una era de cenizas y lágrimas. Una época de guerra, de masacres, de extinción.
Y en ese torbellino, emergió una pregunta.
Una esperanza, frágil como una chispa.
¿Y si la muerte del príncipe vampiro pudiera calmarla?
Tal vez. Por un momento, lo creyeron. Tal vez, al eliminar ese último lazo, ese símbolo del pasado y del conflicto, Emma soltaría las armas.
Pero enseguida desecharon la idea.
La rabia de Emma no era lógica. Era profunda. Total. Y desde la muerte de Ima, ya no le quedaba nada. Ningún ancla. Ningún freno.
No quería sanar. Quería arder.
Y ese fuego, si no lo apagaban, lo arrasaría todo.
Entonces entendieron que la amenaza era mucho peor de lo que habían imaginado. Emma no era solo una bruja consumida por la venganza. Era una fuerza sin razón. Sin lazos. Lista para destruirlo todo con tal de sentir… algo.
Apretaron los dientes.
Sabían que esta batalla estaba perdida desde antes de empezar. Sabían que huir habría sido lógico. Incluso legítimo. Cada fibra de sus cuerpos gritaba que retrocedieran.
Pero ¿de qué sirve sobrevivir si es con vergüenza? Morir intentando detenerla… todavía era una forma de dignidad.
Y ese sentimiento era más puro que cualquier otro.
Así que tomaron su miedo. Su duda. Su pena.
Y la encerraron en un rincón remoto de su mente.
Luego alzaron las armas.
Y se prepararon para atacar.

Emma sintió el cambio.
A pesar de la presión aplastante de su aura, a pesar de todo lo que les había mostrado, Rose y Hex no se movían. Permanecían firmes. Listos. Resueltos. Ni un temblor. Ni un paso atrás.
Seguían ahí. Dispuestos a morir, si era necesario.
Interesante, pensó.

Entonces se enderezó un poco. La intensidad de su aura bajó apenas un nivel. Lo justo para que el aire volviera a ser respirable, lo justo para que sus palabras pudieran escucharse sin perderse en el miedo.

—¿Todavía creen que deben enfrentarnos? ¿Que esa es su misión? Piensen. No tienen por qué morir aquí.

Su voz era suave, casi razonable.

—No es una traición… es una evolución. Tenemos el mismo objetivo, ustedes y yo: proteger a los humanos, a los nuestros, nuestras tierras. Pero entendimos algo esencial. Para erradicar la oscuridad, no basta con sobrevivir. Hay que ganar. Atacar la raíz.

Hizo una pausa. Dejó que sus palabras tomaran espacio. Que naciera, tal vez, una duda.

—Únanse a nosotros. No como enemigos vencidos. Como aliados lúcidos. Juntos, podríamos acabar con la amenaza de los depredadores nocturnos. Sin más miedo. Sin más sacrificios. Solo… paz. Al fin.

Su mirada se clavó en la de ellos.
—Todo lo que hace falta… es una elección. La correcta.
La oferta era tentadora. Sonaba justa. Casi lógica.
Pero Rose respondió sin dudar. Su voz cortó el aire, filosa.
—¿Unirnos a ustedes? Qué chiste. Vinimos a salvar a la sociedad de cazadores de tus intrigas, bruja.
—Tú eres la verdadera amenaza —añadió Hex, con tono seco.

Una mueca curvó los labios de Emma.
—¿Salvar a los cazadores? Qué hipócritas… ¿Cuántos cazadores mataron esta noche? ¿O causaron su muerte, directa o indirectamente? ¿Y aún dicen que los están salvando?

El silencio se volvió pesado.
Tenía razón. Era un hecho: Rose y Hex habían matado. No por placer, ni por traición, sino para sobrevivir. Habían eliminado a los seguidores más extremos de Chris. Pero no importaba el motivo. La sangre se había derramado.

Y aun así, no se estremecieron.
No dejarían que la culpa dictara su camino.

—Cargaremos con ese crimen el resto de nuestras vidas —dijo Rose, firme.
Hizo una pausa.
—Y aun así, los salvaremos.

Emma sintió cómo la distancia crecía con cada palabra intercambiada.
No cederían.
Los jóvenes cazadores eran obstinados. Demasiado obstinados. Y su paciencia empezaba a resquebrajarse.

—¿Salvarlos… de qué, exactamente? ¿De quién? ¿De mí? —Avanzó un paso—. ¿O de tus aliados, Rose? ¿Esas criaturas de la sombra que defienden con tanto fervor? ¿De verdad crees que no terminarán matando a los cazadores que dices querer proteger?

Vio la duda pasar por sus ojos.
Entonces atacó donde más dolía.

—Qué ingenuidad… ¿Crees que si algún día esas criaturas deben elegir entre su vida y la de un cazador, elegirán morir por ustedes? ¿Crees que preferirán ver morir a uno de los suyos antes que a un humano?

No gritaba. No le hacía falta. Su voz se deslizaba como veneno lento.

Y esta vez, ni Rose ni Hex respondieron.
No tenían respuesta.
Confiaban, sí. Pero, en el fondo, sabían que era una fe frágil. Una apuesta. Una esperanza más que una certeza.

—Únanse a nosotros.
Ya no era una invitación.
Era una orden.
El tono había cambiado. Frío. Autoritario. Final.

Pero Rose y Hex no se movieron. Tal vez la duda corroía sus pensamientos, pero no su determinación.
Respondieron al unísono, con una sola voz:
—Jamás.

Una palabra.
Afilada como una daga.

Para Emma, fue una bofetada.
Una ofensa.
Una respuesta inaceptable.




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