El sol se escondía en el horizonte revelando, bajo su tenue luz invernal, la presencia de dos manchas que se avecinaban hacia la mítica ciudad de Bokmal.
- ¡Son dos de nuestros barcos! –gritó uno de los guardas.
- ¡Los veo! –afirmó otro– Son el barco del viejo Málaqui y el de la princesa Lori.
- La carga del viejo es tan grande que puedo verla desde acá– dijo el primero de los guardas, ignorando que aquello que veía no era otra cosa que los muertos colocados los unos sobre los otros, mas no tardó en descubrirlo, y corrió a toda prisa para dar informe al rey.
Bragi remaba con esmero, halando tanto su barco como el de su viejo amigo, atados entre sí mediante gruesas cuerdas. Un hombre de dos metros de altura, delgado, de nobles atavíos y de rostro demacrado, de cuyo cuello colgaban largas cadenas doradas y de preciosas piedras, corría con presura sobre el puente del puerto.
- ¡Lori!, ¡Lori!, ¡No, por favor, no! –gritaba, con voz ronca y lastimera, como si un demonio lo hubiese poseído.
- Es el rey Barista, mi Lady, por favor salga de su recinto –instó Bragi al comprender la situación y, de inmediato, la joven se abalanzó fuera de su recámara.
- ¡Estoy bien, padre! –gritó, balanceando sus brazos desde la proa.
En cuanto llegaron la princesa corrió por el puerto y se abalanzó a los brazos de su padre; Bragi, entre tanto, sujetó los barcos y descargó el cuerpo sin vida de una de las criaturas, para acercarse luego donde los dos soberanos compartían muestras de intenso cariño familiar; observó la figura de Lori, casi tan estirada como la del rey, pero con garbo y de proporcionados atributos, su larga cabellera azabache llegaba hasta sus tobillos y sonreía con alivio, dando gala de su belleza, una de esas donde los rasgos femeninos atractivos pero comunes se ausentan para dar paso a una hermosura dotada de identidad propia, cuyas sutiles imperfecciones que, si bien a manera individual pudiesen resultar de poca gracia, en conjunto creaban un encanto irresistible y una beldad excepcional, y así la veía Bragi, como la mujer más bella de Vesteros.
- Somos los únicos sobrevivientes, su majestad –interrumpió Bragi, su talla causaba la impresión de que los dos nobles perdían su calidad de personas de alta estatura.
- Padre, ¡Bragi es un hombre lobo! ¿¡Puedes creerlo!? Hombres lobo… jamás pensé conocer uno, ¡y estaba a mi lado! ¡Padre, salvó mi vida! –su rostro se tensó de súbito y observó al rey con aflicción–, una pesadilla, padre, una verdadera pesadilla, la mayoría murió de una forma espantosa, sin gloria, sin honor, pocos serán recibidos por los dioses.
- Fueron las runas de protección de Sir Maluón, que tan acertadamente Sir Bartha me obsequió, las que mantuvieron con vida a Lady Lori, su majestad –cortó Bragi.
- ¡Sir Bartha, por supuesto! –exclamó Barista.
- Mi rey, mi Lady –un hombre tan alto como Bragi, de metálica musculatura y plateado cabello, a cuyo rostro ceñudo lo atravesaba una profunda cicatriz de manera diagonal, dotado de pulcra armadura, exhibía una barba tan larga como el cabello de Lori, expuesta a modo de trenza y uno de sus brazos era completamente de metal; se inclinó, solemne, hacia ellos y posó sus apacible ojos sobre los de Bragi, su voz era de una inusitada gravedad– discípulo, me complace verte –a lo lejos descubrió el cuerpo de la criatura, su rostro adquirió un sombrío matiz– ¿Sucede algo, maestro? –dijo Bragi–. Me cuesta creerlo –respondió– esto no debería estar sucediendo… se toparon con Krig, ¿por qué murieron la princesa y tú?
- Pude haberlo matado, ¿no crees, Sir Bartha? –espetó, indignado.
- Imposible, aún no eres rival para una abominación; Krig, al que pudiste haber matado, fue quien destrozó mi brazo y el causante de mi cicatriz, el asesino del abuelo del rey –Bragi palideció–, debieron haber muerto.
- Preguntó si vivías, Sir Bartha –irrumpió Lori–, mencionó algo sobre los cinco caballeros, ¿quiénes son?
- Pude escuchar que ahora conoces la verdad sobre Bragi, no tiene sentido ocultarte la mía, los cinco caballeros son los hombres lobo más poderosos al servicio de Bonikar, mi Lady, Sir Thomas, Sir Maluón, Sir Xhang Lee, Sir Babacar y yo. Los cinco caballeros de La Orden.
- Por todos los dioses, Sir Bartha, ¡también eres un hombre lobo! –exclamó Lori, eufórica.
- Krig llevó al límite mis sentidos del peligro, pero no pude adquirir mi forma de batalla ni podía negarme a contestar sus preguntas, ¿qué era esa cosa, maestro? –preguntó Bragi, con desasosiego.
- Esa cosa es una de las diez abominaciones de El Caído, la prole de Malikar, veo que nunca prestaste atención en tu entrenamiento, la historia siempre te aburrió –lanzó una mirada de reproche a su discípulo–, Maluón y yo lo buscamos durante años, los espíritus no nos brindaban la suficiente información, pero eventualmente lo hallamos y dimos aviso a los demás caballeros, dado que Sir Thomas, Sir Babacar y Sir Xhang Lee habían asesinado a la abominación Lemuria (costándole a Sir Thomas su ojo derecho), sabíamos que enfrentar a Krig entre los dos sería casi un suicidio, pero nuestros compañeros estaban al otro extremo del mundo y la abominación ya nos había descubierto, Sir Maluón es el más poderoso de nosotros cinco y no podíamos simplemente retirarnos, así que nos atrevimos a enfrentarlo; la lucha fue intensa, Maluón perdió a su mejor amigo espiritual y yo perdí mi brazo, pero logramos asesinarlo, o eso creímos. Lo que explica que hayas salido con vida es que Krig no se ha recuperado, no existe otra forma, su poder radica en el consumo de almas, y su apetito es inagotable; estas criaturas –señaló el cuerpo sin vida– son extensiones de su propio ser, las crea a voluntad con el fin de absorber para él las almas de grupos enteros de víctimas, las humanas son sus favoritas. ¡Maldición! ¿¡Cómo puede seguir con vida!? ¿Podría significar que Mali…