No podía permitir que los nervios la dominasen, durante semanas estudió cada uno de los lugares más propicios en las tierras y bosques lindantes a Dublon. ¡Ése era su momento! Su primer contacto con un espíritu elemental estaba a punto de suceder. La desolación del paisaje la inquietaba, observó con inercia las aguas congeladas del enorme río que bordeaba a los desnudos árboles, expandidos sin fin hacia el horizonte, no percibía la presencia de animal alguno, fijó su vista hacia las runas de agua ubicadas sobre una roca en la orilla del hielo, sólo el arrullo del viento la acompañaba– ¡Lo invoco –proclamó, en voz alta– espíritu del agua! –cerró los ojos en busca de concentración, recordaba cada paso del rito, ¡no podía fallar! Posó su mano sobre la superficie congelada, concentrando toda su energía, «¡es el momento!», pensó con determinación, y bastaron algunos segundos para la aparición en su brazo de un lustroso halo de luz de lentos y sonoros movimientos, similares al zumbido del vuelo de un insecto; de repente, el sonido del viento desapareció y el ambiente se cubrió de espesa niebla, sumergiendo al paisaje en un perenne blanco.
- ¿Está presente, espíritu? –preguntó, de nuevo y, tras un inquietante lapso de sombrío silencio, descubrió una voz diferente a toda otra, desigual a la de cualquier ser que hubiese escuchado antes; una que no oía en sus oídos ni percibía en su mente, pues casi podía sentir que brotaba desde su propio corazón, que tenía, también, forma física y que de cierto modo la sujetaba, pero que además la embriaga de una desconcertante frescura.
- ¿Quién osa en invocarme?
- «¡Qué voz!, es asfixiante…», pensó, ligeramente alterada– Quien habla es Thiara, Inispíritu de la raza Elta –pronunciar aquellas palabras exigieron de un enorme esfuerzo– soy la invocadora, noble espíritu –realizó una reverencia hacia el frente, pues le era imposible descubrir la procedencia de la voz– suplico que me honre con su nombre –sus palabras se perdían en el invisible paisaje, mas, frente a ella, desde la nevosa espesura, surgió con displicencia lo que simulaba ser una mano humana, compuesta no de carne ni de hueso, sino de cristalina agua.
- Osas invocarme y además en preguntar por mi nombre, criatura ilusa –cada palabra adquiría un peso de gradual aumento– tiemblas, ¿no toleras mi presencia?
- Es su glorioso poder, noble espíritu, que recorre todo mi cuerpo –respondió, solemne–, mi invocación tiene una razón, pues es la primera que realizo, y la he hecho no sólo como parte de mi entrenamiento, sino también como una oportunidad para dar fe de mi servicio hacia La Orden y de mi completa lealtad hacia los espíritus elementales que la siguen.
- Una pequeña metamorfa… con habilidades espirituales –la diáfana mano acarició con sutileza el rostro de Thiara, de quien se desvanecía toda percepción del cuerpo, sumergiéndola en un mar de agudas pero plácidas sensaciones– ¿qué tienes para ofrecerme, niña atrevida? –exigió luego, tras alejar la mano del rostro.
- Le obsequiaré parte de mi energía espiritual, noble espíritu –cerró sus ojos y juntó sus manos buscando con ello concentración, desde su cuerpo surgió entonces un blanco halo de luz, del que se proyectó una poderosa aura de palpitante energía, dirigiéndola directamente hacia la cristalina mano.
- Niña infortunada, invocarme a mí, que podría ver tu inexperiencia desde lo más oscuro y recóndito del mundo tras la persiana espiritual, ¿tienes, acaso, consciencia de mi poder? –aprisionó la energía obsequiada y la absorbió con facilidad– lo que me ofreces es exiguo, ofensivo –con una velocidad superior a la de cualquier reflejo de Thiara, la mano adoptó un tamaño descomunal, atrapándola y sumergiéndola por completo en ella, y grandes cantidades de energía comenzaron a abandonarla, expulsadas desde cada parte de su anatomía, perdiendo el conocimiento.
- ¡Alto, suplico que te detengas, noble espíritu! –una voz enérgica y masculina rugió desde la blancura–, ofrezco la energía necesaria para saciar tu apetito y pagar así el valor de tu presencia –una gigantesca onda de energía espiritual sobresalió desde el hombre que exhortaba y se proyectó, a suma velocidad, hacia ellos.