Licántropo y Metamorfomaga

CAPÍTULO XXII: Ajedrez Mágico

Caminar mientras pensaba, siempre le resultaba sanador, la tarde en casa de sus padres no había estado mal pero tampoco había resultado del todo como lo esperaba… después del comentario de su madre, se había sentido realmente enojada.  Cómo era posible que precisamente su madre después de todo lo que ella le había enseñado y hecho en su vida para superar los estúpidos prejuicios de su loca familia, al casarse con su padre… precisamente ella, pensara que todos los hombres lobos merecían ser castigados.  Recordó lo que había dicho el padre de Remus antes de que su hijo fuera atacado y pensó que había ciertas actitudes que en realidad no cambiaban.   

Pensó en Remus y una tristeza grande la embargó, él jamás sería capaz de hacer algo tan horrible como lo que les habían hecho a esos niños.

«Es su naturaleza» una vocecilla en su interior le susurró aquellas palabras.

Si, era su naturaleza, pero había formas de poder controlarla por eso agradeció que, por ese mes, Remus había tenido a su alcance la poción matalobos y se iba a asegurar de que este mes fuera igual.  Ella quería aprender a aliviar su dolor.  Pero no podía ayudar a todos.  Hacía tiempo que había aprendido lo destructivo que era cargar con los dolores de todo el mundo.

Parte de su trabajo de Auror consistía en discernir qué dolores cargar y cuáles no.  No rechazaba su don.  Lo usaba como pensaba que era más conveniente.  Y era feliz con el destino que le había sido asignado y con la vida que llevaba, aunque a veces sintiera que le faltaba una última pieza para que su vida fuera completa… el amor de una pareja.  Pensó en Penny y en la proximidad de su boda.  Si, su amiga le había escrito para darle la buena noticia de su matrimonio e invitarla a ser su madrina de honor.  Su mejor amiga, estaba a punto de casarse porque había encontrado al amor de su vida ¿y ella? —se detuvo a la entrada del número 12 de Grimmauld Place — había llegado sin darse cuenta distraída en sus pensamientos durante todo el trayecto que había llevado caminando desde que compró la pizza. 

Todo se oía en silencio desde allí, tal vez no había nadie despierto ya, aunque solo fueran las diez… abrió la puerta en silencio, aspirando una última vez el balsámico aire fresco de la noche y entro a la casa en penumbras…

………….

La había mirado a la cara, había sentido su piel, había olido el aroma que emanaba su cuerpo mientras habían estado recostados contra la pared la noche anterior... y la había deseado. Por un segundo, había estado a un “tris” de levantarla del suelo unos centímetros y apoderarse de su boca.

El deseo había sido tan intenso, que no comprendía cómo había sido capaz de mantener el control.  Lo malo era que había advertido en los ojos de ella la misma hambre que lo acuciaba a él. Y había notado el poder, el misterio y la sexualidad de una mujer a punto de entregarse a un beso.

Sabía que era un hombre de gran imaginación, pero estaba seguro de que lo que había visto y sentido había sido real, algo parecido a lo de esa noche en su cabaña cuando había estado curándole sus heridas, eran… demasiadas oportunidades reprimidas…

Las hormonas, propias de su condición lobuna lo volvían mucho más sexual que lo normal ciertos días y en los que se veía obligado a aplacar esos deseos con urgidos baños de agua fría, pero estaba seguro que si se lo pedía, ella lo satisfaría físicamente.  No lo dudaba ni un poco...

Sin embargo; en ese momento se complacía dando rienda suelta a sus pensamientos que no notó cuando dejó de prestar real atención a su lectura y cerró los ojos pesadamente hasta que escuchó la puerta de la mansión abrirse…

Todo estaba en silencio a esa hora y era más fácil percibir cualquier movimiento dentro de la casa, así que se dispuso a ver quién era el recién llegado…   

El vestíbulo estaba iluminado tenuemente por las lámparas que habían sido encendidas por lo que, desistiendo de su varita, intento guardarla, pero se le cayó de las manos en el momento que la vio… estaba de espaldas, colgando su chaqueta de cuero negro en el perchero dejando al descubierto parte de su espalda desnuda debido al escote en ve de su vestido.  Su piel tersa y delicada estaba expuesta a su deleite y él no iba a desperdiciar aquella oportunidad, esta vez no, quería experimentar el sabor de aquella piel…

—Siempre hueles a flores —le susurró por sorpresa tomándola desprevenida por la cintura y recorriendo con su nariz el perfume de su cabello y bajando por su cuello —.  A flores salvajes y… a espuma de mar —la hizo girarse contra su pecho.

—¿Estabas esperándome? —le respondió ella con una sonrisa atrevida, ladeando la cabeza para soltar un pequeño gemido de placer al sentir su respiración sobre la clavícula.

—Todo el tiempo… te deseo como un loco.

Remus la miraba hipnotizado, mientras sus brazos descubiertos se posaban sobre su pecho… aquello era buena señal si con eso su boca quedaba más cerca para poder saborearla… 

Y quería saborearla.  Lo deseaba con tal intensidad que no podía pensar en otra cosa.  Entonces ella dejó resbalar la caja de pizza que hasta ese momento él se había percatado de que existía.  Está al caer hizo un ruido sordo que pasó desapercibido por ambos.

—He traído pizza… —jadeó en un susurró sin dejar de mirarlo a los ojos, y notó la fuerza con que le latía el corazón al ver sus labios entre abiertos y a la espera.




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