Licántropo y Metamorfomaga

CAPÍTULO XXX: Confesiones

Estaba oscureciendo cuando Remus se apareció cerca de la colina, debía caminar un kilómetro hasta llegar al punto de encuentro con Tonks, desde hace dos días que no la había visto, razón de preocupación para él porque no había vuelto al cuartel después de su última transformación y Sirius al igual que él parecía no tener una respuesta, aunque la sombra de una sutil suposición se colaba en el ambiente de sus conversaciones como algo que no quisiera fuera la verdadera razón de su ausencia.  

Caminó a penas sin ver por dónde iba, esa noche tenían que vigilar la mansión Crabbe, últimamente Lucius Malfoy y sus allegados estaban haciendo visitas muy interesantes.

Al llegar a la casucha desde donde debían vigilar, vio el destello de una cabellera rosa y no pudo reprimir una sonrisa… «Que hermosa era… la mujer más extraña y dulce que había conocido»

—Remus, te estas perdiendo la fiesta —lo saludó con el Moody-lescopio entre sus manos— nuestros queridos Mortífagos acaban de pavonearse frente a mis narices hace más o menos una hora.

—Tonks, sabes que es peligroso que llegues antes de lo previsto y sola.

Tonks hizo un pequeño gesto arrugando la nariz, pero debido a la oscuridad en la que estaba casi pasó desapercibido.

—No pude evitarlo, me sentía muy ansiosa.

Remus negó con la cabeza dándose por vencido y recostándose junto a ella para observar.

—¿Quiénes son nuestros invitados esta noche?

—Obviamente los Crabbe, los Malfoy, Walden Macnair y un miembro del Comité de Exterminación de Criaturas Peligrosas, lo sé por la insignia en su túnica gris marga, son los encargados del registro y control de los Dementores que custodian Azkaban.

Remus observó a través de Moody-lescopio que Tonks le pasó en ese momento.

—No me da buena espina esa filiación —murmuró Remus.

—A mi menos, los Dementores son creaturas volubles y extremadamente peligrosas, estoy segura de que, si no estuviesen obligados a respetar las limitaciones a sus ganas de alimentarse que les son impuestas por el Ministerio, y tuvieran a su alcance a cientos de personas, no dudarían en intentarlo, sin importar si sus víctimas son culpables o inocentes de algún crimen.

—Jamás he concebido la idea de tener esas creaturas cerca, sé que son una buena barrera en Azkaban, pero… creo que nadie merece pasar tanto tiempo expuesto y acosado por esas cosas.

—Lo dices por Sirius.

—En parte si… —aceptó Remus— pero también pienso en Sturgis encerrado en Azkaban siendo inocente, Sirius también lo era y su libertad no fue lo único que perdió.

—Pero, todavía es atractivo, ¿verdad?, incluso después de Azkaban —exclamó Tonks con naturalidad.

—Siempre consigue a todas las mujeres que quiere— dijo Remus con una amargura camuflada detrás de una falsa imitación de una sonrisa—Te has enamorado de él ¿verdad?

Tonks inconsciente y tomándolo a broma soltó una pequeña carcajada y eso activo aún más los celos de Remus al asociar esa alegría con aquella declaración de un: Te quiero, susurrado por ella en una noche pasada.

—Era fácil de suponer que te enamorarías de él— de repente aquel escondite le pareció tan terrible que quiso salir corriendo de inmediato. —Es más tu tipo.

—Si sabes que Sirius es mi primo ¿no? —respondió Tonks con voz seca.  Tenía el rostro pálido, y él sabía que era como se ponía cuando estaba molesta o conmovida.  A pesar de que tenía la mirada tranquila, los ojos mostraban rastros de enojo. 

—Eso no sería un gran obstáculo o ¿sí?  En la familia Black se rigen por costumbres y tradiciones.

Eso fue suficiente para colmar la paciencia de Tonks la cual explotó con gran ímpetu.

—Sabrías perfectamente bien de quién me he enamorado, si no estuvieras demasiado ocupado sintiendo lástima de ti mismo como para darte cuenta.  —Miró hacia la mansión y vio que las cortinas se movían, haciendo que se pusiera en alerta de inmediato.

El corazón de Remus dio un vuelco tan fuerte que temía se saliera de su pecho en ese momento por la forma en que latía y bombeaba sangre con desesperación.

Eso era una declaración… una confirmación de sus sentimientos.  Ella también lo quería, ella también estaba enamorada de él… no podía concebir tanta felicidad.  La vio allí concentrada vigilando una vez más y quiso abrazarla, besarla; sacarla de ese horrendo lugar y llevársela donde solo él pudiera tenerla y hacerla feliz… podría ser suya, su mente se llenó de imágenes de un futuro perfecto donde él podía amarla y ser amado por ella, pero de repente su burbuja de felicidad estalló en mil pedazos trayéndolo a la dolorosa realidad.

«Demasiado mayor... demasiado pobre... demasiado peligroso...»

Ambos estaban en silencio y Remus se encontró extremadamente incómodo.   Tenía a lado a la mujer que le quitaba el sueño, a la que le había dedicado tantas horas de atención y cuidado… pero no podía tenerla, no podía amarla con libertad.  Se odió así mismo.  Odió su licantropía.  Odió no poder abrazarla en ese momento.  Odió no poder decirle al oído cuanto la quería.




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