Licántropo y Metamorfomaga

CAPÍTULO XXXIV: Gloriosos colores

Una vez que Tonks y él se habían bajado del autobús en Londres y ella se había ido para unirse a una incursión de Auror en Guernsey; Remus regresó a Grimmauld Place. Mientras subía las escaleras hacia su habitación, escuchó un susurro furioso, acompañado por un ruido sordo de golpes, proveniente de uno de los dormitorios libres.

—¡Tan malhumorado como los gemelos, pero él a su edad, por el amor de Dios...!

Remus miró alrededor de la puerta para ver a Molly Weasley llenando furiosamente un baúl con ropa, estaba empacando para regresar a la Madriguera ahora que la Navidad había terminado y los chicos se habían marchado.  La habitación estaba llena de objetos flotantes, cada uno esperando pacientemente su turno para ser metido en la caja del tamaño de un barril. 

—Molly ¿Está todo bien?

—... ¡mi intención era simplemente animarlo y no esa respuesta tan grosera...!

Remus hizo una mueca.  El estado de ánimo de Sirius se había tambaleado al filo de la navaja entre la tristeza y la rabia desde que la Navidad comenzó a terminar.  Molly dejó que los calcetines que sostenía cayeran sobre la cama y se volvió hacia Remus.

—Pensé que estaría complacido con la idea de celebrar una fiesta aquí en el cuartel para la víspera de Año Nuevo, algo que esperar ahora que Harry está de vuelta en Hogwarts, pero no, aparentemente no es el maldito secretario social de la Orden.

Aunque las mejillas de Molly estaban enrojecidas y su boca una dura línea horizontal, podía ver una tristeza en sus ojos marrones y era la primera vez que Remus la oía maldecir de esa forma.

—Nunca fue mi intención molestarlo —dijo. —Arthur y yo realmente queremos mucho a Sirius y todos aquí necesitamos un poco de alegría y olvidar nuestras tristezas personales.

—Lo sé —exclamó Remus, con una rápida sonrisa. —Él aceptará, no te preocupes.  Hablaré con él.

Remus, continuó subiendo las escaleras progresivamente estrechas y cada vez más crujientes hasta el ático: el lugar favorito de Sirius.  Golpeó con los nudillos la puerta mordida por los gusanos.  Un gruñido bajo vino del interior, pero lo abrió de todos modos.  Buckbeak se quedó de pie con calma, sus garras escondidas bajo un nido de paja, y Remus le hizo una cortés reverencia.  Junto al hipogrifo estaba sentado Sirius: poderosas patas delanteras cruzadas frente a él, un desafío inconfundible en sus ojos fijos.  Remus arqueó una ceja y cerró la puerta detrás de él.

—¿Bien?

Sirius volvió a convertirse de su forma animaga en un hombre y se levantó del suelo sucio, con la camisa un poco abierta y la cara sin afeitar.

—¿Has venido a pedirme que me disculpe, supongo? Tu cara tiene la palabra “amonestación” escrito por todas partes.

Remus se adelantó para frotar el elegante cuello de Buckbeak.

—No tengo ningún deseo de sermonearte, Sirius —dijo secamente.  —Ya sabes que has sido un bastardo belicoso.

Sirius soltó una carcajada y se inclinó para recuperar una rata muerta de una canasta de mimbre.  Lo arrojó al pico de Buckbeak, que se cerró con un chasquido.

—Le pediré perdón a Molly— concedió, con una sonrisa irónica.  —Le diré que no soy más que un perro viejo lavado con un complejo de guerrero demasiado tiempo en mis manos.

—Con un lo siento será suficiente —agregó Remus.  —Ella sabe que en realidad solo estás preocupado por Harry.  Todos lo estamos.

—Siempre el pacificador.

Sirius se recostó contra la pared con los brazos cruzados.  Remus sin decir palabra convocó a una rata muerta a su propia mano y se la ofreció a Buckbeak, quien felizmente la agarró.  El único sonido durante unos minutos fue el crujir de huesos.

—Ahora que te tengo todo para mí, Lunático hay algo que me gustaría preguntarte.

Remus miró hacia arriba.  El labio de Sirius se curvó.

—¿Le diste a Nymph un regalo de Navidad?

Remus se quedó momentáneamente sin aliento por una sensación notablemente similar a que el estómago se le cerrara y un peso invisible aterrizara con fuerza en el piso del ático y atara sus pies.

—¿Qué?

Sirius estaba sonriendo completamente ahora.

—¿Le diste un regalo de Navidad a mi querida prima Nymphadora?

—Yo —Remus tartamudeó.  —¿Por qué preguntas?

—Solo responde la pregunta, amigo. 

—No veo qué tan relevante sea eso.

—¿Qué tan relevante es? Olvidas como te pusiste cuando no te avise en su cumpleaños.  La escena de celos que me hiciste.

—Yo no te hice ninguna escena de celos.

—Oh, si… Es una pregunta simple ¿Le diste un regalo? ¿Sí o no?

Remus apretó la mandíbula, despreciando el calor que se extendía por sus mejillas, sabiendo que era incapaz de seguir remando contra lo inevitable.

—Sí.  Le envié algo.

La sonrisa de Sirius se volvió verdaderamente alegre.

—No sé por qué me miras así, Sirius.  Sabes que Tonks y yo nos hemos hecho amigos.




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