Licántropo y Metamorfomaga

CAPÍTULO XXXVI: Resucitar a los muertos

En algún momento, sus ojos se abrieron de golpe.  Se sentó, ansioso por romper el ciclo de sus pesadillas.  Todavía no había luz detrás de su cortina por lo que sabía que no podía estar lejos de las cinco de la mañana.  Se tomó un momento para recuperarse: respirando profundamente, frotándose la cabeza palpitante... rezando para que Tonks durmiera pacíficamente.  Luego pasó las piernas por el borde de la cama, se arrastró hasta ponerse de pie y se puso una túnica.  Lo único que se le ocurrió hacer fue regresar a la cocina del sótano, que seguramente estaba en desorden.  Podía sentir un poco de consuelo al sentirse útil.

Una vez que se reinstaló la puerta de su dormitorio, Remus salió al frío pasillo.  Estaba demasiado oscuro para ver las caras de los retratos en las paredes, pero Remus sintió ojos en su espalda de todos modos.  El inconfundible sonido del llanto lo hizo detenerse en seco.  Lo reconoció de inmediato como Kreacher, pero, cuando encendió su varita y se dio la vuelta, la ubicación del sonido lo esquivó, casi como si el elfo estuviera agachado detrás de las mismas paredes.  El ruido del llanto se desvaneció gradualmente y Remus continuó su viaje por las escaleras, una punzada de inquietud le erizó los bellos de los brazos.  Cuando se acercó a la puerta de la cocina, frunció el ceño: se veía una luz tenue debajo de ella.  Debieron haber olvidado apagar las velas allí abajo, pensó, pero incluso mientras empujaba la puerta para abrirla, supo de alguna manera que eso no era lo que estaba a punto de encontrar.  En la cocina, las bengalas se habían apagado hacía mucho tiempo.  Los fuegos artificiales de Fred y George yacían en el suelo, algunos todavía se retorcían como renacuajos varados entre vasos y platos desechados.  La única luz provenía de un par de velas parpadeantes que estaban sobre la gran mesa de madera, iluminando el rostro de...

—¿Sirius? —gruñó Remus.  —¿Qué sigues haciendo aquí?

—Ahora si te dignaste salir, ¿verdad?

Sirius miró hacia arriba.  Tenía los ojos entrecerrados e inyectados en sangre, su piel cerosa en la penumbra.  Remus notó las botellas vacías esparcidas por la mesa, la única que aún contenía algún líquido estaba envuelta con fuerza en el puño de Sirius.  Remus miró el reloj.

—Son las cinco de la mañana.  ¿No te has acostado?

Sirius lo fulminó con la mirada entre cortinas de cabello negro.  Remus caminó directamente a los armarios y llenó la taza más grande que pudo encontrar con agua, antes de sacar un trozo de pan.  Los dejó frente a Sirius.

—Bebe esto o come… o vete a la cama o si quieres te prepararé un té.

Sirius resopló, pero sus ojos carecían de humor.  Su voz, cuando habló, era como grava.

—Tú y tus putas tazas de té.

Remus no dijo nada, solo inclinó la cabeza hacia el agua y el pan.

—¿Qué pasó? — preguntó Sirius, sin hacer ningún movimiento para beber el agua o comer el pan. — Te ves terrible.

Remus permaneció en silencio.  Conocía la tendencia de Sirius al despecho cuando estaba borracho.  Contarle lo que realmente había sucedido esa noche era imposible.  Se dio la vuelta y comenzó a agitar su varita, clasificando los desechos del grupo en montones ordenados.  Escuchó un suspiro irritable y el inconfundible sonido de tragos cuando una botella fue derribada.

—Vamos, Sirius.  Eso es suficiente.

Remus se dio la vuelta para convocar la botella, pero el puño de Sirius se cerró con más fuerza a su alrededor, resistiendo el hechizo.

—Siéntate —gruñó.

—Preferiría…

—Solo siéntate, ¿quieres?

Remus deseaba tanto estar solo, pero la culpa de cómo había dejado fuera a su amigo horas antes hizo que tomara asiento.  No podía dejarlo en este estado.  Sirius hizo desaparecer el agua de la taza frente a él, la reemplazó con whisky de fuego y la deslizó por la mesa hacia Remus.

—Las palabras no pueden expresar cuánto no quiero beber eso —dijo Remus, empujándolo hacia un lado con el dorso de su mano.

Mientras Sirius lo miraba, sus ojos como túneles negros, Remus consideró la mejor manera de llevarlo arriba.  Un hechizo deslumbrante parecía un poco dramático, pero ¿de qué otra manera obligaría a su terquedad a ceder?

—¿Sabes lo que realmente me mata? —Sirius, rompió el inquietante silencio.  Respiraba profundamente, los huecos de sus clavículas subían y bajaban.

—James, ni siquiera tenía su varita.

Grimmauld Place podría haberse derrumbado sobre ambos y Remus apenas se habría dado cuenta.  Su interior fue como hielo de repente.

—¿Qué? — susurró Remus, aunque lo había escuchado perfectamente.

—Cuando lo encontré.  Ni siquiera tenía su varita encima.  Yo lo vi.  Solo, tirado a un lado en el sofá.  Ni siquiera tuvo la oportunidad de contraatacar.

El dolor se apoderó de Remus en una ola tan devastadora como cuando un Harry de trece años describió la escena que había escuchado después de exponerse al Boggart-Dementor "...trató de enfrentarse a Voldemort él mismo, para darle tiempo a mi madre eso...”  Había tantas cosas de las que él y Sirius no habían hablado, pero ahora que finalmente estaba sucediendo se sentía irremediablemente indispuesto.




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