Licántropo y Metamorfomaga

CAPÍTULO XXXIX: Extraordinario

Sin aliento, Tonks fue repentinamente consciente de cada parte de su propio cuerpo: su columna donde se encontraba contra la estantería; sus dedos donde le hormigueaban en las puntas; sus muslos donde mantenían sus caderas en su lugar.  Si.  Un serio, sensual e inequívoco «sí».

Ella lo besó y pudo saborear el sí en la suavidad de sus labios, sentirlo en la innegable rigidez de su deseo donde presionaba con tentadora urgencia entre sus piernas abiertas.  Luego la levantó para que, con solo un ligero tropiezo, estuviera de nuevo en pie.  Luego le tomó la mano.

El pasillo estaba oscuro y la escalera que conducía al piso de arriba aún más.  Tonks, aun sintiéndose demasiado consciente de sus propias extremidades torpes, de las extrañas flexiones de piernas necesarias para ascender cada paso, y distraída por la sensación del cálido agarre de Remus en su cintura, apenas logró no tropezar.  Su pantorrilla chocó con el borde de un escalón, pero él la atrapó hábilmente y ella lo sorprendió sofocando su gentil shhh con otro beso.

Tonks había estado dentro de la habitación de Remus Lupin un par de veces, pero en ese momento estaba completamente oscuro hasta que él susurró y llamas anaranjadas florecieron en cornisas en las esquinas de las paredes y coronaron dos velas delgadas en su escritorio.  Cerró la puerta apoyándose contra ella.  El suave clic de la cerradura la emocionó.

Se paró en el centro de la pequeña habitación.  Su rostro, bañado por la luz de las velas de color ámbar, le recordó la noche en que se conocieron; el encuentro de sus ojos a través del torbellino de emociones que fue creciendo casi inmediatamente en ella.  Los amables y enigmáticos ojos color miel eran los mismos, pero ella estaba en llamas de una manera completamente diferente. 

Remus, miró hacia otro lado de repente, una timidez se apoderó de su lenguaje corporal mientras miraba a su alrededor.  Ella apartó la mirada de él para mirar también alrededor de la habitación: libros, periódicos, botes de tinta y plumas estaban cuidadosamente colocados sobre un escritorio de caoba rayado donde una vez habían compartido una pequeña cena; las paredes estaban desnudas salvo por unas pocas fotografías descoloridas y en movimiento lento; y, directamente detrás de Remus, estaba la cama doble más acogedora que Tonks recordaba de aquella vez que le pidió se quedará a su lado después de luna llena. 

Cada objeto de la habitación le parecía querido por la mera calidad de que le pertenecía a él.

—No es mucho, ni muy cómoda me temo.

—Me gusta.

Él sonrió y ella vio que la inquietud desaparecía de él como si hubiera sido una carga física que había adquirido desde que entró en el dormitorio.  Ella extendió la mano, él la tomó y, con apenas un tirón, lo atrajo hacia ella.  La besó, lentamente.  Un escalofrío de piel de gallina se extendió por su cuello y sus brazos, su cabello hormigueando en las raíces.  Su corazón latía como un tambor.  

Fue casi abrumador ser besada por él de esa manera.  Fue tan gloriosamente, sorprendentemente, nuevo, pero al mismo tiempo se sentía tan electrizante que era como si se hubieran estado besando así desde siempre y ella solo estuviera recordando.  Ella lo deseaba como lo había tenido en sus fantasías, de inmediato, frenéticamente, pero la inmensa escala del momento y lo que significaba para ella perder su virginidad, hizo que su cabeza diera vueltas.  Sabía que él sentía lo mismo: podía sentir el deseo en él como un caldero burbujeante a punto de explotar, sin embargo, sus manos temblaban, vacilaban, su respiración entrecortada cuando extendió la mano por debajo de su ropa para tocar su piel.  

Tonks, echó la cabeza hacia atrás y le ofreció aún más que sus labios, pero Remus optó por seguir tomándolos con delicadeza.  La esbelta mujer que estrechaba entre los brazos tenía la piel suave y cálida.  Pero nada más saborear el néctar de esa boca seductora y lujuriosa, la atrajo con fuerza, desesperado, con avidez. Ningún pensamiento racional tenía cabida, arrinconado por la marea de sensaciones que lo arrastraba.  La besó apasionadamente y luego emitió un gemido de placer y dolor.  No era capaz de separarse de ella, su lengua no podía dejar de explorar la boca de Tonks.  Tenía miedo de soltarla y de que se desvaneciera como el humo... de no volver a encontrarla nunca.

Tonks no podía aliviarlo.  Una parte de ella quería tranquilizarlo y prometerle que todo iría bien para los dos.  Pero no podía.  Estaba paralizada.  No sabía si se debía a sus propias necesidades, al ardoroso deseo de él o a una combinación de ambos factores, pero lo cierto era que había perdido la voluntad.  No la sorprendía, no obstante, que ese primer contacto fuera salvaje e intenso.  Había deseado que llegara ese momento, tanto como lo había temido.  Ahora, superado el miedo inicial, encontraba irresistible aquella mezcla de placer y dolor.

Alzó las manos para acariciarle la cara, le enredó el cabello, apretó su cuerpo contra el de Remus, cuyo nombre susurraba sin aliento.

Pero él la oía, la oía a pesar de los latidos que retumbaban en su cabeza.  Tonks estaba temblando... o quizá fuera él quien lo hacía.  La profundidad de aquel beso lo turbó tanto que terminó abandonando aquel beso apasionado con cautela, sin dejar de sujetarla ni de mirarla a los ojos.

—Remus...

Todavía no, necesitaba un segundo para calmarse. ¡Dios!, ¡había estado a punto de devorarla entera allí mismo!




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