Licántropo y Metamorfomaga

CAPÍTULO XLII: Treinta y seis

Remus, reservó en silencio su guardia en el Departamento de Misterios cuando el nueve de marzo se convirtió en el décimo.  El minutero de su reloj en forma de media luna en su muñeca le marcó la hora.  Había sucedido: la marcha firme e inexorable hacia adelante; el hecho sólido de que otro número se había metido en la ya abarrotada brecha entre su edad y la de Tonks.  Toda pequeña charla con Hestia a su lado se había agotado y Remus sintió que la obsesiva presión de la preocupación lo hundía más profundamente en su propia mente.  Tenían horas para el final del turno; horas en las que perderse en la vivienda.

Para cuando los primeros empleados llegaron al Ministerio de Magia, Remus estaba de regreso en la casa.  El interior de sus párpados se sentía como papel de lija.  Sus pies palpitaban por otra noche más.  «Demasiado viejo para eso», susurró una voz rencorosa en su cabeza, mientras subía rígidamente las escaleras.  Se cruzó con Sirius en el pasillo y se reconocieron con un asentimiento.  Remus se sintió aliviado.  Estaba agradecido por la pequeña misericordia que la única persona que podía saber que era su cumpleaños lo había olvidado.  Todo lo que Remus quería era refugiarse en su cama para tomar una siesta.  Pero a pesar de su cansancio, cuando finalmente se metió debajo de las sábanas, su mente siguió corriendo.  Lo único que finalmente lo tranquilizó hasta que se durmió fue el tenue olor persistente del cabello de Tonks en su almohada.  Su antiguo olor a violetas y flor de naranjo había sido reemplazado a otro recuerdo asociado… flores salvajes y… espuma de mar.

Se despertó con el sonido de Sirius pateando su puerta.

—La reunión está a punto de comenzar.  Todo el mundo está llegando.

Remus gimió.  Sin apenas tiempo para alisarse la ropa, se apresuró a bajar a la concurrida cocina.  Era incómodo consciente de lo gris y cansado que debía verse: piel holgada debajo de los ojos, mejillas hinchadas, cabello extrañamente ordenado por haber sido aplastado contra una almohada.  Molly le entregó inmediatamente una taza de té humeante y él se las arregló para sonreír.  Ese era todo el regalo que necesitaba.  Se sentó a la mesa, asintió con la cabeza alrededor de la habitación y sintió que la sangre comenzaba a circular en él una vez más en compañía de la Orden y su animado tumulto.

Entonces entró Tonks y todas las demás personas presentes podrían haber desaparecido en bocanadas de humo.  ¿Cómo podía el simple hecho de que ella entrara en una habitación, para reducirlo a un charco en el suelo?  Las silenciosas bromas de Snape sobre la tardanza rebotaron en ella cuando sonrió, se abrazó con Sirius y chocó los cinco en la cocina antes de dejarse caer en la silla junto a la de él.  Aunque ansiaba estar cerca de ella, deseó que no lo hubiera hecho.  No fue fácil sentarse al lado de Tonks durante una hora completa y mantener una estricta fachada de amistad profesional, sin susurrarle algo al oído para hacerla sonreír o entrelazar sus dedos con los de ella o mirarla mientras su rostro se movía a través de todas sus ridículas, hermosas expresiones.  Más difícil aún era la conciencia de lo desiguales que debían verse sentados juntos para que todos lo vieran: su vivacidad junto a su monotonía, su franqueza, su cara bonita junto a su tez pálida y agotada.  Cuando Remus tomó otro sorbo de té, notó que un hilo del dobladillo de su manga colgaba.

Moody, golpeó la pata de una silla de madera con su propia pierna, la señal habitual para que la habitación se quedara en silencio.  Sirius miró hacia arriba y habló bruscamente sobre el silencio.

—¿No viene, Dumbledore?

La boca de Moody se movió con impaciencia.

—¿Dejar Hogwarts ahora? ¿Con el llamado Alto Inquisidor rondando el castillo listo para mudarse a su asiento tan pronto como lo haga? No.  Dumbledore, no dejará su puesto.

Sirius frunció el ceño, su mandíbula se tensó.

—Bueno. Entonces le escribiré una carta.  Otro día.

Aunque Remus había intentado aconsejarlo en contra, Sirius había planeado proponerle el fin de su arresto domiciliario ese día.  Quería confrontar a Dumbledore sobre el arreglo frente a toda la Orden, con la esperanza de forzar su mano.  La propuesta consistía en una serie de planes, algunos más tremendamente ilógicos que otros, para permitirle salir antes de que comenzara a romper las ventanas.  La furiosa decepción de Sirius y la referencia a Dolores Umbridge produjeron un notable efecto refrescante en la habitación.  El propio humor de Remus se ensombreció.  No podía oír ese nombre sin pensar en las innumerables leyes de injusticia social que había firmado su pluma de ridícula tinta rosa.

La reunión continuó sobriamente.  Snape dio un breve informe de las lecciones de oclumancia de Harry, pero el calificativo "a pesar de la concentración abismal y poca aptitud natural" llevó a una refutación rápida "o es a pesar de tener un profesor amante de los Mortífagos que probablemente obtiene una satisfacción enfermiza y sádica al hacerlo tan difícil como sea posible" de Sirius.  Sentarse en los extremos opuestos de la mesa parecía influir poco en la capacidad de los viejos rivales de enfrentarse mutuamente.

—Hestia —dijo Remus, de repente, cuando vio el labio de Snape curvarse antes de lo que seguramente sería la última burla para enviar a Sirius a un *¹paroxismo.  —¿Cuáles son las últimas noticias de la frontera irlandesa?

Hestia, se lanzó a su informe con una jovialidad valiente, si bien forzada.  Luego vino el resumen de Sirius de los elementos planificables del próximo mes: horarios y asociaciones para el deber de guardia y vigilancia.  Remus trató de no hacer una mueca de dolor ante la frecuencia con la que se juntaban los nombres de Tonks y él.  Pero por sospechoso que pareciera, Remus sabía que no poseía la fuerza de voluntad para pedirle a Sirius que lo cambiara.  Cuando Remus levantó la vista de su té y Sirius dejó de hablar, se encontró mirando a los ojos de Moody.  Ambos.  El mágico vibró un poco.




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