Hace cincuenta años, un grupo de turistas, fascinados por una leyenda local, tropezó con lo que parecía una tumba abandonada. Sin nombre, sin lápida, solo el peso de siglos de silencio. Al descender, la oscuridad envolvía el aire, denso y pesado, como si guardara secretos imposibles de imaginar. Y allí, entre sombras, lo vieron: un esqueleto antiguo, abrazando un cofre con una fuerza sobrenatural, como si su vida hubiera dependido de ello.
El cofre era sencillo, pero lo que contenía no lo era. Seis rollos de lienzos, pinturas de diferentes épocas, fueron extraídos de su abrazo mortal. Parecían artefactos coleccionados por un rey olvidado, aunque no había pruebas de quién era. Los expertos no lograron encontrar su origen ni historia. Para el mundo, esas pinturas eran simples reliquias de un pasado sin nombre, sin valor real, y fueron vendidas como curiosidades antiguas en los mercados.
Con el tiempo, el interés por ellas disminuyó, pero cada una encontró dueño. A lo largo de cincuenta años, pasaron de mano en mano, aparentemente sin importancia... hasta que el terror despertó.
Los hombres ricos que adquirían las pinturas comenzaron a morir de manera misteriosa, y la conexión entre estas muertes y las pinturas tardó mucho tiempo en ser descubierta. Era una verdad aterradora que los propietarios preferían mantener oculta para evitar el pánico público.
A medida que las muertes se acumulaban, los dueños de las pinturas comenzaron a deshacerse de ellas, tratando de alejarse del mal que parecía vinculado a las obras. Sin embargo, el intento de deshacerse de las pinturas resultó en vano. Cada vez que una pintura era destruida, se encontraba al día siguiente, intacta, en el mismo lugar donde había sido retirada, como si una fuerza invisible la devolviera a su sitio.
Este fenómeno alimentó un creciente terror entre quienes poseían las pinturas. Con el tiempo, el miedo se apoderó de los dueños. Una vez muerto el propietario directo, sus familiares o conocidos se vieron forzados a ocultar las pinturas en lugares olvidados y remotos, en un intento desesperado por evitar el contacto con el mal que las rodeaba.
Sin embargo, estas obras de arte no se quedaban en el olvido; siempre encontraban una forma de desaparecer de esos lugares seguros y reaparecer para encontrar una nueva víctima. La constante aparición de las pinturas en manos de nuevos propietarios mantuvo vivo el ciclo de horror. Como resultado, muchos de los que conocían la historia y las leyendas asociadas con las pinturas decidieron evitar la compra de arte, temerosos de la maldición que parecía acechar a aquellos que se atrevían a poseer una de ellas.
---
En una noche fría, el joven rico, dueño de una pintura majestuosa, aunque no de las encontradas en la tumba, no podía dormir. Se removía entre las sábanas, con los ojos fijos en el retrato que colgaba en su habitación. La pintura mostraba un paisaje encantador: un bosque de cerezos en plena floración. Bajo el árbol, una mujer de aspecto melancólico, vestida con una larga túnica roja, su piel pálida contrastaba con el vibrante color de su vestido. Cabello negro como la noche, sus ojos transmitían una tristeza profunda, pero irresistible.
Esa noche, la mujer comenzó a visitarlo en sueños. Al principio, eran visiones suaves: el joven caminaba por el bosque, atraído hacia ella. Su espíritu parecía entrar en el cuadro, perdiéndose entre los pétalos rosados que caían suavemente del árbol. Pero cada noche el sueño se volvía más vívido. Lo que al principio era un paisaje sereno, comenzó a descomponerse en algo más oscuro, más aterrador.
¿Por qué me persigue?, se preguntaba, mientras su cuerpo se hundía en ese paisaje onírico una y otra vez. Pero la respuesta no llegaría en palabras.
Pasaron varios días en el mismo estado, y los sueños se alargaban cada vez más. Su cuerpo se fue desgastando poco a poco. Actuaba de manera extraña; no comía y su energía parecía haberse esfumado.
Su hermano, Noah, que era su única familia, se desesperaba al ver la transformación. Intentó todo lo que pudo para ayudarlo, desde remedios caseros hasta consultas con médicos y especialistas. Sin embargo, a pesar de todos los intentos, no pudo encontrar nada que devolviera la vitalidad a su hermano. Era como observar una cáscara de persona en trance, atrapada en un estado entre la vida y la muerte.
Día tras día, su condición empeoraba. Las palabras que salían de sus labios eran cada vez más incoherentes. Murmuraba cosas extrañas y sin sentido, como si estuviera hablando en lenguas desconocidas. Su hermano se sentía impotente, viendo cómo su familiar se desmoronaba ante sus ojos, atrapado en un tormento del que no podía liberar.
Los sueños se alargaban cada vez más. Su cuerpo parecía un esqueleto.
"No entiendo qué está pasando", dijo Noah, con la voz llena de preocupación mientras miraba a su familiar tumbado en la cama. "Debo hacer algo, cualquier cosa", murmuró desesperado, "esto no puede seguir así".
Una noche, todo cambió.
El paisaje que antes era hermoso, ahora estaba cubierto de sombras. Los árboles de cerezos se marchitaban, como si absorbieran la vida misma del bosque. Un viento frío le rozaba la piel, helándole las mejillas. Miró alrededor, buscando a la mujer de rojo. Pero, no estaba.
"¿Dónde estás?", murmuró con un hilo de voz. La sensación de que algo no estaba bien lo consumía. El silencio del bosque era insoportable, hasta que lo rompió un ruido. Un crujido seco. Giró rápidamente, pero no había nada, solo la penumbra.
El joven comenzó a correr, su respiración agitada resonaba entre los árboles. Cada paso parecía más lento, más pesado, como si el suelo se estuviera hundiendo bajo sus pies. Al final del bosque, la vio: la mujer vestida de rojo. De espaldas, su silueta se destacaba contra la negrura.
"¡Oye!", gritó desesperado. La mujer se giró lentamente. Su sonrisa era delicada, casi reconfortante... pero entonces algo cambió. Esa sonrisa comenzó a distorsionarse, convirtiéndose en una mueca macabra. Sus ojos, vacíos, comenzaron a hundirse, y su rostro se desfiguró grotescamente. La hermosura que había visto en ella se desvaneció por completo, y lo que quedó fue una pesadilla hecha carne.